Memorias de comienzos de los 70

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A propósito de un artículo del historiador Gabriel Quirici en la revista Lento de diciembre, propuse a La ONDA digital la publicación de tres notas sobre la historia del Partido Socialista entre el 50 y la dictadura. La primera, publicada hace quince días, fue un documento del PS de 1966, Causas de un alejamiento, que resumía las diferencias con Emilio Frugoni y sus partidarios desde 1951. La segunda, publicada la semana pasada, fue un intento de interpretación de la situación de los socialistas a partir de la ruptura descrita y una explicación de la diversidad de tendencias.

Ésta, la tercera, es de carácter distinto, una memoria. Con todas sus imperfecciones y engaños, la memoria permite transmitir “el olor” de los hechos mejor que otros abordajes. Por ser de memoria, por haberse quemado todos mis papeles durante la dictadura, no voy a intentar citas exactas y admito que puedo confundirme en los detalles.

Parte l. Causas de un alejamiento
La Rosa y su espina, “de las divisiones que han recorrido su trayectoria”.Leer aquí

En diciembre de 1970, estando ilegal, “en algún lugar de la república” sesionó el Congreso del PS para decidir si apoyaba la iniciativa de crear el Frente Amplio, que se concretó en febrero siguiente. A ese congreso los delegados estudiantiles universitarios fueron con posición contraria. Me dicen que los convenció José Díaz quien, con todos los demás dirigentes veteranos, apoyaba el ingreso. La declaración adhiere al FA, pero alerta que la lucha de masas es más importante que la electoral. La consigna era elocuente: “Sin tregua y con lucha”.

Poco después sesiona el XX Congreso del Partido Comunista, en el que Leopoldo Bruera, secretario de Unidad Política (relación con aliados), en lugar de felicitar la decisión socialista, dedica toda su intervención a criticarla por ese matiz.

Parte ll. La turbulenta década del 60
Una explicación alternativa a la de Quirici a las sucesivas divisiones durante los 60. Leer aquí

El PS había apoyado la declaración de la OLAS que llamaba a combatir por las armas en toda América Latina y, por ello, junto con otras organizaciones había sido declarado ilegal y disuelto por el presidente Jorge Pacheco en 1967. La vida de los centros barriales había caído al mínimo, donde sobrevivía; pero a nivel universitario se crearon las Brigadas Universitarias Socialistas que en algunos momentos funcionaron de hecho como vía de entrada al MLN. Tanto en la Universidad como en los sindicatos, los socialistas integraron la “Tendencia”, nombre importado de la “Tendencia Combativa” de la CGT argentina, que agrupaba a sectores que hoy se llamarían “radicales”. Todo lo electoral era visto con sospecha.

Pero el PS sabía que tenía posiciones propias en las ideas de Vivian Trías y se vio empujado a afinar su línea en relación a la nueva situación. Hacia el Carnaval del 71, en un campamento, conocí el “Documento del Paco” sobre las formas de lucha, que seguía a un “Documento del Barba”. El Barba el nombre clandestino de Jorge Rodríguez. Paco era Francisco Laurenzo, estudiante de arquitectura. Un día, según me contaron, durante un partido de básquet, Paco le dijo a otro compañero: “Tengo lo de las formas de lucha”.

Parte lll. Memorias de comienzos de los 70
Con todas sus imperfecciones y engaños, la memoria permite transmitir “el olor” de los hechos mejor que otros abordajes.
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Eran tres hojas tamaño oficio, basadas en un par de citas de Lenin. Si no me acuerdo mal, una de Guerra de guerrillas y otra de una carta a Inessa Armand. Básicamente, exponía que hay tres clases o formas de lucha permanente, la lucha económica, política e ideológica, según las divisiones marxistas clásicas de la sociedad. Luego hay métodos que se usan en uno u otro momento. Uno de ellos es la lucha armada, que no es permanente, sino que se apela a él cuando es oportuno y es la forma superior de la lucha política en el momento de la revolución.

