Empiezan las vacaciones de primavera, un lunes de sol y cielo azul brillante, todos al Prado. Son las once de la mañana y cientos, tal vez miles de padres con sus niños, recorren el paseo pero no todo es agradable.
Más allá de la orilla noroeste del Miguelete, cruzando Luis Alberto de Herrera, se extiende un amplio sector de arbolado y césped en suave pendiente, ideal para un picadito, para remontar las primeras cometas de la temporada o para juntar macachines al sol.
Al Este se encuentran hamacas, toboganes y subibajas – afortunadamente bien conservados y muy concurridos – y una batería de baños públicos. Más allá el famoso laguito del Prado presidido por el verde Neptuno y en cuyo circuito navega el “vaporetto”.
Al norte se encuentran los fondos del Liceo Militar que, dicho sea de paso, ocupa un gran sector que nunca utiliza. Por el lado oeste se extiende el Prado, junto a los fondos de un vivero municipal, en un ancho sitio para juegos y una senda natural muy frecuentada por las familias que llegan al paseo desde Camino Castro.
En este amplísimo espacio verde, en forma más o menos central y a unos 30 metros de los fondos del Liceo Militar se encuentra una sólida construcción de ladrillos en una planta (totalmente exenta) de unos 40 o 50 m2. Una casita que en sus buenas épocas estuvo techada de teja francesa sobre planchada de hormigón (hoy quedan unas pocas pero el techo está sano).
Tiene dos puertas de acceso, que dan al Este (una de ellas doble, de chapa y corrediza con cuatro grandes candados que nadie ha abierto en mucho tiempo, y otra precaria de chapa oxidada y atada con alambre) y ventanas al oeste desde las que se disfrutaría de una hermosa vista si no estuvieran tapiadas.
La casa está en abandono pero no en ruinas. Un cartel de buen tamaño informa que se trata de un “predio municipal cedido a Fernando y J.L. Mengot” por una resolución de la Intendencia Municipal de Montevideo que data de 1987. Esa cesión corresponde a los últimos años de una época en que se entregaban displicentemente los pedazos del Prado a personajes e instituciones privadas, dudosas y diversas.
No se sabe si estos Sres. Mengot serían los creadores y adjudicatarios del antiguo Tren Fantasma del Parque Rodó (1939) pero en todo caso hasta hace unos cuantos meses la casa estaba ocupada. Dos hombres indigentes, muy ancianos, vivían en la casa rodeados de una jauría de perros variopintos.
Sin agua potable, sin luz, sin servicios higiénicos, se les veía haciendo fuego con ramitas en la puerta o en la estufa de leña con chimenea, en invierno, o a la sombra de un viejo eucaliptus, en verano. Un pacífico campamento donde aparentemente algunos municipales guardaban herramientas y donde los ancianos ayudaban a pastorear los petisos que en las tardes paseaban a los niños en derredor del lago.
Los ancianos desaparecieron. Nadie sabe dar razón de lo que sucedió pero la muerte de uno o de ambos ha de ser cosa segura. Los perros, en cambio, permanecen allí pero encerrados.
Una señora cincuentona, bien vestida y producida, concurre regularmente con agua y comida para los animales. A decir verdad los perros están gordos y lustrosos, cada uno con su coqueto collar de suela y medallita metálica en forma de hueso. Les han cambiado las escaseces que compartían libremente con los ancianos por la comida que les suministra su solícita carcelera.
Pero volvamos a la mañana soleada de vacaciones. Una señora con dos niños camina por el Prado siguiendo una senda no pavimentada habitual y que pasa a más de diez o quince metros de la casa abandonada. Entre tanto la carcelera ha abierto la puerta más precaria y los perros que no ven la luz del sol sino cuando les traen el agua están por allí. Otra mujer más joven (25 años aprox.) acompañante de la más veterana, espera sentada en una columna caída, a unos metros del sendero.
El más pequeño de los niños, de unos cinco años corre delante de su madre, el otro viene más atrás juntando semillas. En ese momento un perro algo más que mediano corre desde la casa, sin ladrar, hacia el niño. La madre previene el ataque y abraza a su hijo. El perro salta y muerde a la mujer en la parte alta del muslo y demora en soltarla.
