El problema -o la solución- de escribir sobre la muerte de un amigo es que inevitablemente, en cierta medida, uno termina escribiendo sobre uno.
ES como un chiste de Javier Ortiz. Se encontró por la calle con un amigo al que hacía tiempo no veía, intercambiaron comentarios sobre de todo un poco, hasta que el amigo le dijo: «pero dejémonos de banalidades y hablemos de tí. ¿Qué opinas de mí?».
Buen chiste de velorio.
No fui al velorio de Raúl Legnani. Fue en un horario corto durante el que tuve que estar en la oficina, pero si hubiese tenido libre el tiempo tampoco hubiese ido. Èl no estaba ahí ni en ninguna parte o al menos eso creía él, que tanto admiraba, por atea, la tumba de Luis Batlle. Fui sí a verlo al sanatorio. Tres veces. La tercera de casualidad y le grabé sus recuerdos del exilio porque él tenía una especial admiración por El Museo de la Voz, pero dejémonos de banalidades y hablemos de él y de ella.
El era maestro como su madre. Era batllista. Consecuentemente leninista. Era operador político. No se consideraba periodista. Era más amigo de sus amigos que enemigo de sus enemigos (aunque tenía enemigos fieros). Sabía lo suyo de política. Sabía preguntar. Sobre todo sabía preguntar. Era mexicano además de uruguayo. Creo que tomó demasiado whisky desde que lo conocí y supongo que desde mucho antes. Creo que fumó demasiado. No fue implacable y hasta diría que ni siquiera fue maleante.
Fingía alarmarse por los errores pero lo divertían; su amargura como su felicidad eran más hondas. Su rasgo leninista dominante fue el pesimismo de la inteligencia. No sé si Onetti no creía en nada con más escepticismo que Raúl. No le gustaba Onetti.
Por momentos parecía colérico pero era más alemán que italiano. Se llamaba Otto además de Raúl, pero era más Raúl que Otto y más Otto que Legnani. Sabía que Fidel se llamaba Fidel Alejandro Castro Ruz.
Era un tipo agradecido. No era chancho. No le molestaba que le dijeran El Chancho y tenía razón en eso. Para mi gusto era un columnista político que el New York Times hubiese sabido aprovechar si en vez de periodista no hubiese sido operador. Por algo no supo aprovecharlo ni siquiera la derecha uruguaya.
Es, con nombre y apellido, personaje de dos de mis novelas (La mirada de Federico y el Muro a Federico García Lorca). Pensaba, con Federico Fasano, que la obsesión es el motor de la historia. Fue fundador de Laondadigital. No nos dejó solos. Era viejo, más viejo que el Colo Etxave que tenía más años que él. Era un niño. Por eso fuimos amigos.
Blasfemaba sin Dios, le gustaba escribir y tenía por los boliches el mismo apego que Luis Buñuel por los cafés. Pensó que le tendría más miedo a la muerte. Eso me dijo en el Casmu la última vez que lo vi. «No es tan fiera» me dijo. Sin embargo era débil en su cuerpo imponente que ayudó innecesariamente a destruir y lo tonto que tenía, es que en el fondo le avergonzaba ser débil.
Por José Luis González Olascuaga
Periodista y escritor uruguayo
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