La prepotencia del poder político, el abuso sexual y el radical desprecio por los derechos de género son las tres vertientes temáticas que aborda “El escándalo”, la controvertida película del realizador estadounidense Jay Roach, que recrea casos reales de acoso sexual contra mujeres y sus ulteriores consecuencias judiciales.
Este film, que concitó resonantes reacciones desde su estreno, reconstruye el escándalo suscitado en 2016 en torno a un alto ejecutivo de la poderosa cadena Fox News, quien acosó y abusó de sus empleadas hasta ser denunciado por sus víctimas.
El episodio, que tuvo insospechadas derivaciones mediáticas en una sociedad como la norteamericana aun gobernada por un feroz patriarcado, es un buen ejemplo de cómo la valentía de un grupo de mujeres puede desafiar al statu quo dominante.
En tal sentido, esta historia real revela las recurrentes hipocresías consustanciales a un país que es una suerte de paraíso del neoliberalismo y la economía de mercado, actualmente gobernado por un fascista misógino y racista de la peor laya como Donald Trump.
En ese contexto, lo que arrojó aun más combustible a esta auténtica hoguera de corrupción, es que esta cadena televisiva ha estado históricamente ligada a la más recalcitrante derecha del hoy hegemónico Partido Republicano.
No en vano, Fox News es parte de un potente conglomerado empresarial dedicado a manipular cotidianamente la verdad y funcional a los intereses de la oligarquía vernácula.
Los protagonistas de este relato que está inspirado naturalmente en la realidad, son Roger Ailes (John Lithgow), el director de la cadena televisiva que fue destituido, las presentadoras estrella Megyn Kelly (Charlize Theron) y Gretchen Carlson (Nicole Kidman) y la joven Kayla Pospisil (Margot Robbie), que en este caso es un personaje de ficción.
Por supuesto, los cuatro son parte de ese tinglado que es la televisión, que suele potenciar al máximo las vanidades, el narcisismo enfermizo, el individualismo patológico, las ambiciones personales y la tan arraigada cultura de las apariencias.
En buena medida, se trata de un auténtico show cotidiano, destinado a colonizar al público y formar opinión, mediante un minucioso operativo de construcción de relatos plenos de falacias y de abominable complicidad, en este caso con un imperio económico y militar que gobierna al planeta mediante una mixtura entre el miedo y el engaño.
En la trastienda de esa sórdida fábrica de mentiras subyace la inmoralidad más rampante y repugnante, de ejecutivos que se creen una suerte de semidioses con derecho a abusar de su poder y a manipular a sus subordinados como si fueran meros peones de un digitado ajedrez.
Este es el grotesco retrato que presenta “El escándalo”, que es una suerte de alegoría sobre la impunidad pero también sobre la valentía de mujeres que se rebelaron contra ese statu quo.
Aunque estas féminas coadyuvaron con un proyecto conservador no exento de autoritarismo que catapultó al propio Trump a la Casa Blanca, su cambio de actitud puede considerarse una suerte de aventura emancipadora y que dignificó al sexo femenino, recurrentemente sojuzgado por los hombres.
Obviamente, Ailes no hubiera podido perpetrar sus barbaridades si no hubiera contado con el apoyo, el auspicio y la cobertura del no menos inmoral director ejecutivo y principal accionista de la empresa, Rupert Murdoch (Malcolm McDowell).
La narración, que está signada por una permanente tensión, denuncia –sin ambages- la postura abiertamente machista del denunciado, que solía presionar a sus empleadas para obtener de ellas favores sexuales. Por supuesto, ese era el precio para transformarse en auténticas estrellas de la pantalla chica.
En tal sentido, el discurso del jerarca era siempre el mismo: pedía a las mujeres un testimonio de lealtad mal entendida, que, en este caso, equivalía a una actitud complaciente con él.
Aunque el film no tiene escenas eróticas ni nada que se le parezca, la propia compulsión del hombre de reclamar a sus subordinadas que se alzaran la pollera y exhibieran sus cuerpos de la cintura para abajo, constituye ya de por sí un acto de humillación y, naturalmente, de prepotencia.
Esas situaciones, que eran recurrentes, conformaban un aberrante cuadro de sumisión en algunos casos admitida, que vulneraba groseramente los derechos de las víctimas.
En ese marco, Roger Ailes –hoy fallecido- constituyó un digno exponente de un autoritarismo de génesis claramente fascista, que, amparado en la cobertura política, se creyó con derecho a someter y aherrojar la voluntad de sus trabajadoras.
Empero, el problema no era realmente este alto ejecutivo sino una compleja estructura de poder destinada a seducir el público mediante la imagen, a acumular dinero y a vender un sistema literalmente podrido, como si tratara de un artículo de consumo.
Aunque obviamente no se trata de una película política propiamente dicha, “El escándalo” si es una propuesta de denuncia, donde resulta bastante ambiguo el límite que separa a las víctimas de los victimarios.
No en vano, esas mujeres fueron parte de un proyecto mediático sensacionalista basura, hasta que se hartaron de los abusos perpetrados por ese zar de la comunicación y lo denunciaron, sometiéndolo a un escarnio público que resultó insostenible para la cadena de noticias.
Como la clave era detener el resonante escándalo y cuidar las apariencias- que es lo único que les interesa a estos hipócritas de cuello duro- no dudaron en destituir al acusado.
“El escándalo”, que está interpretado por un reparto actoral de real excepción, es una poderosa denuncia que indaga en las miserias humanas que habitan ese auténtico poder que mata, que es, sin margen para la duda, la televisión.
La película, que está narrada con singular sabiduría, no soslaya explícitas y no tan soterradas críticas a los oscuros entretelones de un aparato mediático funcional al sistema de acumulación capitalista, que manipula la realidad a su antojo y construye cotidianamente un relato mentiroso y distorsionado.
Por Hugo Acevedo (Analista)
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