Este resumen puede ser un poco tosco; hoy puede parecer algo trivial, pero fue enormemente liberador para la juventud socialista. No puede exagerarse su influencia. A partir de entonces, se tenían argumentos claros para discutir con los militantes del MLN. La lucha de masas era siempre importante, pero la participación electoral no era algo para avergonzarse. Y, de hecho, implicaba un distanciamiento con la OLAS, aunque ello ni se haya planteado. A partir de entonces, la BUS no era más una vía de ingreso al MLN, sino un sector con línea propia, integrado al Frente Amplio. Los lazos con la tendencia no fueron discutidos, pero ella básicamente era el MLN que tardó meses en adherir “críticamente” al Frente Amplio y, sobre todo, la Resistencia Obrero Estudiantil, de base anarquista, que obviamente no adhirió al Frente Amplio. De manera que naturalmente el PS fue quedando apartado.

180-x-212-jaimeEn las facultades, los socialistas comenzaron a fundar agrupaciones gremiales propias, que solían llamarse Asencio XX o Segunda Independencia. En Secundaria, a comienzos de año había una docena de socialistas en UTU, alguno en el Liceo de Colón y poco más. Los de UTU coordinaban con la ROE, pero estaban podridos. Entonces algunas agrupaciones socialistas que se formaron se integraron a la Liga Estudiantil Revolucionaria, que respondía al FER, dominado por una escisión del MLN llamada “cartillista” o partidista, debido a un documento (cartilla) en la que opinaban que el MLN debía adoptar el marxismo leninismo y transformarse en un partido. De hecho, decenas y decenas de cuadros del FER terminaron afiliándose a la BESS (Brigadas Estudiantiles Socialistas de Secundaria), que por noviembre tenía varios centenares de integrantes.

En 1971 se realizó una Convención de FEUU. Los socialistas presentaron tempranamente una plataforma que incluía la creación de un Comité Ejecutivo, además del Federal. Principal redactor de la misma fue Fernando Britos, estudiante de Humanidades y Ciencias. Los comunistas sabían que solos perdían la convención, de manera que decidieron apoyar esa plataforma. Quizá los socialistas no vieron el brete en que se encontraban, pero no podían decir que no apoyaban su propia plataforma, de manera que quedaron aliados a la UJC. La convención se ganó, en el Comité hubo una mínima mayoría absoluta de UJC-BUS y el Secretario General fue Jorge Landinelli (UJC del IPA), lo que obligó a seguir coordinando semanalmente.

El PS quería formar un “polo socialista” dentro del FA con todos los sectores de tendencia. A tal efecto, publicó un llamado abierto. Nadie contestó… salvo el Partido Comunista. Obviamente Rodney Arismendi tenía más en mente que Bruera la vieja idea de alianza comunista y socialista como columna vertebral de la izquierda. Esta contestación de quien no había sido llamado provocó una crisis en el PS. A mediados de año se realizó un Congreso Extraordinario para resolver el tema del sublema. Britos en un balance de la Convención había brindado la clave para evaluar estas situaciones: “Nosotros no tenemos alianzas estratégicas con nadie”; es decir, tácticamente, nos podemos aliar con cualquiera que impulse las mismas cosas.

En general, los delegados estudiantiles iban con la posición de aceptar el acuerdo electoral con el PC. Pero perdieron. La posición triunfadora la lideró una vez más José Días, el secretario general. Aquí hay que ver qué era el Partido. La inmensa mayoría de la militancia diaria era estudiantil, pero no todos los integrantes de las Brigadas -legales- eran invitados a integrarse al Partido, sino solo los probados y elegidos. Por otro lado, centenares personas ya eran socialistas antes de la ilegalización y habían quedado marginados, pero se fueron integrando y todos tenían derecho a votar. Entre los estudiantes, en esa época tan atiborrada de citas y esquemas, esos militantes eran vistos, ya como resabios socialdemócratas, ya como “desalineados”, que no habían acompañado los rápidos cambios de línea. No hubo tensiones, la resolución se tomó como un hecho y la noche del Congreso terminó con una cantarola general con relaciones. Era natural que hubiera diferencias en cuanto al sublema, pero por primera vez en años, en la militancia general no había preocupación por que esos matices se convirtieran en tendencias beligerantes.

