La enconada y sangrienta guerra civil religiosa entre protestantes y católicos irlandeses, con la activa participación de fuerzas militares británicas que invadieron literalmente el flagelado país europeo, es el disparador argumental de la removedora “Belfast”, el último largometraje –en este caso de trazo autobiográfico- del actor y realizador británico de cine y teatro Kenneth Branagh.
Como se recordará, el denominado conflicto moirlandés tuvo como escenario precisamente a Irlanda del Norte y en particular a su capital Belfast, provocando un gran número de víctimas fatales en la segunda mitad del siglo pasado.
En este caso, el contencioso se dirimió entre los unionistas del Norte, de religión mayoritariamente protestante y partidarios de preservar su vínculo con el Reino Unido, y, por el otro, los republicanos irlandeses, en su mayoría de credo católico.
Los enfrentamientos armados, protagonizados particularmente por las fuerzas irregulares del IRA (Ejército Republicano Irlandés) y por contingentes armados del ejército británico, provocaron un saldo estimado en 3.500 muertos, entre 1968 y 1998, hasta el denominado Acuerdo del Viernes Santo, que derivó en el cese de las hostilidades.
El salomónico pacto estableció un gobierno de coparticipación entre protestantes y católicos y las fuerzas paramilitares, que depusieron las armas. Sin embargo, la violencia continúa ocasionalmente aunque en pequeña escala y la unidad de Irlanda en un solo estado hoy sigue pareciendo una quimera.
La película es una recreación autobiográfica del propio Branagh, descollante cineasta de cuño shakespeareano y autor de recordadas adaptaciones del célebre dramaturgo británico, como “Enrique V” (1989), “Mucho ruido y pocas nueces” (1993), “Otello” (1995) y “Hamlet” (1996).
Su extensa y prolífica filmografía incluye también otros títulos referentes, como “Frankenstein” (1994), “Operación Valkiria” (2008), “Mi semana con Marilyn” (2011), “Dunkerque” (2017) y “Asesinato en el Oriente Expreso” (2017), entre tantas otras películas de su autoría.
Se trata de un realizador de singular versatilidad, que destaca por su incursión en una variada gama de géneros, que van desde el histórico y el bélico hasta el policial con impronta novelesca, el fantástico y hasta el biográfico.
En “Belfast”, el autor evoca precisamente un tramo de su infancia, en 1969, en una ciudad de Irlanda del Norte sacudida por los primeros enfrentamientos políticos y religiosos, que en muchos casos se dirimen entre los propios vecinos.
No en vano muta del color del inicio en un blanco y negro que mantiene en todo el relato, para evocar las peripecias del pequeño Buddy (Jude Hill), un niño de apenas nueve años de edad de una familia religiosa pero no fanatizada, que juega alegremente en la calle con sus amigos, sin comprender que está a punto de explotar una olla a presión en su barrio.
En tal sentido, las primeras secuencias marcan un claro contraste entre la mansedumbre de jolgorio infantil con la furia desenfrenada de una turba de protestantes que atacan un barrio obrero de extracción católica, destruyendo, saqueando e incendiando con bombas molotov todo lo que encuentran a su paso. Obviamente, esa auténtica asonada –con barricadas incluidas- deviene en un violento enfrentamiento con las fuerzas represivas, que intentan, por todos los medios, restablecer el orden.
La aguda conmoción es percibida por su madre (Caitriona Balfe), quien corre presurosa a proteger a su hijo y se refugia, junto a su familia, en su casa, que soporta un verdadero asedio.
En esas circunstancias, la tapa del cubo de basura con la que juega el niño se transforma en un escudo real contra la agresión de una auténtica horda de dementes y fanáticos radicales.
Con las calles de la urbe transformadas en campo de batalla, comienza a morir la pacífica Belfast, que, en lo sucesivo, iniciará su itinerario hacia el infierno, cuando ulteriormente el IRA (Ejército Republicano Irlandés), una fuerza paramilitar católica, entre en escena para resistir y contraatacar al enemigo.
Empero, el film no se centra precisamente en la actividad, a menudo con métodos terroristas, de esta organización armada, sino en la otra guerra, que se dirime entre vecinos.
La tragedia de un pueblo enfrentado en una confrontación fratricida, es el telón de fondo de la historia de una humilde familia asfixiada por las deudas con el fisco. En ese contexto, el padre (Jamie Dornan), trabaja todos los días en Londres y regresa los fines de semana para reencontrarse con sus seres queridos.
