Más nubes de guerra, y más oscuras

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En los últimos 9 meses, se manejaron dos tipos de solución para la guerra en Ucrania. La prenda cautiva de este dubitar fue el ataque ruso a la ciudad de Bajmut, entablado el 3 de agosto luego de conquistar Soledar, y que prosigue. La pequeña ciudad industrial no tiene en sí valor estratégico alguno, y la disputa por ella tiene el único propósito de mostrar, desde ambas partes, que la guerra continúa.

Puede especularse sobre por qué eso es importante para cada uno de los bandos en pugna, pero lo cierto es que las bajas ucranianas allí son de entre 120.000 y 150.000, y las rusas tal vez 200.000. La ciudad, que supo tener 70.000 habitantes, hoy no alcanza los 3.000, y de la ciudad no queda mucho en pie, si algo. No parece éste un argumento de peso. Mientras Kiev sostenga que quiere recuperar cada centímetro de su meritorio, incluso Crimea, y mientras no se sepa qué alternativas pueden convencer a Vladimir Putin (porque ésta es su guerra) para que abandone su idea central de que Ucrania no existe, es vital para ambos que haya una guerra en marcha que reivindique sus contradictorias posturas.

Una de las opciones fue expuesta por el académico Stephen Kotkin en un ámbito académico, aludida en público por Lula da Silva, trascendió en documentos filtrados y más, y es como sigue: Ucrania cede formalmente Crimea a Rusia, se establece a continuación una zona desmilitarizada, se acelera el proceso de integración de Ucrania a la Unión Europea (UE) y una parte o todo lo que se llama Occidente garantiza la seguridad del resto de Ucrania. No hay tratado de paz firmada; hay armisticio. Ese modelo probó ser muy eficaz en el caso de Corea del Sur.

La apoyatura a esta opción tiene un ingrediente de peso que no figura como debería en la agenda informativa: el cansancio de la población europea con tensiones y estrecheces; se sabe algo más de posiciones divergentes en el seno de la UE. También hay que considerar el agotamiento de los stocks de armamentos de quienes apoyan a Ucrania (EEUU le suministró a UJcrania, en un año, 13 años de producción de los lanzamisiles portátiles antitanque Javelin, por ejemplo), la negativa de países no desarrollados de cambiar su armamento de origen ruso, que los ucranianos saben manejar, por armamento norma OTAN, la desculturalización a medida que transcurre el tiempo de al menos 1,5 millones niños ucranianos inmersos en escuelas polacas, francesas, la marcada emigración de personas con alto nivel educativo que no es sino fuga de cerebros, etc. Además, se hace presente el desarrollo de problemas aún más importantes que el de Ucrania en un mundo –por nombrar solo un aspecto– en el que China hace alianzas en su propia región con cinco ex repúblicas soviéticas temerosas de Rusia, sus logros diplomáticos lo pasan de cliente a “socio estratégico integral” en Medio Oriente, y ahora avanza en sus relaciones concretas con América Latina.

No se sabe qué se haría para convencer a Putin de esta salida, pero lo cierto es que las sanciones económicas a Rusia, la incautación de bienes de su oligarquía, el fallo y pedido de captura de Putin como criminal de guerra y más, no tienen el efecto buscado. Por lo que se sabe, su posición política interna sigue sólida.

Sin desmedro de las armas que alcancen ahora a ser suministradas a Ucrania, el agotamiento de inventarios bélicos de tiempo de paz obliga a revitalizar (y de paso, modernizar) la industria de armamentos, lo que se hace con estados nacionales que se comprometen con empresarios privados a comprar determinadas cantidades cuando sean fabricadas; la producción está vendida antes de estar producida, y muchas veces es el caso de que esté financiada de antemano, en parte o en todo, por los estados.

A partir de la industrialización de las sociedades, es ley de la guerra que las armas que hacen la diferencia no son las que empuñan los ejércitos, sino la posibilidad de sustituírlas. Esto implica orientar la economía occidental hacia esas inversiones y además, desarrollos tecnológicos, especialización de personal, cursos de adiestramiento y más. Tal como muestra la historia, una economía de guerra condiciona a toda la economía. El ejemplo clásico es el del general Dwight Eisenhower, que el 17 de enero de 1961, en se discurso de despedida de dos gestiones presidenciales, advirtió contra el establecimiento de un «complejo militar-industrial» como protagonista de las decisiones de fondo del Estado. En 1940, EEUU no tenía industria bélica; la desarrolló fuertemente para atender la II Guerra Mundial, y luego esa industria encontró nuevas guerras a las que vender, sin desmedro de si se perdían o empataban; y que fueron más de lo primero que de lo segundo.

