Editorial
El periódico caganchero al cumplirse 45 años del Golpe de Estado de 1973 produjo un editorial intitulado; «Las puertas del Infierno».
El Infierno, para los católicos, siguiendo los comentarios teológicos de los papas Juan Pablo II y Francisco, no sería un lugar sino un estado del alma.
Así y todo, lugar o condición espiritual, es donde van a dar los espíritus innobles y toda aquella alma turbada que no supo seguir en vida determinado código ético y moral.
La teoría de los dos demonios y la verdad histórica
De todos modos, con o sin mirada provista de religiosidad, aquel título bien como parte no menor de su contenido parecería querer invocar la “teoría de los dos demonios”.
Tal invocación, no solo es contraria a la verdad histórica – con pruebas irrefutables – sino que a su vez resultaría ser tan temeraria como perversa.
La razón estriba en que con su invocación – a sabiendas o no – se diluye la pluri causalidad y, no menos importante aún, la directa responsabilidad de los civiles y otros advenedizos en la corresponsabilidad de los hechos que trajeran consigo la instalación de una dictadura cívico-militar en el Uruguay.
Criminales de escritorio
Es sabido que el golpe de Estado se llevó a cabo no por la lucha contra la sedición y sí para impedir que la Justicia interviniera llevando luz para dilucidar, por ejemplo, las torturas que tuvieran por protagonistas a ciudadanos indefensos en los cuarteles de Paysandú. Lamentablemente, las pruebas de acciones tan ignominiosas vieron la luz pública muchos años después.
La segunda causa del Golpe – dado que la guerrilla había sido derrotada en 1972 – fue la cobarde, mezquina y subalterna apetencia de poder de ciertos pusilánimes – entre los cuales no pocos, ni ignotos, civiles – que se prestaron para esta alta traición a la Patria y a su Constitución, principio rector del Estado de Derecho.
Por consiguiente, lejos de dos demonios – Sedición vs Militares – en realidad hubo una hidra -integrada por civiles, militares, policías y “selectos” funcionarios de otros países- versus la sociedad, puesto que miles y miles de inocentes fueron víctimas del terrorismo de Estado.
Dice el filósofo americano John Rawls, en “El derecho de gentes”, que los pueblos deben respetar los derechos humanos, bien como observar ciertas limitaciones específicas en la conducción de la guerra.
Con esto, queremos significar que no es válido el intento de igualar la responsabilidad de la sedición – que la tuvo, indudablemente – con el terrorismo de Estado. Éste último, por su peso y poder, reviste una importancia muy superior y, consiguientemente, una responsabilidad mayor, nunca equiparable a la primera.
Asimismo, dice Rawls en “Sobre las libertades” que:
1- Toda persona tiene igual derecho a un régimen plenamente suficiente de libertades iguales, que sea compatible con un régimen similar de libertades para todos.
2- Las desigualdades sociales y económicas han de satisfacer dos condiciones. Primero, deben estar asociadas a cargos y posiciones abiertos a todos en las condiciones de una equitativa igualdad de oportunidades; y, segundo, deben procurar el máximo beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad.
Continuemos.
Tan cierto es que la sedición fue de frente contra la institucionalidad del país, como que hubo una multicausalidad que coadyuvó para el surgimiento de este estado de situación. Remarcamos que en nada buscamos convalidar o justificar la aparición de grupos armados en contra del Estado, pero con el mismo rigor nos negamos a olvidar la atmósfera de los años 50 y 60.
La oligarquía y la democracia burguesa, como cita el editorial caganchero, son para nosotros la clase dominante y sus secuaces. Estos estamentos llevaron al país a un estado de situación de callejón cerrado, sea por la elevada corrupción (bancos con negocios sucios y financieras non sanctas, por ejemplo), entre otras filigranas de las élites de aquel entonces.
¡Nunca Más al terrorismo de Estado!
Para hablar del “Nunca Más” debemos recordar a Theodor Wiesengrund Adorno que con su imperativo categórico “Nunca Más Auschwitz” estableció un antes y un después entre el terrorismo de Estado y el derecho de las gentes.
Cuando los cagancheros se refieren a los textos de historia y, por ende, a la educación debieran, entonces, recordar a Adorno y a la necesidad de dar paso al cuidado de la libertad que vaya de la mano con una educación, desde la más tierna infancia, generosa en valores éticos y morales que den por fruto el respeto, cotidiano y natural, del otro hombre, de la otra mujer para con sus semejantes.
La Educación
Solamente en la educación la humanidad tiene la posibilidad de mantenerse erguida y no degradarse, diciendo así un “Nunca Más” a un estado de espíritu tan abyecto como destructor de vida con sentido.
Si bien es posible continuar hundiendo el dedo en las llagas históricas de inefables escribas, optamos por volver nuestra mirada hacia la Educación.
La educación primaria es la educación primera, y toda educación – sea en la casa, como en el aula y en el barrio – debe propender a que la niña como el niño alcancen la categoría de persona como sujetos responsables que, conocedores de sus derechos y obligaciones cívicos, sean dignos de respeto y proyección. Sin mutilaciones y sin buscar mutilar.
En un Estado de Derecho los adjetivos calificativos importan. Que no alcanza con hablar de democracia y libertad – como lo hace aquel editorial -, sin calificarlas debidamente:
Democracia participativa – Libertad responsable.
La diferencia está entre ser individuo (autoconvocado) o persona (ciudadano).
Así estando las cosas, por la memoria y reparación de aquel Infierno digamos a viva voz:
Nunca Más un 300 Carlos.
Nunca Más un 14 de abril.
Nunca Más un 17 de abril.
Por Héctor Valle
Investigador social y periodista
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