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El amor como suprema sentimiento de talante emancipador es el potente y removedor disparador temático de “Undine”, el film de impronta surrealista del realizador alemán Christian Pedzold que exhibe Cinemateca Uruguaya, el cual indaga en las pasiones, las más incontenibles pulsiones emocionales, el desengaño, la infidelidad, la vida, la muerte, la venganza y la simbólica resurrección.

La película, que está ambientada en Berlín, abreva de la fábula de las ordinas, las ninfas acuáticas de la mitología griega que habitan en lagos, ríos o estanques. Estos personajes de leyenda, al igual que las nereidas, eran mitad mujer y mitad pez y para ser enteramente humanas y vivir en la tierra, necesitaban que un hombre las amara.

En este caso concreto, el leitmotiv es el agua, como hogar de seres vivos cobijados por la naturaleza, que nadan con libertad, se alimentan, se reproducen y fenecen cuando expira su ciclo vital.

Ese medio ambiente es frecuentemente ultrajado por el hombre, que depreda y contamina para sostener un modelo de desarrollo incompatible con los más elementales equilibrios ecológicos.

Empero, más allá de meras disquisiciones, el agua alude subliminalmente al feto que flota en el líquido amniótico durante nueves meses en el vientre de la madre, donde se alimenta a través del cordón umbilical.

Obviamente, no en vano casi el 70% de la superficie del planeta está ocupada por agua, el cuerpo humano está compuesto por un 60% de agua, el cerebro se compone de un 70% de agua, la sangre de un 80% y los pulmones de un 80%. En síntesis, el ser humano tiene un cuerpo en el cual prevalece la materia líquida.

Eso le otorga al agua un valor científico, pero también simbólico, ya que nos permite tomar el alimento y explotar otros recursos naturales y, en la antigüedad, era el único medio de transporte que posibilitaba conocer otros continentes, conquistar nuevos territorios y fundar comunidades.

Es claro el parangón entre el mito y la protagonista del relato, llamada sugestivamente Ondina (Paula Beer), una apasionada y escurridiza mujer que parece vivir en una burbuja onírica.

No en vano, esta enigmática doctora en Historia que trabaja en un museo y ejerce como guía turística, se enamora apasionadamente
de Johannes (Jacob Mats), un joven adúltero que se compromete a quererla, pero sólo aspira a ser su amante y conservar una doble relación.

En ese contexto, se encuentra con ella casi en secreto en la media hora de descanso de su trabajo, promete que la aguardará cuando salga y luego desaparece como por arte de magia. Eso genera en la joven una abrumadora y hasta humillante sensación de abandonismo y hasta de engaño.

Esa grieta emocional la muta en una mujer emocionalmente desolada, que, como buena Ondina, necesita del amor para vivir en tierra y no tener que regresar a su hábitat natural: el agua.

Empero, su peripecia afectiva cambia radicalmente cuando conoce a Christoph (Franz Rogowski), un joven buzo industrial que trabaja para el gobierno en el mantenimiento de una represa.
El primer encuentro entre ambos tiene también una connotación simbólica, cuando el hombre, sorprendido por la aparición de la mujer, pierde la estabilidad y cae sobre una inmensa pecera y literalmente la destroza. El resultado es la avalancha de un torrente acuoso que derriba ambos cuerpos, los cuales quedan circunstancialmente abrazados.

Ese encuentro fortuito deviene ulteriormente en un tórrido romance, que une con la magia del amor a dos seres solitarios y desvalidos que se necesitan mutuamente para seguir existiendo, apuntando a la consecución de la ansiada pero quimérica felicidad.

En lo sucesivo, la pareja lo compartirá todo, desde paseos a pie y en tren hasta la experiencia de sumergirse juntos en el lago donde el joven trabaja en la reparación de diversos desperfectos estructurales de la represa, con el apoyo de un equipo de calificados buzos profesionales.

En las profundidades de ese curso de agua habita un inmenso pez que, por sus peculiares características, parece un espécimen sobreviviente de la prehistoria o tal vez un ser mitológico.

Esa recurrente alusión a los mitos y las leyendas también está presente en la visualización de esculturas de dioses de la Grecia antigua, que decoran recintos cerrados o espacios abiertos, como una suerte de tributo a una cultura ya extinta pero que igualmente pervive en el imaginario de historiadores e investigadores, como una suerte de legado perpetuo.

