Gabo provocó a Varguita al meterse con su mujer Patricia, y éste reaccionó como era esperable: le pegó una piña que le dejó un ojo negro. La relación entre estos maestros de la literatura latinoamericana, progenitores del boom de la época, separó para siempre a estos dos ese 12 de febrero de 1976, en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes de Ciudad de México.
Testigos relataron que Vargas Llosa exclamó “¡Esto por lo que le dijiste a Patricia!” antes de golpearlo en una acción básicamente obtusa. Así se puso fin de manera abrupta a una de las amistades más célebres de la literatura latinoamericana, que había comenzado en 1967 durante el Primer Congreso de Intelectuales Latinoamericanos en Caracas. Ambos escritores habían conectado en ese entonces por su pasión compartida por la literatura y las discusiones sobre el realismo mágico y la política latinoamericana.
Pero algo más importante que el roce al pundonor de Patricia había sucedido y estaba sucediendo en aquellos años ya duros de 1976. La adhesión de Gabo a la revolución cubana permanecía incólume, mientras que Varguita estaba iniciando el camino hacia ser el Marqués de Vargas Llosa, título otorgado por el rey Juan Carlos I de España en 2011, en nombre de sus posturas liberales y críticas a enfoque sociales donde todo era comunismo.
Sabemos que Gabo convocó inmediatamente luego del piñazo al fotoperiodista Rodrigo Moya, que llevaba una vida retratando a campesinos, guerrilleros y celebridades en México y Latinoamérica en aquella época convulsa, terrible y creativa, y se hizo sacar la foto que acompaña estas líneas. Quiso documentar su triunfo sobre el ego de Varguita, sobre su manera esencialmente primitiva de ser, por más oropeles con que se cubriera. Y en verdad quiso cubrirse Varguita. Logró obtener el título de Marqués, inició una relación pública con la socialité española Isabel Preysler abandonando a la pobre Patricia, y se convirtió en fetiche de reuniones de analfabetos funcionales con pretensiones sociales de España.
Nunca más volvieron a hablarse esos dos, aunque el cotilleo dice que así acordaron. Cómo acordaron sin hablarse ni siquiera figura en el manual del realismo mágico. Sabemos que Vargas Llosa dispuso que su ensayo Historia de un deicidio, dedicado al análisis de la obra de García Márquez, no volviera a imprimirse.
Me alegra publicar esta foto, demostración cabal de que Gabo tuvo ojo para ver hacia la pequeñez que el otro derivaba, ineluctable. Me apena, en cambio, haber accedido a esta foto junto con la noticia del fallecimiento del fotógrafo mexicano Rodrigo Moya, en julio y a los 91 años.
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