El mensaje de Crysol traía un listado de más de treinta hojas con nombres de mujeres en orden alfabético: ex presas políticas que figurarán en las 19 columnas, una por departamento, del amplio espacio circular del Memorial que se quiere libre y que se plantea como un reconocimiento a todas las mujeres que lucharon contra la dictadura. Se hacía ese 14 de mayo un último llamado para agregar ex presas y se tienen a la fecha 1.758 nombres.
Esas 1.758 no son todas las ex presas, porque la dictadura no hizo, o no proporcionó, el listado detallado de las recluidas de Punta de Rieles. El trabajo de recolección se hizo con los listados de aquellas que fueron procesadas por la justicia militar, figuran en el Archivo Berruti, fueron registradas por la Investigación histórica sobre la dictadura que hizo Udelar, la lista de detenidos desaparecidos proveniente de Madres y Familiares, la Historia del pasado reciente dirigida por Álvaro Rico y el Libro de Paso de los Toros, y se agregaron quienes no estaban en esos listados, pero demostraron que deberían estar.
Así que pese al tenaz trabajo de recolección, habrá una columna 20, para más nombres, y en particular para las adolescentes. La dictadura no fue prolija con eso. El historiador Carlos Demasi suele bromear con la profesora Rosario Catiche, que no figura en lista alguna, pero conserva el recibo del pago por el “alojamiento” durante los cinco años que estuvo presa.
A juzgar por la maqueta, va a ser una muy linda instalación no solo para mirar de paso, sino para estar en ella un rato. Será emplazada en Colombia y la rotonda del Palacio Legislativo, y se la inaugurará el 27 de junio propiamente dicho. La intendenta Carolina Cosse lo anunció con alegría. Medio siglo después del golpe de Estado, puede llegarse a esto en el país. Es parte del pasado reciente, y tal como explica Demasi, es reciente no por la distancia cronológica, sino porque está transcurriendo. Es más, la categoría ‘pasado reciente’ es un aporte de la dictadura cívico militar al lenguaje, y cuando ellos asolaban al país había incluso un curso para escolares avanzados con ese mismo título. Ahora haría falta otro, y lo único que no habría que cambiar es el título.
Aun si en ese listado estuvieran todas las que fueron presas, no comprenderían a todas las mujeres afectadas por la dictadura. Sin querer generalizar sobre el tema, están entre las víctimas las detenidas y violentadas en su hogar ya sin el hombre de la casa, que estaba preso, desaparecido o clandestino. Están las que quedaron a cargo de una casa con niños y sin ingresos, las que debían alistar a los chiquilines, el paquete que se pudiera y hasta la sonrisa para la ordalía que muchas veces era la visita al preso. Las que sufrían el silencio de los vecinos de siempre, ahora temerosos, las que debían apoyar a hijos hostigados en la escuela por faltar el día en que tocaba visita a la cárcel, o simplemente porque la maestra los trataba de “hijos de subversivos”. Y esos niños, y las propias madres, llevaban la vida que podían, atravesadas por el terrorismo de Estado.
Por su parte, la dictadura cívico militar no se oponía al feminismo solo porque éste no tenía una existencia formal, aunque el devenir demostró que las ideas de libertad e igualdad existían y lograrían creciente vigencia. Sapriza caracteriza la actitud dictatorial al respecto como “la intención de poner a las mujeres en el molde”. Que no se emanciparan, que no accedieran a la pastilla anticonceptiva y por supuesto que no participaran en la vida política y sindical. Pero enfrentaban una sociedad en la que el 40% de la matrícula universitaria estaba formada por mujeres, con lo que les resultaba inevitable que tuvieran amplia participación en los movimientos políticos, estudiantiles y sindicales, en la medida en que éstos avanzaban en su conquista del espacio.
Al parecer, las mujeres encaraban distinto a los varones el relato de haber estado en prisión. Lo solían hacer despojándolo de la épica tan varonil; era solo la mención del hecho y la preocupación de ellas pasaba a centrarse en la familia y las condiciones en que ella estaba. La dictadura cívico militar demostró, en su perverso accionar, querer utilizar a la mujer para trasponer esa puerta de entrada a la familia uruguaya, y a través de ella, a la sociedad.
