Con Angola en el corazón

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Hijos de África, de Roberto Lopez Belloso. Ed. Fin de Siglo, 239 pp.

Te lleva. Es la frase corta. La fluidez entre una escena y otra. La siento natural. Sin darme cuenta, estoy con esos 19 comunistas uruguayos en Angola. El tipo cuenta en presente, claro. Y usa el pasado con precisión quirúrgica. Sin darme cuenta, respiro como si también fuera un internacionalista. Es que miro todo lo que esos 19 veían, y además lo que no veían pero dan por bueno. Lo que dijo Fidel, la carta de Raúl Castro, la conjura interna que puede basarse en el personalismo de un actor importante, la masacre de cuadros valiosos y militantes de base que costó. En fin, lo difícil que es consolidar una revolución. Más que comenzarla, decía el Ché.

Luz Diez cuenta: «Cuando uno piensa cómo se fue dando la victoria de los angolanos ve tantas cosas en común con Uruguay: la apuesta por crear un frente de masas, apelar a la solidaridad internacional, el antimperialismo y una cantidad de cuestiones que nosotros entendemos muy bien, porque también desde el exilio se apelaba a esos instrumentos.» Solo el exilio es pasado. «… y aunque está diciendo palabras que podrían sonar a muchas veces dichas, incluso a lectura esquemática de la realidad, los ojos se le comienzan a llenar de lágrimas. ‘Hace poco me operaron de la vista’, justifica.» La lágrima está ahí; es recuerdo y también presente. (p. 31)

Ellos miran la realidad con sentido crítico, y pronto aprenden que el colonialismo es todavía más que Franz Fanon. «La realidad social –escribe Decia– impactaba por la brutalidad que había ejercido el colonialismo y las secuelas dejadas en la población». Era la primera vez que me enfrentaba a problemas tan dramáticos vividos por seres humanos en situación extrema, y con esa realidad conviví durante todos los años que estuve allí.» (p. 32)

Y están ahí para aportar, y también aprender. Con las profesiones, maestrías y alambre que traen; con encontrar un problema que los cubanos les comentan, y se abocan a la tarea no remunerada de crear un Centro de  Observación y Educación de Menores, en Kakuako, que moviliza a casi todos los brigadistas. «Era una manera de retribuír el amparo…», y luego es valorado como el trabajo más importante que se hizo en Angola. Chiquilines abandonados por imperio de la guerra, las dos guerras: de liberación, y contra Sudáfrica.

Y en la paz son muchas batallas a dar en una Angola en ebullición, que se le acercan al lector para que sienta su tibieza: el racismo con centro en blancos y negros, los hijos reconocidos y los naturales, la nacionalización del 61% de la producción de diamantes, de toda la industra textil, de los cuatro ingenios azucareros, de los aserraderos y de toda la industra siderúrgicas. Se logra llegar a la producción nacional de la cuarta parte del cemento. También se va escribiendo la historia en la medida en que se hace, y los folletos militares que la consignan tienden lazos entre el ejército regular y el pasado guerrillero. El Estado precisa de instituciones.

Y de mucho trabajar. «Apenas llegar –dice Nalerio– organicé el Gabinete de Estudios y Proyectos. Lo que tenía de bueno Angola era que todo lo tecnológico que había estudiado en la Facultad y todo lo político confluían. Como no había nada, planteabas algo y todo el mundo te decía «y sí, dale» (…)  Los que trabajábamos éramos yo, una búlgara que era mi ayudante y dos vietnamitas. Esa búlgara era genial. Allá en Bulgaria era gruísta, manejaba las grúas para hacer edificios. Las cosas que hicimos fue impresionante. Después cuando vinimos para acá y yo ponía en el curriculum lo que hicimos en Angola, tenía que sacar cosas, porque parecía mentira… proyectos de fábricas, de escuelas, de liceos,» (p. 62). Y dificultaban la poligamia, haciendo casas en terrenos chicos, para que el alojamiento de las otras esposas fuese lejos, y la distancia a recorrer permitiera la disuasión. Y un militar que se creyó tanto la escena de la película que le pegó un tiro al malo de la pantalla. (p. 65).

Es una realidad dura. «Es la primera vez que veo lo que es el hambre de verdad: niños pura barriga y hueso, con los ojos semicerrados y la mirada perdida casi sin vida, niños negros con los cabellos de mota amarillenta o niños negros sin mota, con los cabellos lacios, niños mutilados’, escribe en 1980 Carmen Decía a una amiga en Francia».

Es también la posibilidad del socialismo en Angola. Rodney Arismendi, el secretario general del PCU, la visita y se reúne con Agostinho Neto, el presidente de Angola. La primera conversación lleva tres horas, y encuentran «la hondura de una causa común» (p. 74). Neto muere en setiembre de 1979, pero el PCU, con Arismendi a la cabeza, continúa en contacto muy estrecho con la revolución angolana. Se hace una reunión de tres días en Luanda (al parecer, el ombligo de la izquierda africana) «donde se discute el problema de los países del Africa austral que faltaba liberar y la cuestión de… Uruguay». Angola es, efectivamente, la continuidad de la lucha. El exilio no es refugio sino trinchera, como bien dice el tipo.

Y el texto de Roberto Lopez Belloso es una inmersión en esa realidad, y la revelación de una historia que descubre para el lector, que necesita saberla y tenerla en cuenta aunque no estaba enterado de esa falencia. La pequeña historia de la vida cotidiana, riquísima en vivencias, y la gran historia de los soviéticos planteándose una guerra clásica, y los cubanos prefiriendo el modelo contrainsurgente. Al jefe militar angolano Roberto Ramos Leal le ocultan expresamente información, y el dato da cuenta de la independencia desde la que narra el tipo.

La dictadura civil militar uruguaya va terminando su protagonismo. Los uruguayos emprenden su regreso. La aspiración del socialismo –«esa forma de la dignidad», dice alguien– va decayendo y en 1991se abandona el marxismo leninismo a cambio del rótulo de socialdemocracia. Los diamantes son el motivo de la peor corrupción. En un caso, fusilan a uno y los 125 restantes son liberados tras año y medio. Angola, que quiso liberar al Africa, ahora se disuelve en las reglas de juego del neocolonialismo. Pero la historia que quisieron su pueblo y los dirigentes que se dieron está hecha, por más que breve, y ahora escrita.

Andrés Alsina

 CANAL DE LAONDADIGITAL TV.

 

 

 

 

 

 

 

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