Lo que a priori parece inicialmente una comedia romántica deviene luego en tragedia, cuando el hombre, sintiéndose engañado por la joven que no olvida a su anterior amante, intenta quitarse la vida, en plena sumersión, despojándose del respirador durante doce minutos.

Ese inesperado giro transforma al film en drama, en la medida que el potencial suicida padece muerte cerebral y sus expectativas de volver a la vida parecen virtualmente nulas.

Un posterior asesinato, que es realmente una venganza azuzada por el engaño y coincidentemente tiene como escenario la piscina de una lujosa residencia, le otorga al relato cuasi un sesgo de tragedia. En ese contexto, la protagonista muta en Némesis, la diosa de la venganza de la mitología griega.

Paradójicamente, el delito no toma estado policial ni judicial, porque este no es el centro de la historia, sino la presunta justicia divina impregnada por el mito. Tampoco lo es la desaparición de la joven, a quien nadie parece extrañar, como si realmente jamás hubiera existido y todos los eventos hayan sido producto de una mera ilusión o, tal vez, de un sueño no exento de pesadillas.

En apenas una hora y media, Christian Pedzold construye un relato que discurre entre la apoteosis y el drama, con un lenguaje estético que impacta por su caligrafía morosa y despojada.

Mediante un ritmo narrativo sosegado, pero no exento de superlativa potencia expresiva, las emociones se canalizan a través del movimiento de los cuerpos y de las no tan abundantes palabras, pero primordialmente de los gestos y de las miradas.

Aunque naturalmente esta propuesta mixtura el amor con la fábula como eje central temático, el argumento desliza subrepticiamente algunas alusiones políticas a la historia de la Alemania contemporánea.

En tal sentido, la protagonista- historiadora y a la vez guía turística- explica a los visitantes, mediante maquetas emplazadas en una inmensa mesa instalada como una suerte de ficticia escenografía urbana, el paulatino proceso de mutación de la Berlín dividida por la Guerra Fría a la metrópoli contemporánea, decorada por modernas identificaciones pero también caracterizada por la reconstrucción de tesoros históricos emblemáticos literalmente barridos por los bombardeos y la patológica barbarie de la Segunda Guerra Mundial.

En tal sentido, la clave parece ser la desaparición de todo vestigio del Berlín Oeste de la era soviética y de los últimos resabios de una ciudad que fue dividida por la política y por la lucha entre dos potencias hegemónicas entre 1961 y 1989, cuando finalmente fue derribado en ignominioso muro, en el marco del proceso de reunificación de la nación germana.

Esa suerte de recuperación de la identidad alemana con todo lo que ello supone desde el punto de vista simbólico, sintoniza perfectamente con la esencia misma de un film elaborado en base a metáforas y lenguajes representacionales que, más allá de la tragedia, alude a la paz, a la inocultable búsqueda de la redención y, en definitiva, de la eterna felicidad.

En este caso concreto, la muerte no es ciertamente el final del camino, sino el pasaje y el regreso a una nueva dimensión existencial paralela, donde la angustia se consume lentamente en las profundidades de un placentero lago.

“Undine” es una película de sensible sesgo metafísico, que destaca primordialmente por su profundo acento reflexivo y una poética de la imagen que nos conmueve por su fina sensibilidad.
La banda sonora excluyente está musicalizada por el adagio en re menor para oboe y orquesta del compositor italiano Alessandro Ignazio Marcello, en su versión adaptada para piano por el inconmensurable maestro alemán Juan Sebastián Bach.

No en vano esta magistral pieza musical adquirió popularidad en 1970 en la recordada película italiana “Anónimo Veneciano”, del actor y director Enrico María Salerno, que también, al igual que “Undine”, es un drama impregnado de profundo romanticismo barroso.

 Ficha Tecnica

Undine. Alemania-Francia2020. Guión y dirección:Christian Petzold. Fotografía: Hans Fromm. Edición: Bettina Böhler. Reparto: Paula Beer, Franz Rogowski, Maryam Zaree, Jacob Matschenz, Anne Ratte-Polle, Rafael Stachowiak, José Barros, Julia Franz Richter, Gloria Endres de Oliveira, Enno Trebs y Christoph Zrenner.

 

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico de cine

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