Brasil: Las manos sucias

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Un parlamentario del Partido Demócrata Cristiano, involucrado en la célebre Operación Manos Limpias de Italia, admitía: “Los partidos son máquinas tragamonedas”. La frase será sin duda muy apreciada por todos aquellos que ven en los políticos en general a otros tantos ladrones. No se ajusta a todas las circunstancias, aunque en parte no habría desentonado cuando fue pronunciada ni tampoco desentona en el Brasil de hoy.

Se pretende hacer una similitud entre nuestra Operación Lava Jato (expresión que hace alusión a la “limpieza express” de autos) y la Operación Manos Limpias de inicios de los años 90. Ambas apuntan a irrumpir y condenar esquemas corruptos, pero existen más diferencias que similitudes. Tanto “Manos Limpias” como “Lava Jato” resultan de una investigación inicial con respecto a hechos y personajes de porte menor. Tapas chicas para tapar ollas grandes hirviendo.

BRASIL

Las dos operaciones tienen el rostro de figuras centrales, el PM Antonio Di Pietro y el juez Sergio Moro. En Italia, el gran inquisidor Di Pietro fue rápidamente secundado por un grupo de jueces y la operación metió en la cárcel a más de mil ciudadanos, a los que les aplicaron condenas inflexibles y, a menudo, largas. Políticos y empresarios. Algunos de estos se mataron antes de ir presos. El político que había dominado durante diez años, el líder socialista y primer ministro Bettino Craxi, condenado a ocho años de cárcel, huyó a Túnez, para ponerse a salvo de la extradición.

La comparación entre el PT y el PCI muestra otra diferencia. Al contrario de aquel, al igualarse a todos los demás partidos brasileños, no se pudo probar que los políticos comunistas de cualquier rango se hubiesen embolsado ni un solo peso, aunque no estuvieron exentos de meticulosas investigaciones.

El resultado de Manos Limpias fue la implosión de la Primera República, nacida inmediatamente después de la postguerra. No siempre este tipo de terremoto produce buenos resultados, más allá del ataque a la corrupción, eficaz desde el vamos. En el vacío de poder que le siguió, al salir a la luz la Segunda República, se instaló un depredador payasesco llamado Silvio Berlusconi, mientras que el PCI cambiaba de nombre, chamuscaba su identidad y se perdía en disputas internas.

He aquí una lección que sería oportuno aprovechar: la antipolítica siempre conduce al desastre. En nombre de la negación de la política, considerada como el origen de todos los males y de todas las bajezas, las ideologías llamadas a nutrir el debate responsable son abandonadas en favor de la desintegración de la conciencia. O, dicho de otra manera, de la promoción de la ignorancia, de los prejuicios, de los malentendidos. En Brasil, un pensamiento antipolítico conduce al fortalecimiento de la casa-grande e incentiva a los medios de comunicación locales en su esfuerzo de despolitización de cuantos los leen o escuchan.

¿A donde nos conduce la Operación Lava Jato?, no es fácil de predecir. Creo que el juez Moro quiere sólo y únicamente hacer justicia y creo que esta va a ser aplicada con todo el rigor. Tengo otra certeza: este proceso va a confirmar el pecado capital de la política a la brasileña, cometido desde siempre. Me gustaría, por lo tanto, que otros hechos que enlodaron el pasado de la política brasileña, saliesen también a la palestra, inclusive los ocurridos en épocas recientes, antes de la primera victoria de Lula.

Entonces pues, en un arrebato de pacata ilusión, propongo: llamemos a un portavoz de la talla de Fernando Henrique Cardoso, erguido en la cima de libros que nadie leyó, para que explique como se produjo la privatización de las Comunicaciones, la mayor matufia de la historia de Brasil. O de como se le vio feliz con la compra de votos para conseguir su reelección. O de qué forma fueron enterrados los casos Sivam y Pasta Rosa. En esta tierra supuestamente bendecida por Dios, una multitud implora por el definitivo triunfo de la moral, con M mayúscula, y no le importa quien inauguró la transgresión. La mayoría, porque vive en el limbo, algunos por hipocresía.

Si la Operación Lava Jato cumpliese con el cauteloso vaticinio de la presidenta Dilma, que la imaginó como capaz de provocar un cambio positivo en los hábitos políticos del país (y que a mi me gustaría que también cambiase el comportamiento de la sociedad en su conjunto), que sea bienvenida. Incluso para impedir, de aquí en adelante, que sólo los pobres y los petistas vayan a la cárcel.

Por Mino Carta
Periodista brasileño director de la Revista Carta Capital.
Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte

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