No hubo sublema, pero, si no en los gremios -donde los socialistas tenían poca cosa-, en los centros estudiantiles y los comités de base se militaba con los comunistas. Y éramos más virulentos contra los militantes del 26 de Marzo, ya que estábamos munidos de nuestro nuevo esquema de las formas de lucha.

Es importante citar la influencia de los socialistas chilenos. Había constantes trasiegos de delegaciones sobre la cordillera, fuera por congresos, por campamentos de militantes, trabajos voluntarios o hasta para conocer la experiencia del gobierno de Allende. El PSCh insistía en la importancia del acuerdo de los partidos obreros, PS y PC, como columna vertebral de la Unidad Popular.

Me detengo para llamar la atención del lector sobre la velocidad de los cambios. En lo que llevo relatado, solo pasaron siete u ocho meses. Fue por esas semanas del Congreso que el Comité Central tuvo que bajar una orden de que se dejaran de usar los nombres de la ilegalidad y todos tuvimos que aprender de nuevo cómo se llamaba cada uno -incluyendo los dirigentes-.

Un mes antes de las elecciones, el PS lanzó la consigna de que todos dejaran de militar donde estaban y pasaran a apoyar sus comités de base barriales. Muchos no volvieron luego del verano al ambiente estudiantil, lo que diseminó la nueva tendencia en los viejos centros seccionales, que apenas sobrevivían como locales vacíos.

Durante ese verano, una delegación del PS visitó países que consideraba que tenían gobiernos afines; interesa el tipo de destinos: Argelia, Rumania, Corea del Norte.

El año 1972 estuvo cruzado por dos hechos. Primero, la “ofensiva” del MLN el 14 de abril, que llevó a la declaración del Estado de Guerra Interno y las balaceras constantes por todos lados y represión y torturas masivas, incluso contra socialistas. La posición del Frente Amplio no se sumaba sino que se manifestaba contra la guerra, posición que el PS tradujo con la consigna leninista de 1917: “Paz, pan y libertad”.

Segundo, el PS estuvo todo el año preparando su 37º Congreso, realizando ordenadamente asambleas previas de núcleo, seccionales, departamentales. Un hecho anecdótico muestra las tensiones existentes. El comienzo de ese trabajo de organización fue un censo de cada militante que se guardaba en carpetas, una por núcleo de base. Un día esas carpetas desaparecieron de la oficina de Organización en Casa del Pueblo. Unos tres meses después, supervisando la venta de listas sobrantes de la elección que alguien había desparramado en un balcón que daba del salón de actos, encontré las carpetas, lo que explicó además el desorden. La dirección nunca había apuntado a una acción de la Policía, sino de sectores del propio partido que seguían añorando la lucha armada y estaban contra la reunión de tanto dato. Y tengo que decir que a todos nos daba resquemores.

Antes del Congreso hubo una larguísima marcha de la Juventud, en filas de a tanto en fondo para que rindiera cuadras y cuadras, y todos con camisas verdes. El Congreso se abrió con un Palacio Peñarol lleno; algo impensado un año y medio antes.

Los documentos a discutir adherían claramente a la nueva tendencia. El programa tenía dos partes, un programa mínimo redactado por Vivian Trías, sobre las metas de la revolución nacional liberadora y un programa máximo redactado por Fernando Britos que era una exposición general del materialismo histórico siguiendo el modelo de Marta Harnecker. El Estatuto fue redactado también por Britos y la principal novedad era la eliminación de la muralla “infranqueable por el común de los mortales” que antes dejaba afuera a los brigadistas y que en los hechos había caído en desuso. Y, ante el crecimiento constatado, se salió con la meta de forjar “un partido de primera magnitud”. Para 1973, el objetivo era duplicar la cantidad de afiliados.