En este caso, la película plantea un segundo tema no menos trascendente: la ruptura familiar que supone la transitoria separación del padre y hasta la eventual hipótesis de emigrar a Inglaterra, con casa y trabajo seguro, lejos de la violencia de un país encendido por el odio.
En esa situación de virtual atomización filial, para el protagonista el refugio es, además de su casa y su barrio, el amor de sus dos abuelos, encarnados por Ciarán Hinds y la magistral Judy Dench. Ambos ancianos protegen a su nieto, lo aconsejan sabiamente y hasta se transforman en maestros suyos.
El tercer tema planteado es el del arraigo y el eventual desarraigo, con un núcleo familiar compelido a abandonar compulsivamente su ciudad natal para protegerse y solucionar su situación económica.
Para un niño de apenas nueve años, esta coyuntura se presenta naturalmente como un cuadro traumático, que le impone, por la razonable voluntad de los adultos, la necesidad de abandonar su vivienda, su barrio, sus amigos y hasta a sus compañeros de colegio. Obviamente, por su corta edad e inocencia, no está capacitado para comprender lo que realmente está sucediendo.
Por supuesto, el cuarto tópico que aborda este largometraje es el referido a la emigración, que ha sido, desde tiempos pretéritos uno de los más graves problemas de un pueblo recurrentemente sacudido por la violencia, desde la propia guerra civil de la independencia respecto al Reino Unido, que desoló al país entre el 22 de junio de 1922 y el 24 de mayo de 1923. En ese marco el ulterior acuerdo que puso fin a las hostilidades con la fundación de un país autónomo, no zanjó definitivamente el conflicto. Hoy, Irlanda es una república de status independiente pero sigue siendo parte de Gran Bretaña.
“Belfast” plantea un cuadro realmente desolador, con familias sitiadas por agitadores protestantes que hasta perpetran el atropello de cobrar indebidos impuestos para financiar su lucha y su sistemática operación de extirpación de católicos.
Ese drama contrasta radicalmente con la alegría y la inocencia del niño, que, en su particular visión, vive la situación como una de las tantas películas que observa en la humilde sala de cine de su barrio, en las cuales abreva del heroísmo real o ficticio de los personajes cinematográficos. De ese tramo de su vida nace precisamente el amor incondicional del propio Kenneth Branagh por el cine con formación teatral clásica, que como autor se ha transformado en uno de los grandes referentes culturales de su país y también a nivel global.
A diferencia de otros títulos que abordan los conflictos armados que sacudieron en el pasado a la flagelada Irlanda, como “El juego de las lágrimas (1992), “En el nombre del padre” (1993), “El precio de la libertad” (1997), “El viento que agita el prado” (2006) y “Cinco minutos de gloria” (2009), este film no se nutre únicamente de las viscerales rencillas políticas y las enconadas confrontaciones armadas entre el poder de un imperio centenario y un país desvalido y consumido por el odio religioso.
“Belfast” es un cuadro de impronta singularmente intimista, que describe los padecimientos de una pacífica familia inmersa en un auténtico infierno, en una explícita alegoría sobre el patológico fundamentalismo, el odio y el resentimiento.
Kenneth Branagth exhibe todo su talento y solvencia autoral para la dirección y el guionado, en una producción cinematográfica de sello bien personal, que remite -con rigor- a las vivencias de su propia historia y a las irracionales tragedias de su país.
La película, que posee un reparto actoral de grandes quilates interpretativos, incluyendo al niño Jude Hill, destaca por su ambientación, la potencia visual de su fotografía en blanco y negro y hasta las canciones del célebre compositor irlandés Van Morrison, que destilan poesía y nostalgia.
FICHA TÉCNICA
Belfast (Reino Unido/2021). Guion y dirección: Kenneth Branagh. Fotografía: Haris Zambarloukos. Música: Van Morrison. Edición: Úna Ní Dhonghaíle. Montaje: Úna Ní Dhonghaíle. Reparto: Jude Hill, Caitriona Balfe, Jamie Dornan, Judi Dench, Ciarán Hinds, Lewis McAskie, Josie Walker, Nessa Eriksson.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico de cine
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.
Otros artículos del mismo autor:
- “Ni siquiera las flores”; El drama de la incertidumbre
- “Parthenope, los amores de Nápoles”: La apología de la libertad amatoria
- “Montevideo inolvidable”: Entre la nostálgica grandeza y la decadencia
- “El fruto del árbol sagrado” La tóxica patología del fanatismo
- “Las vidas de Sing Sing”: El arte como sanadora evasión