“Compañero del alma, compañero”

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“Un manotazo duro, un golpe helado
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.
Compañero del alma, tan temprano”

Al abrir La República del jueves encuentro que en su página 2 se informaba de la desaparición física del entrañable Gonzalito Carámbula. Primero, incredulidad, largos minutos de no creerlo. No fue un golpe, fue un mazazo. Y luego…a las puteadas con la muerte: no tenía derecho a llevarse a uno de nuestros imprescindibles. No tenía derecho esa “Vieja puta y fría” al decir del Sabalero, al llevarse un compañero, un camarada, de los que nacen muy de vez en vez, militantes de siempre allí donde fuera, dando siempre lo mejor, en el acierto o en el error, pero dando más de lo que varios de nosotros juntos podríamos dar.

No voy a hablar de su vida política, tan vinculada a la cultura. Otros lo están haciendo mejor que yo. Pero quiero rescatar al hombre con esa forma de ser suave, amable, amistosa, pero capaz de una firmeza, una dureza de certezas y una valentía, que sorprendía a quien no lo conociera.

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Uno de los recuerdos que más quiero rescatar fue su participación protagónica, su poder negociador, que lo hizo un elegido natural para las negociaciones iniciales en el albor de la democracia, en aquellas comisiones integradas por partidos, organizaciones sociales y sindicatos, militares y personalidades, donde junto a otros compatriotas fue arrancando acuerdos a quienes no querían irse. ¡Un negociador de aquellos!

También como promotor del voto en blanco en las internas de 1982, comprendiendo a cabalidad lo que esto significaba. Y en largas charlas, mate por medio, convencer a quienes queríamos otras opciones, entre los que me incluyo. Fue así que supo ganarnos a través de la convicción y no de la imposición.

En toda esa etapa mostró toda su talla política, su valía, esa herencia familiar que compartió con Marcos y Felixberto, su hermano y su padre, siendo desde el principio de la dictadura un cuerpo único acusador, transformando a su familia en uno de los grandes enemigos del régimen.

Sobre esto recuerdo un ejemplo vivo de esta situación. Cuando se negociaba con la dictadura, tras la clausura del periódico Cinco Días, la salida de un órgano de prensa cooperativo y al final de las negociaciones, el general Rapella y el coronel Bolentini, expresaron en nombre de la dictadura algo así: “Bueno, vamos a darle el permiso, pero con una condición que no es negociable para nosotros. Ninguno de los Carámbula debe integrar el nuevo medio… ¡ellos no!”. A pesar de estas amenazas Gonzalo fue el director de La Hora cooperativa.

En lo personal la muerte me llevó un hermano, un amigo. Ese Gonzalo con quien recorrimos “una vida” juntos, desde 1972 en adelante. El era el consejero sin dar consejos. Suave, amable, negociador que respetaba el disenso y que jamás levantaba la voz, siempre pensando en el mejor futuro para todos. Juntos.

Gonzalo y Pedro Cribari me convencieron para integrarme al diario Cinco Días, para luego salir juntos en la Hora, disfrutando de los momentos más inolvidables y queridos, no exentos de las dificultades, que nos planteó la salida democrática y los primeros pasos. Gonzalo era el de la charla y el de la opinión que orienta, el del suave poder de convicción. Nunca lo vio flaquear, siempre tenía claro el paso siguiente.

Les decía que se me fue un amigo. Pero no es así. No estará físicamente presente, pero cada vez que a su recuerdo acuda, él estará ahí, y a pesar de ser materialistas y agnósticos, si a pesar de todo hay un lugar más allá, allí estará cavando la nueva trinchera donde estaremos de nuevo juntos, sin duda.

Su lugar en el entrañable cariño que le profesaba, “no lo puede llenar la llegada de otro amigo”, pero al revés de la canción de Alberto Cortéz no queda un espacio vacío. Está lleno de vivencias, enseñanzas, actos de vida, todo lo que no se puede medir, brindado en una amistad… Queda la imperdonable bronca por no haber estado simplemente a su lado, junto a su compañera, hijos y nietos, su familia.

A Elisa, a sus hijos y nietos, a Marcos y a Elena, mi más apretado abrazo, que no por tardío es menos sincero. Y un solidario “Vamo arriba”, ahora que es cuando comenzaremos a extrañarlo.

Termino de nuevo con Miguel Hernández (como empecé), porque él supo decir mucho mejor lo que uno siente en estos momentos:

“A las aladas almas de las rosas,
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero”.

Por Henri Martínez

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