La ventaja de Ucrania

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Rusia ataca fuertemente en el noreste de Ucrania, y los ucranianos lo hacen en el sur. Ninguno hace grandes avances, lo que sigiere equivocadamente un statu quo. Las bajas rusas son muchas más que las ucranianas, y los rusos no cambian de estrategia. En cambio, los ucranianos están en un combate que en buena parte es cuerpo a cuerpo, a diferencia de lo que venían haciendo. Al igual que en la primera guerra mundial, los rusos atacan en oleadas, porque tienen menos munición de artillería de la que necesitan, con lo que tapizan el campo de cuerpos.

Ambos presidentes, Vladimir Putin y Volodymyr Zelensky opinan sobre estrategia militar. El ucraniano tuvo un raro momento de duda pública en el que consideró si la muerte de unos 100 soldados ucranianos por día en Sievierodonetsk y Lysychansk valían la pena; se luchaba por dos ciudades ya en ruinas. Sus mandos militares argumnentaron en contra y pudieron actuar. Ya no hay dudas; el letal combate urbano cara a cara está probando su eficacia. Sus mandos ahora reclaman tanques de guerra, diez o doce, con los que prometen un avance triunfal.

En cambio, Putin opina desde su estabilidad política y eso explica que haga su cuarto cambio en la conducción militar de la guerra en menos de un año, y pone al frente al jefe máximo de todas las fuerzas armadas, a Valery Gerásimov. Que el tema es político se deduce que el muy fiel Gerasimov fue quien planificó la invasión a Ucrania del 24 de marzo en base a una inteligencia fatalmente equivocada. Pensar que en febrero 2013, Gerásimov publicó un artículo muy difundido “El valor de la ciencia está en la previsión», y los hechos muestran que no supo prever lo obvio. Es inevitable la pregunta de qué hará en caso de que considere políticamente necesario reemplazar a Gerásimov, que es la cúspide del mando militar desde 2012,

No hay buenos y malos en la consideración estratégica de ambos bandos en pugna; la información es incierta y solo se logran algunas conclusiones generales. Los cambios en la cúpula militar rusa parecen obedecer más que a la guerra en curso en Ucrania, a la consolidación del poder político en el Kremlin. A diferencia de los ucranianos, el pueblo y los efectivos rusos no saben exactamente por qué luchan: ahora que la guerra está llegando a sus casas, una guerra contra el nazismo en un país donde no hay nazis no convence tanto. La muy conservadora religión ortodoxa rusa está esforzada (tal como se viener informando, https://www.laondadigital.uy/archivos/68669, y más) en darle una vértebra ideológica a la acción militar. Fue por eso que Stalin acudió al nacionalismo para ganar La Gran Guerra Patria en 1945, y la ganó el Ejército Rojo, que entonces podía llamarse glorioso; ése, ya no está. En cambio, los ucranianos tienen naturalmente la vértebra ideológica que los motiva: es su patria la que defienden, y eso explica que además de las fuerzas militares regulares, estén en combate un número indeterminado de grupos partisanos causándole daño a los rusos.

La otra gran vertiente de razonamiento a tener en cuenta es que, por más que la llamen como quieran, lo que hacen los rusos es una guerra de ocupación. Y ninguna guerra de ocupación pudo consolidar su poder en el siglo pasado y éste. Antes del fin de la guerra fría, y para atenernos a una sola región, tenemos el gran ejemplo de Vietnam, y antes, la ocupación japonesa de China y Vietnam, y la ocupación China de Vietnam, y el intento de ocupación de Camboya de Vietnam luego de 1975, y mucho más.

Se citará al respecto unicamente un estudio a partir del fin de la guerra fría, hecho conjuntamente por la Universidad de Madrid, el Real Instituto El Cano y el Centro Nacional de Inteligencia, y firmado por Felix Arteaga. “Las intervenciones militares fueron el producto estrella de la seguridad internacional en la posguerra fría. (…) Sin embargo, la experiencia trajo también la constatación de que el instrumento militar servía para solucionar algunos problemas, pero no para resolver todos los problemas estructurales y multidimensionales de las crisis.

“La subrogación de la gestión en organizaciones como la OTAN o en coaliciones ad hoc mejoró la gestión militar de las crisis, pero la gestión civil no acompañó esas mejoras. Pronto se vio que la estabilidad que se ganaba con las intervenciones militares no se aprovechaba para resolver los problemas de fondo. A la constatación de diplomáticos, militares y expertos siguió la de la opinión pública que veía como se alargaban las misiones en el tiempo y en el coste de vidas y presupuestos.

Hoy, “las intervenciones tienden a centrarse en adiestramiento, estabilización e interposición, pero renuncian a asumir tareas de reconstrucción de estados, como Afganistán, o de su deconstrucción, como los casos de Irak, Libia y Kosovo. Eluden proyecciones masivas de fuerzas y actúan a la distancia que les permiten sus drones, misiles y satélites y disminuyen el perfil público de sus actuaciones para acomodarse a una opinión pública que se ha distanciado emocionalmente de las intervenciones y se pregunta más por su eficacia que por su legitimidad.” O sea, Rusia está embarcada en una guerra que la historia indica que a la larga tal vez no pierda, pero seguro que la desgastará hasta un punto de no retorno. Así perdió Afganistán, y con eso dañó de muerte al régimen soviético.

 

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