Por Eduardo Platero
Que Joe Louis hubiese derrotado a Max Schmeling, ese alemán que se había llevado la corona de todos los pesos a tierras de Hitler, estaba bien. Y también lo estaba el que hiciese demostraciones para los soldados aliados durante la Guerra pero, una vez finalizada ésta, el viejo racismo confederado comenzó a sentirse molesto.
No les gustaba que “un negro” fuese titular de la corona de todos los pesos. Algo que, por lo menos desde Dempsey, había sido ostentada por blancos. Casi, se podía decir, “blancos correctos”. Anglosajones y protestantes.
Así que, en los años de post guerra comenzó la búsqueda de “La Gran Esperanza Blanca”. De alguien que devolviese la corona al sitio correcto.
Lo mejor que encontraron – y era realmente bueno – fue Billy Cohn. Medio pesado y judía. El ideal no se pudo alcanzar. Pero, un judío combatiendo en el Madison era “local” y unas libras de diferencia podían ser compensadas con la mayor agilidad y ligereza.
Recuerdo la pelea y la previa porque en el 46 la reconversión de la industria bélica nos inundó de molinos cargadores. Estaban baratos y con facilidades. Lo caro eran las baterías por lo cual, el de casa únicamente contaba con una y su carga era celosamente custodiada por mi padre. Sobre todo cuando se esperaban grandes sucesos que “La Cabalgata Gillete” trasmitiría para el mundo.
El encuentro entre Joe Louis, “El bombardero de Detroit” y Billy Cohn, la “Gran Esperanza Blanca” fue un acontecimiento mundial. Como la detonación de la Bomba Atómica en el atolón de Bikini. Así que, en la noche, escuchamos la pelea, mi padre y los dos mayores. En la oscuridad, no sea cosa que la batería se agotara en medio de ella.
Fue una buena pelea, incluso, hubo un momento en que Billy Cohn le acertó de lleno conmoviendo al Campeón. Pero, a pesar de las esperanzas y la localía, el triunfo por puntos fue para Joe Louis.
En la revancha, éste, especialista en revanchas, liquidó el pleito rápidamente. Fue el fin de la “Gran Esperanza Blanca”. A excepción del reinado de Rocky Marciano, todos los campeones fueron negros. Cosa que no es de extrañar, los afroamericanos, en general, son el producto de una larga y dura selección natural. Entre la esclavitud y la pobreza, únicamente sobrevivían los realmente aptos.
Y pobre y con ansias tenías que ser para someterte al durísimo entrenamiento que exige el boxeo de primera categoría. Por uno que llegaba, cientos quedaban por el camino.
Años más tarde comenzaron a aparecer, en categorías menores, mexicanos, portorriqueños, argentinos y centroamericanos. Antes los habían precedido los cubanos, tanto o más hambrientos. Descendientes también de esclavos y manejados por norteamericanos. En realidad, hasta Fidel, Cuba fue una colonia en la cual se podía hacer todo lo que en los Estados era pecado.
Pero, no es mi propósito continuar por este camino; simplemente traje a colación el asunto porque me parece que, en el plano político-internacional se viene gestando una especie de “Gran Esperanza”. Vacilo en calificar el tipo, no “blanca”, creo que se ajustaría mejor llamarla “neoliberal” o “globalizadora”.
Es, sobre todo, la gran esperanza de librarse de Trump de quien, ¡por supuesto, no soy partidario!
Me revienta Trump. Me pega en el hígado su arrogancia de yanqui “triunfador”. Pero, en realidad, por más que me esfuerzo, no encuentro en toda la lista un Presidente norteamericano que haya sido conveniente para nosotros, su patio trasero.
Kennedy, tan simpático con su esposa tan bonita y elegante y sus pequeños niños nos encajó los Cuerpos de Paz e inició el Bloqueo a Cuba. Roosevelt, con su Nuevo Trato, nos necesitaba e hizo que Walt Disney inventara a “Joe Carioca” pero, no por eso aflojó el dogal. Jeferson popularizo aquello del “Destino Manifiesto” y Monroe lo de “América para los americanos”.
No hubo, ni habrá Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica bueno para nosotros, sus súbditos. Para el mundo, al cual consideran como una especie de legado-mandato de la Divinidad para gobernar y explotarnos.
