En el lejano año de 1983 tuve cuatro días de vacaciones en una playa del Pacífico mexicano, y las apacibles tardes a metros de las olas las dediqué a leer, echado en una hamaca, El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Como se sabe, dicha novela histórica, publicada en 1962, nos cuenta acerca de la sublevación de los negros en Haití, realizada en 1804. Es el primer caso en la Historia Universal en que la rebelión de una población sometida al sistema de esclavitud condujo a su emancipación, y la primera lucha victoriosa por la independencia en América Latina.
En la novela, escrita dando forma a lo real maravilloso, se fusiona el elemento histórico y el ficticio para crear una representación más veraz de la realidad, y los que cuentan son los “otros”, los que están ubicados en una posición periférica. Los sucesos giran en el marco de la revolución francesa, y se explora la relación entre el despotismo y los cambios revolucionarios. Y así como la Revolución francesa de 1789 transformó a los súbditos en ciudadanos, y la burguesía ocupó el lugar de la aristocracia mientras que las clases populares continuaron soportando distintas formas de opresión y desigualdad, la historia de Haití, de traición y golpes de Estado, ha sido una historia de padecimientos durante largos años.
Luego de realizada la “limpieza racial” y de clase (de blancos ricos, acomodados y terratenientes, en este caso), luego de repeler los ataques de fuerzas francesas e inglesas, que buscaban recuperar sus dominios, Victor Hughes, el personaje principal en el papel del líder de la rebelión y luego presidente, restablece el viejo orden. Una de las primeras medidas luego de todo ello es restablecer la esclavitud, y eso nos muestra el cambio operado desde sus inicios.
Es probable que la desgracia de Haití sea porque, siendo sido la primera revolución social exitosa de América Latina y el Caribe, constituyéndose en la primera República Negra del mundo, se la ha querido “castigar” para siempre, para que no pueda ser ejemplo. El intento por aniquilar ese ejemplo significó el aislamiento del país y la imposición de una deuda cuantiosa por parte de Francia en 1825 así como el bloqueo contra el azúcar haitiano. La hostilidad de los demás Estados contra un país gobernado por antiguos esclavos impidió que el comercio con Francia fuera reemplazado por otros países. De modo que la economía se vio muy perjudicada, tanto por razones comerciales como por la brusca caída de la producción de las plantaciones (debido a que habían estado organizadas en torno a la esclavitud).
La invasión de los Estados Unidos de 1915 a 1934, hecha para defender sus propios intereses, y en particular los intereses del banco de inversión estadounidense Kuhn, Loeb & Co. (el más importante de la época junto a JP Morgan), fue un período durante el cual los gobiernos haitianos lograron sanear las finanzas públicas, crear un ejército y construir escuelas y carreteras. Pero el pueblo haitiano debió soportar el racismo de los marines y luego casi 30 años de dictadura de la familia Duvalier en la segunda mitad del siglo XX, que contó con el sostén internacional a pesar de los Tonton Macoute, la policía secreta del régimen que sometió al país a un régimen de terror hasta 1986 e impidió toda protesta.
En enero de 2010, la casi totalidad del país fue afectada por un terremoto que dejó 316 mil víctimas fatales, 350 mil heridos, un millón y medio de personas sin hogar y la destrucción casi completa de la infraestructura industrial, urbana y de transporte. La ayuda internacional fue —y sigue siendo— insuficiente, en un país que se ha caracterizado por la inseguridad institucional y una pobreza extrema muy grande, llevando a una ocupación cívico-militar de las Naciones Unidas desde el 2004 hasta la actualidad (donde se le acusa de haber traído el cólera al país, provocando 30 mil muertos, y del involucramiento de cascos azules en casos de abuso sexual). Por tanto, la llamada “comunidad internacional” ha oscilado entre la invisibilización de la situación haitiana, en la que Estados Unidos, Francia, Canadá, la OEA y la ONU tienen una evidente responsabilidad, y la injerencia externa más evidente.
La importancia de Haití
Haití tiene una gran significación política e histórica. El Caribe es una de las zonas geopolíticamente más relevantes del planeta. Además de albergar o lindar con los dos procesos políticos más radicales de la región, Venezuela y Cuba, es un importante territorio de circulación de capitales y mercancías entre el Atlántico y el Pacífico, Oriente y Occidente. El Caribe ha sido históricamente una frontera disputada entre diferentes imperios europeos, y hegemonizada desde principios del siglo XX por los Estados Unidos. En la actualidad, la expansión china concentra allí buena parte de sus iniciativas comerciales y financieras.
Pese a ser uno de los países más pobres y desiguales del continente americano, donde alrededor del 60% de la población (6 millones de personas) viven bajo la línea de pobreza, Haití cuenta con abundantes recursos minerales de oro, cobre y bauxita, por un valor estimado de 20 billones de dólares. Los bajos salarios de su fuerza laboral son explotados con grandes beneficios por las empresas multinacionales. Además, el capital financiero y las economías ilícitas sacan enormes utilidades de las remesas de la diáspora haitiana y de los dividendos del narcotráfico, que encuentra en el país una estratégica estación de paso. La tasa de mortalidad infantil llega a 74 por cada 1.000 nacidos vivos y la de mortalidad materna a 520 por cada 100.000 nacimientos (según Unicef en 2017).
Por otra parte, Haití no cuenta con nada parecido a una burguesía nacional que tenga en miras el desarrollo del país. Su clase dominante está compuesta por una oligarquía rentista y por una burguesía comercial, improductiva y meramente importadora. La ocupación norteamericana, las dictaduras con sostén externo, los golpes de Estado y la tutela internacional han impedido durante más de un siglo el ejercicio de la soberanía haitiana, imponiendo una orientación política y económica fundamentalmente antinacional.
Desde mediados de septiembre de 2019 ha habido protestas, bloqueos de carreteras y masivas movilizaciones populares exigiendo la renuncia del presidente Jovenel Moïse, la resolución de la crisis económica y energética y la no injerencia externa. La respuesta gubernamental ha sido la represión policial, que ha cobrado decenas de muertos y cientos de heridos. Además, se evidencia una tendencia a la paramilitarización de la vida cotidiana, con la actuación de grupos irregulares que perpetran masacres en las zonas rurales así como el accionar de grupos criminales organizados, vinculados directamente a representantes del poder político.
Por su parte, los movimientos sociales, los partidos de izquierda y los sectores progresistas han conformado un amplio espacio de unidad bajo la denominación de Foro Patriótico, donde plantean la construcción de un gobierno de transición por un período de tres años, la creación de una agenda de emergencia que atienda las necesidades más elementales de la población, una reforma que relegitime el viciado sistema político y electoral, y la convocatoria a elecciones limpias y a una asamblea constituyente para refundar la nación.
Desde El siglo de las luces acá, el tercio occidental de la isla que es Haití (que comparte con República Dominicana), gracias a las políticas económicas y sociales que se han implementado, se ha convertido en un país inviable para sus casi once millones de haitianos. Como si fuera un castigo de Dios.
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Por Sergio Schvarz
Escritor, poeta, y ensayos breves.
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