/ En el legado perdurable del Papa Fancisco se destaca que amplió y transformó el alcance global del Vaticano. Trazó un rumbo diplomático independiente de las capitales occidentales, elevó a líderes católicos en países que nunca habían formado parte del gobierno de la Iglesia y perfeccionó un método diplomático pragmático y ambicioso.
Su herencia hoy incluye una red diplomática fortalecida con acceso a todo el mundo. Su mayor viaje al exterior fue de 12 días a Indonesia, Papúa Nueva Guinea, Timor Oriental y Singapur, y su resultado fue mejorar las relaciones entre la Iglesia católica y el mundo musulmán, en particular con los seguidores del islam sunita.
Hacía falta. En 2006, Benedicto XVI había pronunciado un discurso que muchos musulmanes percibieron como un insulto al profeta Mahoma. Y en 2011, una de las máximas autoridades sunitas del mundo, el Gran Imán de al-Azhar Ahmed al-Tayeb, rompió relaciones con el Vaticano por los comentarios que Benedicto XVI hizo tras un atentado terrorista en Egipto. Este Papa logró firmar un acuerdo conjunto histórico de oposición al extremismo religioso con Tayeb. Y eso, en un viaje de por sí histórico: era la primera vez que un papa visitaba la Península Arábiga.
Francisco también instó a la Iglesia Católica a ser menos institucional, o introspectiva, y más misionera, dirigiendo su atención a las periferias de la sociedad global. Integró el Colegio Cardenalicio, que seleccionará a su sucesor, con hombres de países que anteriormente tenían poca o ninguna representación en el liderazgo de la Iglesia. Entre sus nombramientos se encontraban cardenales de 25 países que nunca antes habían tenido una representación, entre ellos Papúa Nueva Guinea, Singapur y Timor Oriental. Todos los papas utilizan cardenales como enviados, pero ningún papa los ha designado en tantos lugares.
La de hoy es una Iglesia menos eurocéntrica y más centrada en los países donde el catolicismo se está extendiendo. En su papado, visitó 13 países de Asia y nueve de África. Cuando Indonesia invadió Timor Oriental en 1975, alrededor del 20% de los residentes eran católicos. Diez años después, esa cifra era del 95%. Durante la ocupación militar indonesia, que duró hasta 1999, la Iglesia protegió a las personas perseguidas y difundió registros de atrocidades, incluyendo masacres, desapariciones forzadas, ejecuciones extrajudiciales, hambruna y violaciones. Cuando Francisco visitó el país, a pesar del calor extremo casi la mitad de la población, de 1,3 millones de habitantes, asistió a la misa que ofició. Al hablar en el terreno donde el ejército indonesio enterró a los luchadores por la libertad timorenses, Francisco advirtió contra la intrusión de valores liberales occidentales que alientan el materialismo y el egoísmo.
La visión del mundo que expresaba no era la de una esfera sino la de un poliedro; metáfora que, según él, «expresa cómo se crea la unidad preservando las identidades de pueblos, personas y culturas». Y en su gestión, el propio Vaticano realizó grandes esfuerzos por superar las divisiones geopolíticas, dedicando especial atención diplomática a China. Antes de Francisco, la desconfianza mutua había eclipsado los esfuerzos por resolver una antigua ruptura entre Pekín y Roma. Pero cuando China eligió a su nuevo líder en el primer día de Francisco en el cargo, el papa escribió una carta personal de felicitación a Xi Jinping. Xi respondió cordialmente, para sorpresa de algunos funcionarios del Vaticano.
Es más. Su Secretario de Estado fue Pietro Parolin, el cardenal que dirigió las negociaciones del Vaticano con Pekín entre 2005 y 2009, y hoy es uno de los principales candidatos para suceder a Francisco. Y se superaron problemas, como el desacuerdo crucial sobre el nombramiento de obispos. Tras cuatro años de negociaciones discretas, en 2018 el Vaticano y el gobierno chino llegaron a un acuerdo provisional para realizar nombramientos conjuntos de obispos. Ese acuerdo se ha renovado tres veces y se han aprobado 11 nuevos obispos según sus disposiciones.
El acercamiento entre el Vaticano y China se puso de manifiesto en una conferencia celebrada en Roma el año pasado, conmemorando un siglo desde que un enviado papal, el cardenal Celso Costantini, convocó a un sínodo oficial de líderes eclesiásticos en China continental que condujo al nombramiento de seis obispos chinos autóctonos.
Misioneros extranjeros habían liderado la Iglesia católica en China antes de que el sínodo de 1924 rechazara esa práctica. Entre los participantes en la conferencia de Roma del año pasado se encontraba el obispo de Shanghái, Joseph Shen Bin, quien pronunció un discurso en mandarín en el que explicó que Pekín no desea cambiar la fe católica, pero espera que los católicos chinos defiendan la cultura y los valores autóctonos. Cabe destacar que Shen Bin había sido trasladado a Shanghái desde otra diócesis por el gobierno chino sin el consentimiento del Vaticano. La medida podría haber supuesto un golpe fatal para el acuerdo de 2018, pero Francisco decidió aceptarla, e incluso dio la bienvenida a Shen Bin a las conversaciones políticas de alto nivel en Roma.
El acuerdo con Pekín motivó duras críticas del secretario de Estado estadounidense Mike Pompeo, y en respuesta, el Vaticano rechazó la solicitud de Pompeo de reunirse con el papa semanas después.
Pero ser visto como un opositor a Washington fortaleció la reputación del Vaticano de independencia geopolítica, una identidad que Francisco cultivó. Tras regresar de su viaje a Asia el pasado septiembre, por ejemplo, dijo en su audiencia semanal en Roma: «Seguimos siendo demasiado eurocéntricos, o como dicen, ‘occidentales’. Pero en realidad, la Iglesia es mucho más grande, mucho más grande que Roma y Europa, ¡mucho más grande!»
Francisco supo separarse de las potencias occidentales en su respuesta a la guerra en Ucrania. Se opuso a las sanciones contra Rusia, siguiendo la postura sostenida durante mucho tiempo por la Iglesia de que las sanciones no deben utilizarse como arma diplomática porque perjudican el bienestar de la gente común. Francisco también priorizó los lazos con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Los papas desde Juan XXIII, quien sirvió de 1958 a 1963, han buscado la reconciliación entre católicos y ortodoxos, y el fortalecimiento de la relación del Vaticano con el patriarcado de Moscú fue uno de los mayores logros diplomáticos de Benedicto XVI . Francisco desarrolló una estrecha amistad con el líder de la Iglesia Ortodoxa Oriental, el patriarca ecuménico Bartolomé de Constantinopla, y amplió el acercamiento de Benedicto a la Iglesia Ortodoxa Rusa. En un aeropuerto de La Habana, Cuba, en 2016, se convirtió en el primer papa en reunirse en persona con un patriarca ruso.
Se negó Francisco a demonizar a Rusia. En cambio, habló de la tragedia del «fratricidio» entre hermanos cristianos. Acusó a menudo a los traficantes de armas de fomentar la guerra. Incluso se atrevió a sugerir que la expansión de la OTAN —que describió como «una OTAN ladrando a la puerta de Rusia»— contribuyó a la decisión rusa de invadir. Sin duda, condenó la guerra y ofreció oraciones públicas por el «pueblo ucraniano mártir», incluso desde su cama de hospital, pero nunca lanzó una acusación personal contra el presidente ruso, Vladímir Putin.
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