La intimidad individual flagrantemente violada por los servicios de inteligencia, la corrupción estatal, los secretos, el chantaje y la infidelidad son los cinco atrapantes núcleos temáticos de “La extorsión”, el incisivo thriller del realizador argentino Martino Zaidelis, quien concibe un policial atrapante que, por sus características, emula el modelo de los mejores exponentes de la industria de elite.
Aunque por su convencional formato esta película podría ser perfectamente un producto fabricado en los laboratorios creativos de Hollywood, sus señas de identidad son realmente bien argentinas. Empero, incluso podría ser una película uruguaya, porque su lenguaje condensa perfectamente la impronta de la idiosincrasia del Río de la Plata.
Aunque se trata de un policial o bien de un thriller como se suele denominar ahora a los productos comerciales en los cuales prevalece la acción, sin soslayar algunas secuencias de humor, esta película aborda por los menos dos temas siempre urticantes y controvertidos: la actividad de los servicios de inteligencia del Estado y la corrupción enquistada en los estamentos del sistema.
No en vano, interactúan los servicios de inteligencia, que en un pasado no muy remoto, se transformaron en un poder paralelo, como apoyo logístico de las dictaduras que asolaron el continente americano, durante la fase más crítica de la guerra fría.
Estas organizaciones estatales operaban en el más absoluto secreto, espiando a opositores a sol y sombra, con el propósito de entregarlos a los mastines uniformados que actuaban como guardias pretorianas de los gobiernos autoritarios. En ese contexto, conocían hasta las más mínimas intimidades de estos.
Esta auténtica peste –que operaba en todo el continente- era una suerte de ejército encubierto que se movilizaba con la más absoluta impunidad y, luego de hacer su trabajo sucio, le entregaba toda la información al poder hegemónico para que este celebrara su festín de violencia y represión.
En nuestro país, luego de mucho tiempo, se comprobó que las tareas de espionaje trascendieron al propio régimen autoritario e insólitamente prosiguieron durante los cuatro gobiernos de derecha de la posdictadura.
En tal sentido, la Fiscalía archivó la causa porque los delitos probados estaban prescriptos. Sin embargo, de las indagatorias surgió que las tareas de inteligencia destinadas a identificar opositores se prolongó desde 1985, año en el que asumió el primer gobierno colorado encabezado por Julio María Sanguinetti hasta comienzos de 2005, coincidiendo con el inicio del ciclo progresista. Recién ese momento, fueron desactivados los aparatos de inteligencia.
Las minuciosas pesquisas permitieron establecer la contundencia de las evidencias, en cuanto a la comisión de ilícitos en ese período de casi dos décadas, presuntamente a espaldas de las autoridades constitucionales.
Las actuaciones judiciales posibilitaron determinar que la Dirección Nacional de Información e Inteligencia, la Dirección General de Información de Defensa. la posteriormente denominada Dirección Nacional de Inteligencia del Estado, organismos dependientes del Ministerio del Interior y del Ministerio de Defensa Nacional respectivamente, actuaban desde las sombras espiando a partidos políticos –particularmente de izquierda- dirigentes, sindicalistas y miembros de organizaciones sociales.
La tareas ordenadas, no se sabe bien por quién porque Sanguinetti negó tener conocimiento de estas actividades, lo cual parece complejo de digerir tratándose de un mentiroso contumaz, consistían en infiltraciones en organizaciones políticas y sociales, escuchas mediante captación de comunicaciones telefónicas, ingreso ilegal a domicilios, locales u otros inmuebles y un fluido intercambio de información proporcionada por otras personas a las que se les pagaba por ese “trabajo” ilegal y naturalmente encubierto.
Por supuesto, de la intensa indagatoria surgió la comisión de conductas delictivas, como abuso de funciones, omisión de denunciar delitos, violación de domicilio, intercepción telefónica y revelación de secreto telefónico. Como todas estas figuras penales tienen una pena máxima de diez años y por ende prescribieron, esta causa- que fue escandalosa- fue archivada.
Aunque no sabemos con certeza si los servicios siguieron actuando en Argentina luego de la caída del telón de la dictadura genocida que devastó al vecino país, la película insinúa que siguen operativos y sus estrategias son similares a las de los tiempos más oscuros.