Del lado de la resistencia, no había en ese momento un movimiento feminista estructurado y activo, pero ya desde antes de la dictadura cívico militar, la mujer uruguaya fue encontrando su puesto de lucha, en respuesta a los años duros que la precedieron. Según la historiadora y feminista Graciela Sapriza, en 1980 se evidenció que la mujer manifestaba una resistencia soterrada en la educación de los hijos, que afloró en la votación negativa a la reforma constitucional pretendida por el gobierno dictatorial. Eran madres alfabetizadas y fueron transmisoras de una educación democrática en la retaguardia del hogar. Se juntaban con cualquier excusa, y la aparición de los tapper, por ejemplo, fue una de ellas.
Con el aliento de la derrota de la dictadura cívico militar en el plebiscito de 1980, hasta 1983 se fueron dando núcleos de discusión femeninos dispersos, informales, pero eficaces. No tenían esos núcleos un sesgo político ni era una única la forma de resistencia que encontraban. Había allí mucha energía cívica, mucha inventiva y resultados de esa acumulación de fuerzas que se hicieron visibles en el período en que se gestó la apertura.
Las reuniones para escuchar los cassettes que enviaba Wilson Ferreira Aldunate, por ejemplo, permitieron un vínculo de estos núcleos de mujeres con los sindicatos, y el temario de esas reuniones no era sólo la situación política y los derechos humanos, sino también las relaciones de poder dentro de la familia. Así, surge una fuerza femenina que no sólo cuestiona la dictadura cívico militar, sino también la verticalidad del poder propia de los organismos políticos y sindicales de los hombres, para adoptar la horizontalidad en la toma de decisiones, empujadas por la ausencia de una organización partidaria que las encuadre en sus prácticas históricas,
Los grupos se van multiplicando en ese período de transición, y cobran presencia en distintos partidos políticos y gremios. El feminismo, como organización, va tomando forma. Y sin embargo, eso no se traduce en una representación político partidaria. Pese al notorio protagonismo de la mujer en el período, en el Parlamento que surge de las elecciones de la transición no hay ni una sola mujer, por primera vez desde 1942.
La recuperación de la memoria que se viene produciendo en el período está marcada por ciclos de la memoria sobre los distintos períodos antes, durante y en la transición de salida de la dictadura cívico militar. Y eran relatos dominados por varones; y en consecuencia, relatos marcados por la épica. Recién al año siguiente de iniciada la Marcha del Silencio, en 1997, se unen mujeres que atravesaron cárcel, torturas y otras formas de victimización, y producen un trabajo testimonial que se llamó Relatos para armar. Era, nuevamente, una forma de la participación política de la mujer a partir de una convocatoria horizontal. Su consigna era “vos tenés que contarlo, porque a ti también te pasó”. Ellas empiezan la tarea de barrer la épica, al afirmar “todos fuimos víctimas, presos y presas, silenciados y silenciadas, atemorizados y atemorizadas”. Se logra así un archivo que supera los 360 testimonios que hablan de esa complejidad y densidad que significó la dictadura cívico militar para toda la ciudadanía.
Es en este proceso inacabado del “pasado reciente” en que se gesta la necesidad imperiosa de este memorial a inaugurarse el 27 de junio. El protagonismo de la mujer en esta historia es ya un hecho. Falta que este Estado reconozca, tal como lo mandató la Institución Nacional de Derechos Humanos, INDDHH, que en su momento hubo niños víctimas directas del terrorismo de Estado, y que en la medida en que no se reconoce y atienda la situación en que están, ya adultos, siguen siendo víctimas. Que en una derivación poco estudiada, en la descendencia de esos hijos aparecen síntomas graves atribuibles al terrorismo de Estado. Y que quedan por estudiar seriamente los efectos que tuvo y tiene ese terrorismo de Estado sobre el conjunto del país, sus problemas como sociedad, las grietas sociales, de la memoria, de la economía, sobre todo el país. Se avanza, pero con parsimonia. Se nos va la vida en esto.
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