La escena se desarrolla en silencio. La mujer que se encuentra en la puerta de la casa ve toda la escena y no dice nada, no llama al perro, no previene. Su acompañante sigue sentada como si estuviera en su casa viendo TV.
El perro mordedor se aleja y el resto de la jauría ladra desde la casa pero, afortunadamente, no acompañan el ataque. La señora mordida se dirige, desde lejos a la que está en la puerta y le dice “señora el perro me mordió” y aquí viene lo más interesante.
Palabras más o menos la señora de los perros le endilga la siguiente filípica prepotente: “Esta es la casa de los perros, usted no tiene nada que hacer aquí, usted no puede pasar por aquí, estamos en vacaciones, no hay escuela, no queremos niños aquí”. Ante esto la señora mordida, como justificándose “pero vamos para nuestra casa en Camino Castro…” y la respuesta de la irresponsable carcelera es todavía más ridícula: “en Camino Castro no hay nada, no hay almacén, no hay nada, no hay escuela, usted no puede pasar por aquí”.
Dolorida y agraviada, la madre se retira con sus niños. Después vendrá el médico a certificar el hematoma y rasguños que sufrió, para acompañar la denuncia en la Seccional Policial 8ª y en el Centro Comunal Zonal. Los perros siguen presos en “su casa” abandonada. La irresponsable carcelera no va todos los días pero ya llegará el momento en que se la pueda identificar.
Sin lugar a dudas se trata de un episodio menor, insignificante. El problema no radica en lo que sucedió sino en lo que pudo suceder y sobre todo en lo que puede suceder. Como siempre los perros son animales, ni malos ni buenos, muy territoriales y cualquier animal desarrolla un gran estrés si está atado y peor aún si está encerrado 23 horas y media por día o varios días sin interrupción. La responsabilidad es de los humanos, ya sean sus dueños o sus “protectores”.
Un par de semanas atrás un dogo (y no un pitbull que también es un perro de presa genéticamente modificado) atacó a una niña y le causó gravísimas lesiones, en su hogar en el Paso de la Arena. Los tres dogos no eran de los padres de la niña sino que “el dueño había tenido un problema (¿?) y se los había dejado a ellos” y ya le habían mordido a otro de sus hijos de diez años.
Cuando la madre acongojada llamó a una “protectora de animales” para que la ayudaran a disponer de los temibles perros le contestaron que los perros tenían derechos y que no podían hacer nada. “¿Y los derechos de mi hija que está entre la vida y la muerte, dónde están?” se preguntaba la desdichada.
Poco antes otro dogo (también confundido con un pitbull) se escapó en el Cerrito e hizo una correría sangrienta atacando a quien se le cruzó y causando graves lesiones a varias personas. Los niños de una escuela vecina se salvaron porque el episodio se desarrolló media hora antes de la entrada. Los vecinos dicen que saben o sospechan quien es el dueño del animal. ¿Será llamado a responsabilidad alguna vez o tendrá que producirse alguna muerte para que alguien adopte al pobre animalito?
En la casa de los perros en el Prado habrá que establecer quien es la señora responsable del maltrato animal y del desprecio por la seguridad de los viandantes para prevenir otro episodio desgraciado, como el del Paso de la Arena o el del Cerrito. Tal vez la policía comunitaria pueda establecerlo.
La Intendencia Municipal de Montevideo tendrá que dilucidar el origen y el estado actual de esa cesión de un predio. Las razones, si es que las hubo, para cederle a los Sres. Mengot una casa en el medio de un paseo público, hace 27 años, han de haberse extinguido y dicha concesión graciosa debe ser revocada de inmediato para eliminar el abuso y la irregularidad que se ha configurado con esta peligrosa cárcel de perros.
Las carceleras que les llevan agua, comida y bonitos collares con medallitas bien pueden llevarse a los pobres animales a sus casas. Al local se le puede dar un uso adecuado o demolerlo si no hay posibilidades de “humanizarlo”, lo que servirá para eliminar un foco de contaminación porque la casa tapiada es también un basural.
Por Lic. Fernando Britos V.
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