Así que sin desmedro de la advertencia de Eisenhower, el complejo se estableció y prosperó, y él tiene el rol protagónico en esta historia de Ucrania y el suministro que le hace Occidente a Kiev. Un armisticio modelo Corea del Sur no precisa de más armas, pero el secretario general de OTAN desde 2014, Jens Stoltemberg declaró en enero 2023 que Ucrania debería integrarse a la OTAN, y lo mismo hizo, en sincronizada coincidencia, quien era el ministro de Defensa de Ucrania en ese momento, Oleksii Reznikov, relevado por corrupción al mes siguiente.

Se planteaba así una presión que acaba de marcar un hito en la reunión de los 31 miembros de OTAN en la base aérea de Ramstein, Alemania, incluyendo los ministros de Defensa de los países miembros y otros representantes de 50 países, donde se sacó la decisión unánime de que Ucrania podrá optar por unirse a la alianza transatlántica “una vez que termine la guerra”. El consenso alcanzó sólo hasta allí, pues un miembro clave advirtió contra cualquier desarrollo rápido. El ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius, dijo en una entrevista el jueves 14 por la noche en la televisión alemana: “La puerta está entreabierta, pero este no es el momento de decidir ahora”.

Otro punto de resistencia de OTAN fue planteado por Francia, que con el respaldo de Grecia y Chipre presionan para garantizar que el plan de la UE para comprar 1.110 millones de dólares de municiones para Ucrania se cumpla a través de una cadena de suministro de toda la UE Algo que es políticamente correcto de enunciar, pero de realización dificultosa. No todos son clientes del mismo fabricante de armas, y son varios los que tienen proovedores de fuera de la UE.

Stoltenberg, quien ya expresó que se quiere retirar en octubre, había viajado a Kiev antes de la reunión de OTAN en Alemania, y está previsto que el presidente ucraniano Volodimyr Zelensky asista a la próxima cumbre anual de la OTAN en Vilinus, Lituania, en julio. Eso dio lugar a otra resistencia: funcionarios ucranianos han expresado que quieren que la alianza acuerde una hoja de ruta para la membresía como condición para su asistencia. Kiev había solicitado una membresía acelerada en septiembre pasado, y se está curando en salud: la membresía de la OTAN, que conlleva el compromiso de todos los países miembros de protegerse mutuamente si uno de ellos es atacado, ha sido durante mucho tiempo una demanda de Kiev. Pero primero tienen que ganar la guerra. Y esa es, como se argumentará, una zanahoria imposible de alcanzar.

Aunque la OTAN acordó en principio en 2008 (motivado por la guerra ruso-georgiana) que se podría permitir el ingreso de Ucrania, nunca se le ha dado al país un camino formal para ser miembro. El estallido de los enfrentamientos con Rusia, que se remonta a 2014 con la apropiación de Crimea, también ha actuado como un factor disuasorio adicional para los miembros de la OTAN, porque la adhesión de Ucrania implicaría un conflicto inmediato con un Moscú con armas nucleares. Y eso es algo que EEUU y otros Estados miembros han dejado claro que ni siquiera contemplarán. Ese mismo año 2014, con Crimea aproipiada por Rusia, la OTAN se dota, con el noruego Jens Stoltenberg, de un nuevo secretario general para los nuevos tiempos; se le ofrece un sueldo aceptable, 170.000 dólares anuales, pero Italia y España le rechazan la posibilidad de aumentarle un 4% el salario a su equipo.

Es de hacer notar que entre 2014 y la plena invasión rusa de febrero 2022, los argumentos de Occidente sobre soberanía territorial, derecho internacional y más con que hoy justifica su intenso apoyo bélico, estaban en un plan mucho más formal y con muchos menos decibeles. Hasta ese momento, Occidente no permitía que la realidad estorbara sus planes, y sostenía que la democracia era la única alternativa de Rusia al implosionado socialismo soviético. Hoy, Occidente dice que la democracia es una de las alternativas, no la única. Para demostrarlo, en Rusia hay hoy una autocracia con formalidad electoral; el desarrollo del tema requeriría nota aparte.

OTAN va a seguir apoyando con armamento a Ucrania. Le dará los reclamados tanques alemanes, pero no puede darle una planta de reparación en territorio ucraniano que, cada 100 tanques, tengan un personal de 10.000 operarios. Los tanques necesitan ser reparados, en promedio, cada 4,5 días de operaciones, y lo que hará OTAN, para no poner pie en la tierra en conflicto, es instalar la planta de reparación en otro lado, aun no especificado. Alemania, Polonia y Ucrania dijeron que crearían un centro para reparar los tanques Leopard utilizados en Ucrania, que podría abrir a fines de mayo. Eso plantea obviamente demoras en los traslados, riesgos de seguridad durante el trayecto y disminución de la eficacia.

