…esas colusiones tienen un origen que va más allá del entramado legal. Y no es otro que la colusión política, orquestada en el amanecer de la Concertación, “el pecado original”, o en este caso, “la colusión original” y que ha dado origen a todo el resto.
Desde el año pasado que vienen reventando como un tren de olas, uno tras otro, los escándalos de empresarios y empresas y uno tras otro desfilan ante los medios y/o la justicia, sin pudor alguno.
Se coludieron por años para repartirse el mercado y subir los precios a su regalado gusto, generando que muchos productos se encarecieran artificialmente y que gran parte de nuestros ciudadanos vivieran peripecias para poder llegar a fin de mes, gracias a la codicia de estos inmorales y -por qué no decirlo con todas sus letras-: delincuentes (independientemente de si son o no juzgados por nuestra justicia, sostenida en febles leyes).
Pollos, farmacias, asfalto, papel higiénico, supermercados y la lista, no cabe duda, seguirá aumentando mientras los propietarios se defienden con pueriles y viles argumentos, echándole la culpa siempre a los gerentes o subgerentes y ellos, enterándose siempre por la prensa, haciéndose los indignados, mientras sus pares siguen defendiendo el modelo neoliberal y justificando esto sólo como “errores” o salidas de madre de unos pocos.
¿Pocos?
La lista parece interminable y recién se está empezando a destapar la letrina en la cual vive y lucra la élite chilena. Más bien da la sensación de que son pocos los grandes empresarios honestos y no al revés como nos quiere hacer creer su cúpula, apoyados siempre por el descarado cinismo del duopolio informativo.
Sumémosle a lo anterior el verdadero oligopolio de la salud privada, de las pensiones, de la permanente repetición de los nombres de dueños y directores de universidades, isapres, AFPs, colegios y un largo etc. Lo que nos lleva a concluir que la colusión no es más que una secuencia y consecuencia lógica de un sistema creado y montado a propósito, con el fin de que un reducido grupo de chilenos fuera el dueño efectivo del país. Con capacidades fácticas impresionantes, como ha quedado demostrado con la “seducción” de políticos de todos los colores, vía aportes legales o ilegales, morales o inmorales como el caso de SQM, propiedad del yerno de Pinochet, quien financió a varios conspicuos miembros de la Nueva Mayoría-ex Concertación.
Pero esas colusiones tienen un origen que va más allá del entramado legal. Y no es otro que la colusión política, orquestada en el amanecer de la Concertación, “el pecado original”, o en este caso, “la colusión original” y que ha dado origen a todo el resto.
La Concertación decidió echar por la borda todo aquello por lo que tanta gente luchó contra la dictadura, aquello por lo que fue torturada, secuestrada, asesinada y hecha desaparecer. Todo para aliarse y transar principios por prebendas con la derecha pinochetista y la derecha económica, repartiéndose amigablemente el país y el poder.
Los dirigentes concertacionistas se apropiaron de la “democracia” y la impregnaron de miedos y transiciones interminables. Y terminaron de convertir a los ciudadanos en meros espectadores de su propio destino, mientras mantenían y mantienen incólume el sistema, haciéndole retoques menores, cosméticos, pero nunca de fondo y siempre en connivencia y concomitancia con los dueños del país.
Y acá no se trata de hacer una revolución, sino que simplemente de hacer cambios que alteren sustancialmente el paradigma neoliberal, el cual consiste en que unos pocos, -demasiado pocos- se apropian de casi todo el PIB nacional, donde las PYMES, -ahora llamadas EMT o Empresas de Menor Tamaño – ¡siempre el eufemismo torpe de los pseudo progres! – ocupan gran parte de la mano de obra nacional, pero producen solo unos miserables puntos del ingreso.
Donde los alumnos de la educación pública mayoritariamente rondan -por debajo- los 500 puntos en la PSU, producto de una educación deficiente y de las condiciones socioeconómicas de su entorno; donde el 80 % de los compatriotas se atienden en una salud pública donde hay meses y meses de espera para cirugías, donde la masa de los jubilados viven con pensiones de hambre, donde la casta política se perpetúa y autorreproduce en los salones del poder, donde además quedan sin sanciones efectivas cuando incluso son declarados culpables de delitos por la justicia. Y donde ponerse de acuerdo contra los consumidores para seguir enriqueciéndose no tiene costo alguno, a lo más un murmullo, una especie de condena social que no les hace mella.
Ese es el modelo y sus consecuencias, el que la colusión política ha mantenido y quiere seguir manteniendo a toda costa, incluso a pesar de sus puños izquierdos en alto, pero con los bolsillos calientitos y sus traseros bien acomodados en mullidos sillones.
Repito e itero: no estoy en contra del mercado. Lo que queremos es que Chile vuelva a ser un país de todos y no de unas pocas aves de rapiña insaciables y miserables de alma y espíritu.
Y eso no sucederá en este país mientras la casta política siga coludida en su pecado original sólo para mantener sus mezquinos intereses.
A no ser que nosotros, ciudadanos, los obliguemos a ello.
Por Ricardo Farrú
Director del periódico El Pilín
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