Crónica de un héroe sin prensa

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En el interior del departamento de Paysandú, rodeado de grandes establecimientos de campo, Guichón contó tempranamente, en el siglo pasado, con pilotos de aviones. El campo de aviación local fue la sede del Aeroclub y el nombre Appaulaza permanecía en la memoria colectiva desde el accidente, que en plena planta urbana, lo llevó a la muerte. Esa actividad inspiró al hijo mayor de Marcelino García, oriundo de Oviedo, agente Ancap y comerciante, afincado en el pueblo casi desde su fundación. “Loyo” fue a la Escuela militar donde se recibió como piloto aviador.

Cada vez que el inconfundible sonido de un avión de guerra, más fuerte y grave que el de las avionetas locales se hacía sentir en el pueblo “es el Loyo”, decían. Y efectivamente, se había desviado de algún vuelo programado para visitar a su madre…y a toda la familia.

Arq- Luis Fabre

Su presencia se hacía sentir fuertemente entre nosotros, acompañada de noticias y anécdotas de la capital vividas por el único militar activo en el pueblo. Su destreza se hizo notoria cuando en una temporada de lluvias, con el pequeño aeródromo inundado, aterrizó el enorme avión en la carretera de balasto. Circulaba el rumor que con el mismo había pasado bajo el puente del río Santa Lucía. Años después se casó y tuvo sus hijas en Tacuarembó, ejerciendo como piloto para el Frigorífico del mismo nombre.

Mientras tanto, yo estudiaba en Montevideo cuando me contrataron para hacer un relevamiento de los centros asistenciales de Salud Pública en los departamentos del norte. Llegados a Tacuarembó le visité y comenté que nos faltaba relevar Vichadero en Rivera, casi inaccesible por los caminos de entonces. Sólo dijo “vamos”. Fuimos al aeropuerto, fuimos en la avioneta y esperó hasta que terminamos el trabajo para traernos de regreso.
Me llevó un largo tiempo percibir su motivación. Ahora sé que ya estaba dispuesto a hacer un trueque; su vida por una mejor para todos. La que ahora tenemos en Uruguay.

Fue apresado, torturado y condenado por la dictadura. Se ensañaron por ser militar y por haberlos burlado trayendo en su avión al “Bebe” Sendic hasta Melilla mientras lo buscaban por todo el País. Contó a su hermana, mi madre, que declaró no conocerlo, que para él era “sólo un pasajero”. Años antes la había llamado para comentarle que iba a Estados Unidos a traer un avión. Pocos días más tarde apareció en Bolivia el “Che” Guevara. No dí crédito al comentario de un amigo en el pueblo uniendo los dos episodios, pero aquí en la capital escuché la misma versión en una rueda de viejos militantes.

Después de muchos años enjaulado, el peor de los castigos para un ser volador, degradado y humillado, los volvió a burlar; se murió en Libertad. Ningún libro de historia ha recogido la suya. Pero mientras tengamos memoria “Loyo” seguirá volando.

Por el Arquitecto Luis Fabre

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A Marcelino Garcia (h), muerto en el Penal de Libertad

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