Pasadas las elecciones es hora de superar antagonismos y retomar el diálogo, afirma desde Sao Paulo el editor responsable de Brasil/247, Leonardo Attuch. Brasil es reconocido por la ONU como ejemplo global por su lucha contra la desigualdad. Sus reservas internacionales son capaces de amortiguar cualquier crisis. Con su nueva clase media tiene uno de los mayores mercados de consumo del mundo. El presal, de donde se extraen más de 500.000 barriles de petróleo/día, ya no es una promesa. Y algo no menos importante: Brasil no es bolivariano, es un país que respeta la propiedad privada y los contratos, y que, en este camino, promueve la inclusión.
Brasil amaneció, este lunes, no muy diferente de lo que fue en los últimos días, semanas y años de gobierno de Dilma Rousseff: con una apuesta renovada de los votantes para los próximos cuatro años. El desempleo sigue siendo uno de los más bajos de la historia, la inflación no está fuera de control y las transformaciones estructurales, como el avance en la explotación petrolera «presal», siguen en marcha.
Sin embargo, pocas veces en la historia de la humanidad, un país fue tan vilipendiado y rebajado por su propia élite. Como jamás se vio, una sociedad se permitió cegar por el odio político, por la intolerancia y por la mentira. Para citar solo un caso, el director de una consultora financiera lanzó un libro titulado «El Fin de Brasil», profecía que se cumpliría si la presidenta Dilma resultara reelecta. A juzgar por su catastrofismo, que algunos agentes del mercado financiero tomaron en serio, este lunes sería el «día en que la Tierra se paró», como diría Raúl Seixas.
No obstante, basta abrir los ojos —sí, abrir los ojos, después de la ceguera y la histeria de las últimas semanas— para ver una realidad muy diferente. Brasil cerrará el año con la inflación dentro de los límites de su meta por décimo año consecutivo, con una deuda interna estable, aunque la situación fiscal sea menos confortable que en el pasado, y con una población que vuelve a confiar en el futuro: este es uno de los datos más importantes de las últimas encuestas. Cuando las personas confían en que podrán mantener sus empleos y su poder adquisitivo, el motor del consumo y del crédito se mantiene prendido y a todo vapor.
Sí hay necesidad de ajustes en la economía, y las autoridades, en Brasilia, ya lo reconocen. Especialmente en algunos sectores, como el del etanol, al que perjudicó la contención de los precios de los combustibles, pero que se beneficiará con la reimposición de la tasa Cide (un impuesto que hará que el etanol sea más competitivo en los surtidores). La buena noticia es que los ajustes necesarios son mucho menos severos de lo que se dice, y el 2015, al revés de lo que tantos imaginan, no será el año de la catástrofe anunciada.
Pasadas las elecciones, también es hora de superar antagonismos, divisiones y retomar el diálogo. En vez de ver el vaso medio vacío, es hora de encarar la mitad llena, repleta de avances. Brasil hoy está reconocido por las Naciones Unidas como ejemplo global por su lucha contra el hambre y las desigualdades sociales. Es también un país montado en un camión de reservas internacionales, capaces de amortiguar cualquier crisis internacional. Y con su nueva clase media tiene uno de los mayores mercados de consumo del mundo, que seguirá recibiendo inversiones por muchos y muchos años.
Si eso no bastara, el presal, de donde se extraen más de 500.000 barriles de petróleo/día, ya no es una promesa. Es una realidad concreta y palpable. Además, si Brasil fue rebajado y vilipendiado por su élite, que de aquí extrae sus fortunas, ¿qué decir, entonces, de Petrobras? Informes de las agencias internacionales de energía, realizados por quienes realmente entienden del sector, la señalan como una de las empresas de mayor crecimiento proyectado para los próximos años. Después de las inversiones, vendrá la cosecha. Y Brasil, que vivió agudas crisis en la balanza de pagos en el pasado, en razón de su dependencia energética, tiene todo para transformarse en uno de los grandes exportadores mundiales de petróleo, como ya lo es en el sector de alimentos.
Dilma ganó las elecciones porque, en algún momento, los electores —y no solo los supuestamente mal informados, como dijo Fernando Henrique Cardoso— se dieron cuenta de que la propaganda negativa no se correspondía con la realidad. ¿Acaso el Brasil de los nuevos aeropuertos, de las usinas del río Madeira y de la hidroeléctrica de Belo Monte es realmente «un cementerio de obras sin terminar»? A propósito, ¿qué sucedió con el apagón eléctrico previsto a comienzos de 2014? ¿Y el Mundial de Fútbol? ¿Por dónde andan los defensores del #naovaitercopa? Si tienen sentido común, después de que Brasil organizara el mejor de todos los Mundiales —hecho que, desgraciadamente, estuvo ausente en la campaña electoral— no darán el mismo discurso terrorista en 2016, año de los Juegos Olímpicos.
El Brasil que emerge de estas elecciones también tiene una posibilidad única de enfrentar la corrupción. Después de tantos escándalos, todos ellos asociados al financiamiento privado de campañas políticas, el país se ve ante la oportunidad histórica de aprobar la reforma política y de lograr que las disputas electorales sean menos dependientes del poder económico. Y la presidenta Dilma, sin una reelección por delante y reconocida como honesta por sus propios adversarios, es la persona ideal para llevar adelante ese desafío.
Por último, pero no menos importante, debe decirse con todas las letras. A pesar de toda la histeria y toda la estridencia de nuestros neoconservadores, Brasil no es bolivariano. Incluso, el propio PT (Partido de los Trabajadores) es un partido que, hace muchos años, eligió. Optó por el camino democrático y no por el revolucionario. Brasil es un país capitalista, que respeta la propiedad y los contratos, y que, en este camino, promueve la inclusión social. Además, la apuesta por la radicalización les interesa apenas a pequeños grupos, que se alimentan del discurso del odio. A ellos, basta decirles que Miami queda por ahí. A la verdadera élite brasileña, comprometida con el país, lo que le importa es seguir adelante, con más igualdad y libertad.
Como diría Eduardo Campos, no vamos a renunciar a Brasil. Incluso porque, después de tantas mentiras y ataques, Brasil ya está barato. ¡Es hora de comprar Brasil!
Leonardo Attuch es fundador y editor responsable de Brasil/247
Titular inicial de este análisis de Brasil/247: ANÁLISIS/247: Brasil no es bolivariano ¡Hora de comprar Brasil!
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