La composición del Congreso fue, más o menos, de dos tercios para la nueva tendencia, un tercio para una liderada por José Días y Reinaldo Gargano y, en las pocas ocasiones en que votaron separados, unos once votos “ultras”.

En febrero de 1973 estos “ultras” se separaron del PS y formaron un efímero partido socialista revolucionario. Entre ellos, tengo que citar al ya mencionado “Barba” y a Guillermo Sobrino, asesinado por la dictadura argentina, desaparecido el 22 de diciembre de 1977, quien me había enseñado seguimiento y reconocimiento facial en base a manuales cubanos mimeografiados.

En esos meses, la mayoría de la mayoría del Comité Central comenzó a reunirse para pensar cómo seguirla. En el día a día se funcionaba con las agrupaciones comunistas, ¿para qué tener dos partidos? Sobre todo porque se veía venir el golpe de estado, luego de los acontecimientos de Febrero. La frase famosa fue que valía más “ser cola de león que cabeza de ratón”. Lo que estaba en discusión no era cambiar de partido, sino formar alguna suerte de “Partido Socialista Unificado”.

Esas reuniones fueron seguidas con meticulosidad detectivescas y denunciadas como fraccionalismo en una tensa reunión del Comité Central donde la minoría encontró aliados -incluso entre algún participante de las reuniones-. Fueron expulsados siete dirigentes de extracción universitaria, incluyendo a Laurenzo, Britos, Marcos Carámbula, Raúl Legnani, Ángel Mandácen, el edil Carlos Bosch y Walter Alfaro. Trías votó en contra y salió llorando. Luego se reunió secretamente con los expulsados.

¿Eran infiltrados del Partido Comunista? Esa fue una leyenda bastante posterior, cuyo origen desconozco. Seguramente es cómoda, pero no cierta. Ni siquiera verosímil, que se haya infiltrado a un grupo tan brillante que en lugar de debilitar al PS lo multiplicó varias veces, ganó el congreso y recién entonces comenzó a reunirse pero no con vínculos del PCU.

Entonces se los acusó de fraccionalistas, lo que no puede discutirse mucho. La palabra era tabú porque Lenin había escrito en contra. En su origen, sin embargo, no implicaba que los militantes no pudieran conversar entre ellos fuera de las reuniones -era lo que hacíamos todo el día-, sino que el partido no funcionara con bancadas rígidas, porque eso deteriora la vida interna. Fracción parlamentaria era la palabra usada en Alemania para lo que aquí llamamos bancada de tal o cual partido.

La prueba contrta la idea de entrismo es la actitud del PC. Álvez, un dirigente de Artigas, les mandó decir: “Muchachos, no se les ocurra fundar el Partido de los Socialistas de Mayo.” Los expulsados no invitaron a nadie a seguirlos. Es más, a los que nos acercamos a ellos nos pedían que no lo repitiéramos para evitarnos problemas. Pero, considerando su situación, pasados unos días fueron a entrevistarse con Arismendi para ingresar a su partido. Es obvio que el PC tenía una política de relación con el PS mucho más elaborada que la recíproca. Pero toda ella se podía caer si el PC aceptaba a estos militantes, de manera que el dirigente comunista fue muy cortante: “Nuestra alianza es con el Partido Socialista y no con un grupo de imberbes.” Y los dejó a la intemperie.

