La intolerancia como práctica consuetudinaria y abusivo ejercicio de poder en una sociedad con agudas contradicciones, es el disparador temático de “Mustang”, la coproducción franco-turca de la debutante realizadora Deniz Gamze Ergüven.
Este film, que fue nominado al Oscar en la categoría Mejor Película Extranjera, indaga en la anquilosada mentalidad patriarcal de sociedades incapaces de superar los acotados esquemas mentales marcados por la tradición.
Por supuesto, esos valores o en este caso antivalores están firmemente arraigados en el imaginario colectivo, al punto de condicionar las conductas sociales y conculcar las libertades individuales.
La película denuncia –sin eufemismos- hasta qué punto estas expresiones de brutal intolerancia pueden provocar estragos y hasta devenir en tragedia.
Como si se tratara de una contracara del ulterior desarrollo del relato, la historia comienza con una celebración simbólica plena de alegría, cuando un grupo de adolescentes turcas festejan alborozadas la culminación del año lectivo escolar.
La imagen, que transcurre en una paradisíaca playa del Mar Negro, es una auténtica postal de la alegría, con las jóvenes compartiendo juegos con los varones.
Sin embargo, esa experiencia, que en nuestro Uruguay se tomaría con absoluta naturalidad y no generaría ninguna consecuencia, detona un conflicto de reales proporciones que marcará a fuego el destino de las protagonistas de la narración.
No en vano se trata de cinco hermanas adolescentes huérfanas que viven con un tío y una abuela, ambos aferrados a una disciplina espartana y ciertamente de trazo represivo.
Para esos dos “dictadores”, el mero contacto informal de las chicas con el sexo masculino es una suerte de “pecado”, que debe ser debidamente castigado porque no se avine a las costumbres hegemónicas.
En ese contexto, todo el film transcurre en una casona de un pequeño pueblo turco, donde las “rebeldes” adolescentes serán recluidas como si se tratara de delincuentes.
Además de la prohibición de abandonar la propiedad, las restricciones incluyen la eliminación de teléfonos y computadoras y la limitación de la libertad ambulatoria. Para ello, la vivienda será dotada de rejas, como si se tratara de una prisión.
Obviamente, todas deberán vestir largas túnicas, que, por sus características, camuflan los cuerpos y ocultan los rasgos femeninos.
Por supuesto, la medida más drástica es no dejarlas concurrir a la escuela, ya que su destino será prepararse para ser devotas esposas de maridos a los cuales obviamente no conocen.
La sumisión de la mujer llega a tal extremo que los casamientos son acordados y la novia debe llegar virgen al lecho nupcial, lo cual debe ser públicamente testimoniando con la exhibición de la sábana ensangrentada por la desfloración durante la noche de bodas.
Tal es el esquema de radical dominación al cual son sometidas las azoradas protagonistas, cuya voluntad es absolutamente ignorada por los adultos que las tienen a su cargo.
La debutante realizadora sabe imprimir al relato la adecuada tensión dramática, apenas alternada por algunos oportunos toques de humor de acento satírico. En tal sentido, la escena en la cual las adolescentes huyen para observar un partido de fútbol resultada muy sugestiva y hasta divertida.
En ese contexto, la cineasta construye una escenografía marcada por el conflicto, que confronta a una sociedad anclada en el pasado con una generación emergente que ansía ejercer plenamente sus derechos.
Aunque la historia está marcada por la tragedia, un par de manifestaciones de rebeldía pautarán el espíritu emancipador de estas adolescentes que no se resignan a su aciago destino de postración.
Tal vez la imagen más contundente es la resistencia a un casamiento acordado, con dos de las hermanas parapetadas dentro de la casa para evitar que ingresen el novio y los invitados.
El film, que posee una superlativa potencia expresiva, corrobora que en Turquía conviven dos países: el conservador y aferrado a las costumbres ancestrales y el que comienza a despuntar entre los jóvenes, que aspiran a vivir en una sociedad bastante más abierta y tolerante.
“Mustang” propone un cuadro humano realmente removedor y no exento de implícita violencia, en el cual abundan los apuntes costumbristas que describen prácticas virtualmente perimidas en otras regiones del planeta.
Pese a tratarse de su primer largometraje, Deniz Gamze Ergüven sabe imprimir a su historia toda la intensidad dramática de una contingencia marcada por la colisión entre modelos culturales y el indomeñable espíritu emancipador.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
La ONDA digital Nº 753 (Síganos en Twitter y facebook)
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.