El azaroso periplo a través de una variopinta geografía ambiental y social, tanto por su vastedad espacial como por su diversidad cultural, es la materia temática de “El auto”, la nueva novela del autor uruguayo Carlos Rehermann publicada por Editorial Sudamericana, del Grupo Editorial Penguin Random House.
Más allá de la mera peripecia literaria, este relato indaga en los hábitos y costumbres de los uruguayos del Interior, con sus más arraigados rasgos identitarios.
No en vano la narración transcurre en Rivera, Tranqueras, Tacuarembó, Paso de los Toros, Durazno y Canelones, en un itinerario que se nutre de personajes y variadas situaciones.
En ese contexto, esta novela es una suerte de viaje iniciático que recorre virtualmente el mapa del país de Norte a Sur, cuyo protagonista, Alejo Murillo, es el depositario de una magra herencia de un tío acaudalado.
A priori, los bienes heredables no parecen ser tan seductores como para ameritar tanto sacrificio, a excepción de los siete mil dólares depositados en una cuenta bancaria a nombre del beneficiario.
El resto del lote incluye dos añosas radios en desuso, una caja con cuadros de escaso valor artístico y material, una pluma fuente, una máquina de escribir, vetustos muebles, una vieja cámara fotográfica y un automóvil marca Volkswagen modelo 1962.
Con más de cincuenta años de antigüedad, el vehículo –que tiene un escaso uso- parece ser el objeto más preciado, particularmente para los nostálgicos y coleccionistas.
Empero, en buena medida el auto se transformará en el protagonista excluyente de la narración, ya que recorrerá cientos de kilómetros con su nuevo propietario a bordo.
La mísera herencia, que es entregada en Rivera, es una suerte de premio consuelo, porque la cuantiosa fortuna fue legada a un hijo poco conocido del rico tío fallecido.
El primer capítulo, que se desarrolla precisamente en ese departamento fronterizo, es el disparador de una aventura construida en formato de road movie, que se proyecta incesantemente en el tiempo y el espacio.
La historia, que es a la vez un viaje de llegada y de regreso, es una suerte de construcción alegórica sobre el destino de un hombre solitario y nada arraigado.
Aunque tal vez tenga familiares residentes en el lugar, el protagonista no parece para nada preocupado ni ávido por conocerlos ni por relacionarse con ellos.
En ese contexto, su única compañía es el viejo automóvil del título, con el cual compartirá largos tramos de carretera con el trasfondo de un paisaje desolado.
Como si se tratara de una mera guía turística, cada capítulo del relato corresponde a una ciudad o paraje visitado, en raudo tránsito de regreso a Montevideo.
Por supuesto, por ser un citadino e hijo del asfalto como cualquier otro montevideano, todo lo que observa a su paso le parece extraño y ciertamente muy novedoso.
Habituado a la vorágine cotidiana, el protagonista experimenta una sensación de razonable depresión por la soledad de poblaciones escasamente habitadas, de rutinas cansinas y desesperanzadoras.
El estilo de vida de los lugareños, quienes mastican cotidianamente su resignación y observan cómo transcurre el tiempo sin que nada excepcional suceda, contrasta radicalmente con sus hábitos y costumbres.
Empero, una suerte de fuerza interior parece inducirlo a transformar esa excursión en una experiencia de aprendizaje de un país que no conoce, como si no fuera el propio.
Una intensa y casi permanente lluvia que obstaculiza la visibilidad en plena ruta, es el componente climático que transforma la travesía en realmente azarosa.
Carlos Rehermann pincela con singular maestría la realidad del interior uruguayo, en una construcción literaria que enfatiza en personajes insólitos pero también en mitos que abrevan de la fantasía y las creencias.
El autor incorpora también a su novela una superlativa dosis de erotismo por momentos bastante explícito, en el capítulo en el cual el protagonista participa en una multitudinaria orgía en clave ritual celebrada por una comunidad de ociosos burgueses.
En ese marco, el escritor corrobora su reconocida sabiduría literaria, mediante una construcción narrativa que abunda en elocuentes descripciones y personajes bien representativos de un país signado por la diversidad, en el cual cada paraje geográfico tiene su propia identidad cultural.
“El auto” es un elocuente retrato humano que indaga en las emociones y en las conductas individuales y colectivas, mediante una escrutadora mirada que aterriza en lo histórico y lo social, sin soslayar recurrentes apelaciones a una suerte de realismo mágico de impronta bien uruguaya.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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