Todas las diásporas nacionales, en todas las disciplinas, a cierto plazo enriquecen a sus naciones, a pesar de lo trágicos y traumáticos que hayan sido y sean sus motivos. Tener asiento en gran parte de este mundo cada vez más globalizado –irreversiblemente globalizado– es bastante más que tener legaciones diplomáticas.
En el fútbol uruguayo las migraciones que alimentan su diáspora son constantes, sin ninguna solución de continuidad previsible y parten de la legendaria “cantera inagotable” del país que comparte con Alemania, el record de futbolistas afiliados por habitante. 5.000 en el ámbito de los clubes profesionales y sus divisiones formativas y AUFI y más de 200.000 en clubes de ámbito amateur, entre OFI y el Baby Fútbol. Miles de nuestros futbolistas juegan en el exterior, desde hace cuatro o cinco décadas, es decir: tres o cuatro generaciones que suceden en masa a los emigrados de elite desde los años 30.
Uruguay y Argentina (bastante luego, Brasil) fueron pioneros en exportar a sus mejores futbolistas y aun así, prescindiendo de ellos, ganaban los torneos internacionales. Hasta que llegó el momento en que las inversiones económicas emparejaron la cultura futbolística. Primero con Brasil. En 1958, la Argentina que había goleado a Brasil en el Sudamericano más reciente, vendió a Italia a Sívori y a Angelillo, no los llevó al Mundial de Suecia, donde Brasil, yendo entero, ganó. Uruguay ni siquiera fue. Tenía en Italia a Ghiggia, Schiaffino, Abaddie… y a nadie se le ocurrió traerlos. Nunca había sido necesario recurrir a la celeste peregrina para ganar mundiales.
Todavía en 1990 persistía la opinión mayoritaria de los medios y sus periodistas más destacados de no “repatriar” y esa opinión se impuso (una historia hoy interesadamente olvidada por sus protagonistas) hasta bien entrados los ’90.
Ahora nadie se atrevería a cuestionar la llegada de la inmensa mayoría de nuestros seleccionados desde el exterior. Ni siquiera de los que llegan a jugar a la Sub-20, desde Boca o el Real Madrid, entre otros, pero no sólo nuestros seleccionados que juegan afuera sino también la masa de futbolistas uruguayos en el exterior, hace que en la Primera de Uruguay aparezcan con altísimo nivel de exigencia sustitutos muy jóvenes.
Y vaya si es exigente este medio. Siempre tendemos a menospreciarlo. Eso suena fino, pero aprendimos un poco cuando no estuvieron Suárez ni Cavani y la Selección igual rayó a gran altura. Entonces los que decían que la Selección era sólo un “milagro” llamado Suárez, olvidando que Luis Suárez se formó también en la Selección, que no lo trajo la cigüeña de París ni de Amsterdan ni de la Premier Ligue ni de las formativas del Barça, ahora dijeron que lo que pasa es que “la Selección es otro mundo (el de la patria peregrina); el fútbol uruguayo en el país es un desastre”. Nos hace falta aprender a querernos un poco más.
Suárez se formó en Nacional (y en el Urreta de baby fútbol y en el Artigas de Salto) y hubo un técnico –Lasarte– que lo bancó cuando parte del público quería que lo perchara, porque ni siquiera a Suárez le fue fácil empezar acá, donde tampoco es fácil terminar. “En todos los otros campeonatos por lo general tenés tres o cuatro cuadros a los que sabés de antemano que les ganás; en el Uruguayo, ninguno. Todos te marcan muy bien y te hacen partidos complicadìsimos” me dijo una vez un técnico argentino, refiriéndose a lo difícil que se le había hecho dirigir acá.
La gran mayoría de los que juegan bien acá después salen y juegan bien en donde les toque y después, si les toca, juegan bien en la Selección, pero cuando jugaban acá, si decíamos que jugaban bien, los mentores de que “nuestro fútbol es un desastre” nos acusaban de vender humo.
Vimos a Amaral y a Valverde, por ejemplos, surgir adolescentes definiendo partidos en los grandes, vi, paradigmáticos, a Schiapacasse y a De la Cruz (especialmente a éste) hacer una diferencia impresionante con dieciocho años y recibir más patadas que todas las que puedan recibir en cinco o seis mundiales…
Después es lógico que se junten con los peregrinos o peregrinen ellos mismos y salgan campeones sudamericanos y sean protagonistas del Mundial, aunque representen a un país de tan sólo tres millones de habitantes, que no es precisamente una potencia económica.
Bah, no sé si es lógico, y tampoco es natural, pero es lo que ocurre.
(continúa)
Por José Luis González Olascuaga
Periodista y escritor uruguayo
Fuente de la foto de portada “Mundo Uruguayo”
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