Así que, más nos vale dejar de soñar con la caída de Trump. Mejor dicho, dejar de ilusionarnos con que esa caída puede significar un cambio beneficioso para nosotros los países dependientes.
Ahora, con la llegada de Nancy Pelosi a la Presidencia de la Cámara de Representantes, una Demócrata veterana en las lides políticas y probadamente anti Trump se ha removido el avispero. Y han tomado nuevas alturas las especulaciones acerca de un posible Juicio Político que lo destituya.
El mentado y ansiado “Impeachment” con el que sueñan todos aquellos que jugaron su capital a la continuidad del estado de cosas que hubiese supuesto la victoria de Hillary Clinton.
Se negaban a ver la verdad que aparecía patente ante aquellos que no tuviesen anteojeras. Trump derrotaba precandidato tras precandidato porque era el único que se declaraba opuesto a la globalización y la gente, los votantes norteamericanos, estaban hartos de ella.
Creo que es necesaria una corrección, no “la gente” que, en realidad, no vota en los Estados Unidos. Los que si votaron por Trump eran, justamente, los perjudicados por una economía que se había globalizado de tal manera que permitía al Capital, buscar las ganancia allí donde los salarios y las condiciones de trabajo eran más convenientes.
Para ellos, no para los Estados Unidos ni para los trabajadores que quedaban desocupados. Detroit se había convertido en una ciudad fantasma en tanto la maquila saltaba de país en país buscando la ganancia.
Daría para largas especulaciones pero, a mi juicio, hay una contradicción cada vez más evidente entre las formas republicanas y las realidades y necesidades imperiales. Uno no tiene más remedio que recordar la indetenible marcha de la República Romana hacia el Imperio. Mucho más en consonancia con la realidad.
Si Trump se comporta como un Emperador tiene mucho que ver con su temperamento y sus creencias, pero nadie puede negar que está alineado con la realidad imperial de los Estados Unidos.
Y con los intereses del Capital Financiero que, si bien no tiene “patria”, si necesita una base militarmente firme desde la cual operar.
En realidad, el primero en revolver el avispero es el mismo Trump que se siente y actúa como una especie de Emperador Universal maltratando a amigos y no amigos.
Pero, en todo caso, podemos decir que es un Emperador tan chocante como Calígula lo fue. Pero no por eso negar que el Poder Imperial reclama un Emperador.
Veamos, si uno de los 12 o más juicios iniciados en contra de Trump prosperase y en las cámaras se lograse una acuerdo para destituirlo: ¿sería o no un “Golpe de Estado Parlamentario” como el que destituyó a Dilma?
No hay ninguna similitud que acerque los juicios políticos a la búsqueda de la Verdad o la realización de la Justicia. Lo que hay, lo que en realidad está detrás de las mayorías capaces de destituir a un Presidente, son acuerdos políticos que suman los votos necesarios. No estoy calificando intenciones, que pueden ser las mejores y más puras o pueden ser las peores y más impuras. No se trata ni de Verdad, ni de Justicia sino de votos.
Supongamos, por un momento, que el “Impeachment” logra los votos y Trump es destituido: ¿mejoran en algo nuestras expectativas?
Lo sucedería Pence, una figura de segundo orden que sería preso de un Congreso de mayoría accidental. Aun en el caso de que junto con Trump destituyesen también a Mike Pence por haber sido electo en la misma fórmula, la sucesión recaería en alguien sin ninguna legitimidad y prisionero de las alianzas circunstanciales logradas en el Congreso.
Para un simple ejemplo: Quién sucediese al destituido Trump ¿le abriría la frontera a la miserable caravana de centroamericanos? ¿Dejaría de subsidiar a los arroceros norteamericanos que arrasaron con los cultivadores del mismo en Haiti?
El simpático Obama expulsó más inmigrantes ilegales que Trump. Eso sí, sin tanta bambolla y sin hacer centro en ello, fue quien comenzó la construcción del Muro que ya tenía más kilómetros hechos que los que quiere hacer Trump.
A lo que quiero llegar es que los ratones deben dejar de soñar con que “alguien” le ponga el cascabel al gato y asumir que la liberación del poder imperial no vendrá desde el centro.
Pero, eso nos llevaría muy lejos. Quedemos aquí: ¡no hay una “Gran Esperanza Blanca” a la vista!
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Por Eduardo Platero
6 de enero de 2019
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