La tecnología se supone que resuelve problemas y nos ayuda en la vida cotidiana, pero se ha convertido en un código de conducta. Ahora, no estigmaticemos el progreso y encontremos las ventajas de estas adicciones.
La adicción al internet es algo que no tiene edad, y se caracteriza en que estar conectado se convierte en la actividad principal de esa persona, al grado que les evita tener contacto interpersonal y ver qué sucede a su alrededor. La adicción al internet y a los teléfonos celulares es una conducta que, al contrario del alcoholismo o las drogas, está bien vista socialmente, porque permite tener esa actitud de que enviar mensajes es indispensable y que los usuarios son todos muy, muy importantes. Las personas no dejan de revisar sus teléfonos en todo momento, entorpecen el tráfico, provocan accidentes, es normal ver a las madres atender más a sus pantallas que a sus hijos. La tecnología se supone que resuelve problemas y nos ayuda en la vida cotidiana, pero se ha convertido en un código de conducta. Ahora, no estigmaticemos el progreso y encontremos las ventajas de estas adicciones.
En las comidas familiares es preferible que todo el mundo esté callado viendo sus teléfonos que hablando lugares comunes o soportar los comentarios de las sobrinas iletradas. En las juntas de trabajo cuando la mayoría esté distraída viendo sus pantallas, como si esperaran información clasificada, es momento para filtrar decisiones y hasta revisar nóminas sin que los afectados se percaten. Las pantallas también funcionan para mentir, se miran rápidamente y con arrogante desplante se puede salir huyendo porque algo “urgente” se presentó. Como se supone que entre más importante es alguien más enganchado está, son ideales para aparentar éxito advirtiendo constantemente que ese mensaje o esa llamada son de vital jerarquía.
La ciencia nos había ensañado a dudar, éramos incrédulos, internet borró la diferencia entre conocimiento, información e infundio, la red nos ha regresado a la edad de la inocencia, somos totalmente crédulos, no cuestionamos lo que aparezca en una pantalla, nos tragamos lo que sea, y además, lo hacemos “viral”. Internet democratizó a la fama, basta que alguien haga una barbaridad y la suba a la red para ser famoso instantáneamente. Cambió el sentido de la amistad, antes tener seis amigos era una fortuna, ahora hay niños con 5 mil amigos que nunca han visto. Y las dos más grandes ventajas son las que los psicólogos condenan, la primera evita el contacto interpersonal, creo que nos beneficia que nos ahorre conocer o intimar con gente con la que nada tenemos que estar haciendo, es decir, a mí por lo menos, no me interesa tratar con gente que vuelca sus horas en revisar tuits. Y la otra: que impide hacer otras cosas, a mí que me digan ¿qué otra cosa mejor tiene alguien qué hacer si la pantalla le llenó su existencia?
La realidad es que la gente que dedica sus horas a ver sus diferentes pantallas no tiene intereses, no tiene lecturas, no hace nada con su cuerpo, no sabe qué es el silencio, y cree que el mundo comenzó en facebook. Está perfecto, para ellos la realidad es demasiado demandante y esta adicción, como todas, los libera de la enorme carga de ser.
Por Avelina Lésper
Experta mexicana en Arte
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