En las semanas siguientes el ambiente se hizo difícilmente respirable. Una comisión de disciplina expulsó a la actual diputada Bertha Sanseverino, entonces secretaria del Comisé Central y al actual decano de Humanidades Álvaro Rico, entonces dirigente de la BJS (Brigadas Juveniles Socialistas). En seguida salió una resolución de la dirección intimando a las mujeres de los expulsados a elegir entre su relación con ellos y su permanencia en el Partido.
Vino el golpe y las ocupaciones; en particular de los centros universitarios. Fue allí que un alud de socialistas decidió separarse de su partido. Y algunos dirigentes de la UJC, siempre presionados por mostrar cifras de nuevos afiliados, comenzaron a burlar la prohibición de Arismendi y afiliarlos, primero disimulándolos en los seccionales más remotos y luego sin disimulo. Hubo una tensa reunión entre Jaime Pérez y Ramón Martínez, secretario general del PS, pero la sangre no llegó al río. En ese alud puede estimarse que se pasó quizá entre la mitad y dos tercios de los militantes. Y la sangría se prolongó durante meses.

Yo me consideraba incluido en esa tendencia, aunque no había mantenido ninguna reunión fraccional. Sin embargo, no veía que esa coincidencia fuera razón para irme. Decidí quedarme porque si lo hacía quizá en mi barrio se desmoronaría un pequeño núcleo de resistencia a la dictadura, lo que me parecía un error. Es más, luego del golpe se elevó la meta y se llamó a triplicar el número de afiliados. No me parecía una idea razonable, más bien me inclinaba por asegurar más la seguridad, pero mi núcleo triplicó. Creo que debe haber sido el único.

Estando encargado en solitario de la guardia de Casa del Pueblo, tenía base en la biblioteca, donde no había ventanas que pudieran ser atacadas. Un día veo sobre el escritorio de Ramón Martínez, el secretario general, que estaba en esa pieza, un papel con una lista para citar a la Comisión de Disciplina que me incluía.

Calavera no chilla. Cuando se fueron los de febrero se aplicó la absurda tesis de que al irse debilitaban a la vanguardia de la revolución y, por tanto, favorecían al enemigo y como tales había que tratarlos. Más irracional cuando algunos -muy pocos- siguen utilizando ese criterio con la gente de entonces, cuando el PS hace ya rato que no tiene la concepción mesiánica y vanguardista que le daría sustento.

Un día de principios de junio se me había acercado al mostrador de la guardia alguien que consideraba “de la mayoría” y me preguntó que opinaba. Comencé a decir una frase y me cortó: “Ah, ta”, y se fue. Me di cuenta de que me había buscado la lengua y me habrían expulsado si no hubiera sobrevenido el golpe. No por opinar distinto, sino por hacerlo ante alguien que no era de mi organismo.

A fin de año, una enfermedad me tuvo cuatro meses en cama. Quedara lo que quedara en mi barrio, no era razonable pensar que mi lugar siguiera siendo ese, que se había vuelto inhabitable. Había sido el último socialista en entrar a Casa del Pueblo, la tarde en que declararon asociación subversiva al PS, el PC, la CNT, el Sunca, el Untmra y otras organizaciones. Adentro, atrás de los libros, quedaron una escopeta, un par de revólveres y alguna otra cosa, todas con mis huellas. Nunca “aparecieron”; algunas familias de policías ocuparon el local y vendieron todo lo que pudieron aprovechar, incluyendo muebles y libros. Pasado el verano, llamé al encargado de finanzas y le entregué la llave de Casa del Pueblo y unos libros y altoparlantes para auto que había rescatado del local Mateotti, de La Unión.

Tenía 19 años. Me alejé aunque quedaron muchos de mis mejores amigos. Y, como muchos otros, sigo sintiendo esos años en el Partido Socialista como los más felices de mi vida. Seguramente porque los que siguieron fueron de dictadura; seguramente porque éramos jóvenes; seguramente porque la velocidad de las cosas no nos dejaba aburrir, y seguramente porque creíamos estar haciendo grandes cosas. Y quizá sí.

 

Por Jaime Secco
Periodista Uruguay

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