Como el interés por la política venía cayendo y el ausentismo, justificado o no, al momento de las votaciones iba en aumento, los extraordinariamente bien remunerados ocupantes del Congreso Nacional llegaron, erróneamente, a la conclusión que el problema que generaba esa desafección era que el trámite para inscribirse en el Registro Electoral era demasiado engorroso y que si uno no se inscribía, no estaba obligado a votar, pero una vez inscrito te podían meter hasta preso por no acudir a las urnas y el sistema no permitía desafiliarse.
Ergo, arreglaron de manera brillante el embrollo y todo el mundo quedó inscrito pero no está obligado a votar, con excepción de los que son sorteados como vocales de mesa, porque ahí sí que no hay vuelta. A estar en la mesa o multa o cárcel.
O sea, eres libre para votar, pero prisionero de la vocalía.
A pesar de los cambios, las cifras de votantes siguieron cayendo estrepitosamente, a tal punto que en las últimas elecciones presidenciales sólo votó un 49,3 % en la primera vuelta y apenas un 42 % en la segunda.
Pero pareciera que a nuestros políticos tan extremadamente bien remunerados, las regalías y los pagos de las grandes empresas les han quitado toda su capacidad de comprender cuál es la real causa del malestar generalizado en la sociedad chilena, de ahí en más no existe el mundo, sólo sus rimbombantes palabras hueras, mientras se siguen dando vueltas y más vueltas para encontrar la solución al desencantamiento ciudadano con la política, sin darse cuenta que ellos son el principio y el final del abismo entre élites y ciudadanos.
Como obviamente buscan el origen de todos los males fuera de su accionar, no son capaces de ver que son ellos los que han generado y siguen generando un Estado cada vez más fallido; y nos “invitan” a cumplir con el deber cívico de ir a votar -porque nuestro problema, el de los chilenos sin sueldos millonarios, sería que nadie antes nos habría invitado a ser ciudadanos y demócratas -para que vayamos corriendo a votar otra vez por los mismos que se han mezclado hasta convertirse en una sola casta, casi irreconocible en sus diferenciaciones ideológicas, partidarias o de futuro , donde las derechas o izquierdas no existen ni por casualidad y lo único que persiste en el duopolio político es el neoliberalismo desatado y deificado, el resto es poesía.
También suelen amenazar que si esa maravillosa invitación no fuera suficiente para aumentar la participación en las urnas y permitirles así seguir perpetuándose ad eternum en su insoportable levedad legislativa, repondrán la inscripción automática y el voto obligatorio, con las penas del infierno en caso de que no vayamos a sufragar.
Pero, estimados deshonorables diputados, senadores y presidenciables, ¿para qué vamos a ir a votar por ustedes si ni siquiera sus aprobados proyectos valen en este país?
Y la pregunta anterior se basa simplemente en la comprobada realidad de que en Chile existe una tercera Cámara, mucho más importante que el Congreso e incluso que La Moneda y esa cámara se llama Tribunal Constitucional.
Basta con que a la oposición no le guste como salió una ley o pierda la posición que defiende, -como minoría que es- en la votación de la misma, para que ésta presente ante el Tribunal Constitucional un requerimiento, sabiendo de antemano que la mayoría de los miembros son de su sector y que seguramente el TC la declarará inconstitucional. Y hasta ahí llegó la ley, a pesar de que haya sido aprobada por la mayoría del parlamento.
Hace un par de días se votó la ley de gratuidad en la educación. Una mala ley sin duda, redactada -como todas las promesas de éste y anteriores gobiernos de la misma coalición- de manera timorata y a espaldas de la ciudadanía, cocinada para que parezca real, pero por sobre todo, para satisfacer los intereses monetarios de los sectores afectados, pero así y todo era una ley que daba esperanzas de que por fin se iba a restituir la educación como un derecho y no como un bien de consumo, como la definió el ex presidente Piñera.
Como a la oposición no le gustó el tenor de la ley, -léase, perder los pingües ingresos que les genera el negocio de la educación-, partieron al TC.
Y aclaro, no estoy muy seguro que a muchos políticos de la Nueva Concertación no les haya venido como anillo al dedo, o mejor dicho, como mugre a la uña, el hecho de que la derribaran, ya que también tienen sus garras en esa área de donde mana el dinero dulce a costa de los sueños de miles de familias que ven a la educación como un vehículo para mejorar sus condiciones de vida.
Y la pregunta que uno se hace es muy simple:
¿Cómo es posible que en nuestro país exista una institución con más poderes que el Parlamento o La Moneda, cuyos miembros no son elegidos por votación popular, sino que designados básicamente por intereses y cuoteos políticos?
Y pareciera que la respuesta está en la propia Concertación/Nueva Mayoría, ya que en su acomodo al sistema neoliberal y a la cooptación inteligente de estos por parte de las élites económicas, NUNCA han pensado en serio cambiar la Constitución que les da esos poderes. Lo más lejos que han llegado es que el TC fue ratificado constitucionalmente por el ex presidente Lagos y que la actual presidente Bachelet ha encarado el tema de cambio radical de la Constitución de manera cada vez más tibia, cada vez más enredada y enredosa y cada vez más lejana.
Entonces mi propuesta es simple: que nos hagan llegar primero una invitación a votar por una Asamblea Constituyente para cambiar la Constitución desde los ciudadanos, una Constitución que realmente nos una y represente, pero, si eso a los políticos les parece repugnante porque dejarían de vivir extraordinariamente bien y de por vida del Estado , entonces invítennos a votar solamente por los miembros del Tribunal Constitucional, que son los que realmente deciden, y hagamos una tómbola para elegir presidente, ministros, diputados, senadores y otros cargos del Estado, para que parezca que en Chile hay democracia aunque no la haya.
Así, todos comprobaríamos lo que ya sabemos: que ustedes son solamente el acompañamiento insulso de una comida preparada, cocinada y sazonada por los verdaderos dueños de este país.
En resumen, no son más que un plato de arroz blanco.
Por Ricardo Farrú
Director del periódico El Pilín
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