El temor central de OTAN es que Ucrania ataque objetivos rusos en territorio ruso, y también verse envuelto en una situación en la que Rusia pueda argumentar con hechos tangibles que la OTAN está enfrentando con armas a Rusia. Por eso es que a Ucrania se le suministran armamentos que no se puedan utilizar en ataques a Rusia. Pero la guerra es una disciplina imperfecta, y cosas pueden pasar. Más se involucra OTAN, mayor es el riesgo de un desborde. Acá no se trata de lo que es justo, razonable y deseable, sino de lo que es posible.

En la hipótesis de que el desborde no ocurrirá y la guerra no tomará otro cariz y no extenderá su territorio, queda el hecho de que Ucrania tiene que realmente ganar la guerra para poder ingresar a OTAN y contar con la armadura de protección de su artículo 5: ataca a uno, ataca a todos. Porque Rusia puede repetir su ataque hoy o en cualquier tiempo futuro si Ucrania no tiene garantías de seguridad, como hoy las tiene Corea del Sur. Y una cosa es seguir peleando, a costa de suministros de OTAN y demás, y otra es ganar. Lo que está planteado –si se desecha definitivamente la posibilidad de un armisticio. que no dejaría conforme ni a Ucrania ni a Rusia– es cómo ganar.

El pueblo de Ucrania tiene una abnegada entrega a la defensa de su país; eso se sabe. Lo que no tiene es manera de obstaculizar la fabricación bélica rusa, que bien puede tomar un ritmo de progresión geométrica. A Rusia no parece pesarle demasiado, realmente, la pérdida de combatientes. Y es claro que la invasión no fue el paseo para el que llevaron uniformes de gala en 24 de febrero de 2021, y los hechos sugieren que Rusia no estaba preparada militarmente para pasar de una guerra relámpago, que el lector reconocerá por su nombre alemán, blitzkrieg, a una guerra de desgaste. Pasados los meses –seis como máximo– la teoría indica que inevitablemente se entra en una guerra de desgaste. En eso están; eso es Bajmut.

En la II Guerra Mundial, alemanes y japoneses demostraron gran voluntad de lucha. En Alemania hubo combates aun después del suicidio de Hitler, el 30 de abril de 1945. Y a Japón no sólo le bombardearon con napalm sus ciudades, sino que hicieron falta dos bombas atómicas, el 6 y 9 de agosto de 1945, para que se rindieran a la semana y firmaran la rendición el 15 de setiembre, 37 días después. El espíritu de lucha japonés no logró ser quebrado, como lo sugieren las fechas en que terminan aceptando la situación, sino que se anuló su capacidad de producción bélica.

En los ataques nucleares a Japón el 6 y 9 de agosto 1945 fallecieron 246.000 personas, pero sólo en el bombardeo con napalm y bombas racimo de Tokio el 9 de marzo (“quiero ver bailar las cenizas”, dijo un mando de EEUU, ordenando el ataque nocturno para lograr más víctimas), murieron 107.000. En la Alemania nazi, antes de que los bombardeos “de alfombra” de EEUU sobre sus zonas industriales afectaran y destruyeran la capacidad industrial alemana, Rusia se había recuperado de la pérdida de un tercio de su capacidad de producción militar causado por la invasión nazi el 22 de agosto de 1941, y aventajaba a la alemana cuando ésta todavía estaba a pleno en su producción. Joseph Stalin era un pésimo general pero un muy buen organizador de la producción.

Ucrania no tiene, ni se atisba que tenga, la capacidad aérea para destruir o dañar –ni siquiera mediante atentados– la producción bélica rusa. Por lo tanto, esta guerra de desgaste con Rusia en la que está, va a durar todo el tiempo en el que se le suministren armas que haya manos ucranianas dispuestas a empuñar. Pero no hay lógica posible de que eso la lleve a un triunfo que le abra las puertas de la OTAN y sus garantías de seguridad. Mientras, las industrias de armamento tienen que desarrollar sus planes de producción en consonancia con las normas de OTAN, y ganar dinero, que para eso están.

La cuestión central que podría abrir la puerta, cualquiera sea la salida que se busca, es qué llevaría a Putin a aceptar flexibilizar la situación, en tanto es para él un asunto personal. El tema para Putin es que Ucrania no existe como nacían, y por lo tanto tiene que destruir todo lo que contiene símbolos y presencia de nacionalidad de Ucrania para efectivizar su postulado.

Stalin conquistó Europa hasta Berlín, con una decisión que excedió por cierto recuperar su territorio invadido. Polonia controla vastos territorios que pertenecían a Ucrania, y lo que es Ucrania fue Polonia por 700 años. Pero Polonia no está invadiendo Ucrania ni reclamando eso.

Pero ni ella ni el resto de Occidente están haciendo acciones que planteen una alternativa política, como un gobierno en el exilio, que es lo único que desestabilizaría a Putin. Hoy, esta guerra consolida su régimen autocrático. Así vistas las cosas, quien tiene la iniciativa es Putin.

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