Unas sombras se mueven contra las paredes, evitan las luces de la calle y se acercan rápidamente a las puertas de los edificios para introducir en los buzones y por debajo de las puertas unos volantes de 15 x 25. Caminan ligero, en parejas, por cada vereda. Evitan a los peatones y se cuidan muy bien de entregar su hojita en mano o en los portales muy iluminados. Son mensajes subrepticios y tienen razón para hacerlo así.
El volante impreso por las dos caras en buen papel blanco y en colores ostenta el título «¿El crimen del aborto, un nuevo derecho?» y debajo una foto evidentemente trucada de una mano sobre la cual hay una especie de crustáceo rojizo y al pie la leyenda «Este es un bebé abortado a las 11 semanas de embarazo». Luego otro título en gruesas mayúsculas: «el aborto elimina una vida».
Hasta aquí podrían haber repartido los volantes a la luz del día. Es el guión conocido de los fanáticos oscurantistas empeñados en criminalizar a las mujeres, oponerse al derecho fundamental a la salud reproductiva y a la voluntad clara, democrática y legalmente expresada en el Uruguay. Pero el resto del contenido del volante explica porque es anónimo y hay que repartirlo a escondidas.
En efecto, se incluye listas detalladas de legisladores, senadores y diputados, de los distintos partidos que votaron la ley de salud reproductiva y se recomienda «doblar y guardar este folleto (sic) junto a tus documentos hasta las próximas elecciones».
He ahí el huevo de la serpiente. Esto es fascismo puro, los métodos típicos del nazi Joseph Goebbels que por cierto no los inventó sino que refinó los del inquisidor Torquemada, los autos de fé y las hogueras con las que se defendió durante siglos el poder de la Iglesia Católica, se amenazó a Galileo, se excomulgó y eliminó a los herejes, a las brujas, los judaizantes, los musulmanes, los hombres de ciencia, los hugonotes, los caciques indígenas, desde luego después de haberles expropiado todos sus bienes.
Aquí se trata de hacer campaña de terror contra los representantes electos del pueblo uruguayo, de descalificar y enchastrar la legalidad democrática presentándolos como responsables de crímenes. Ahí aquí un verdadero «atentado a la constitución», incitación al odio y «represalia electorera» que siempre puede capitalizar algún representante de la rancia derecha vernácula. Por eso deben proceder anónimamente y en las sombras.
Si el ultramontano Monseñor Cotugno fuera todavía el jefe de la Iglesia Católica, que hasta hace poco amenazaba con la excomunión a los representantes del pueblo que votaran la ley, se podría decir que estos volantes son de su estilo, inspiración o aquiescencia.
Ahora, el nuevo arzobispo, Monseñor Sturla parece un pastor respetuoso de quienes no piensan como lo decreta la Iglesia o las sectas llamadas evangélicas. Sería interesante que se pronunciara sobre estos métodos inquisitoriales y antidemocráticos. Que condenara sin demasiado gre gre estos métodos promotores del odio y por ello tan opuestos al espíritu cristiano.
Las iglesias, en general, son instituciones jerarquizadas que privilegian la obediencia de los fieles, la abolición del pensamiento crítico pero que también reclaman valores caritativos y solidarios. Esto le confiere a los líderes religiosos una doble responsabilidad, la de luchar por sus creencias y, al mismo tiempo, la de hacerlo según ciertos valores espirituales típicamente humanos independientemente de la inspiración divina de su mandato o, a veces, precisamente por eso mismo.
Lo que no se le puede reclamar a las sectas evangélicas, que por lo común son grandes máquinas de vender cura y consuelo diezmando el bolsillo de los crédulos, tal vez se le pueda pedir respetuosamente a Monseñor Sturla: que desligue a su iglesia de los métodos del oscuro pasado y, en este caso, de una campaña anónima y canallesca, denunciándola y pidiendo que quienes la desarrollan asuman públicamente sus responsabilidades.
Por Constantino el Pequeño
La ONDA digital Nº 676
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