El otro tópico que aborda esta película, más allá de su mero formato de thriller, es el relativo a la corrupción que todavía es una práctica persistente en los denominados países periféricos, pero que, naturalmente, también degrada el orden jurídico en las naciones desarrolladas.
Al igual que Argentina, nuestro país tiene una larga historia relacionada con estas chanchadas que se perpetran al amparo del poder que le confiere la ciudadanía a los gobiernos. En tal sentido, el caso más emblemático es el del gobierno encabezado por Luis Alberto Lacalle Herrera, que culminó con más de una decena de procesados y varias imputaciones que quedaron impunes. Empero, la actual administración multicolor no le va en zaga, con casos de fuerte impacto como el que involucra al ex custodio presidencial Alejandro Astesiano, el otorgamiento de un pasaporte al narco Sebastián Marset, las licitaciones amañadas para la compra de drones, los sobreprecios pagados por aviones chatarra y vacunas, el otorgamiento de exoneraciones a familiares de gobernantes, la entrega del Puerto de Montevideo a una multinacional belga y la adjudicación de viviendas de interés social a dedo, entre otras acciones con fuerte apariencia delictiva.
Aunque parezca descontextualizada de esta reseña, la alusión a estos dos temas es pertinente, por la fuerte repercusión que tienen en las sociedades y la degradación de la calidad democrática.
En tal sentido, en “La extorsión” estos temas –con toda lógica- son invocados como si estuvieran naturalizados y casi como si fueran parte del peor folclore de un país en permanente efervescencia, recurrentemente asolado por el autoritarismo.
En ese marco, el protagonista de la historia es Alejandro Petrossián (Guillermo Francella), un experimentado piloto profesional de aviones que disfruta mucho de su trabajo pero está muy cerca de la jubilación. Este hombre, que parece inofensivo y realmente lo es, comparte su vida con su esposa Carolina (Andrea Frigerio), que es auxiliar de vuelo.
La vida de este individuo parece transcurrir sin sobresaltos, salvo las turbulencias habituales en los vuelos, hasta que es abordado por un ignoto personaje que se identifica como Saavedra (Pablo Rago), quien le formula una propuesta realmente sospechosa.
Naturalmente, el protagonista del relato, que jamás cometió un ilícito, desconfía del planeamiento del misterioso individuo. Empero, este se identifica rápidamente como miembro de los servicios de inteligencia del Estado y le aclara que no puede rechazar el trabajo, que consiste en llevar una o varias valijas a bordo del avión que capitanea, hasta España.
En tal sentido, sus argumentos son contundentes. En efecto, tiene bien identificado a Alejandro, ya que sabe que este posee una amante médica, que ha omitido informar que el piloto padece una leve discapacidad auditiva. Por supuesto, en caso que esta patología se conozca, el hombre quedaría inhabilitado para volar y sería jubilado antes de tiempo.
Por supuesto, esta situación remite al propio título de la película, ya que se trata de una extorsión. En efecto, o el azorado Alejandro cumple con la demanda o los servicios de inteligencia revelarán la verdad, lo cual le impedirá seguir trabajando y hará naufragar su matrimonio, cuando su esposa se entere de su infidelidad.
El film comienza con un golpe de efecto que parece no tener ningún vínculo con el desarrollo de la narración: un atentado fatal con bomba contra el tripulante de un automóvil. En el decurso del relato, el espectador comprenderá que ese trágico acontecimiento tiene una íntima relación con la operación ilegal propuesta.
Una situación muy frecuente es cuando una persona se presenta en la aduana de un aeropuerto con una valija y la pregunta insoslayable es: “¿la armó usted o de la armaron’ Si la interrogante está dirigida al protagonista, la situación adquiere singular complejidad, porque este hombre que está siendo víctima de extorsionadores con poder e impunidad para actuar, ignora el contenido de las mentadas valijas.
Aunque todo parece estar orquestado para que el equipaje pase inadvertido y salve el control de rutina sin inconvenientes, la coyuntura inexorablemente se tornará más compleja, cuando dos agentes de policía aeroportuaria concurren al domicilio del infortunado trabajador y, ante su sorpresa y la de su esposa, le piden que los acompañe. ¿Está detenido? ¿Es sospechado de algún delito? Realmente, hay sobrados motivos para temer.
A partir de ese momento, comienza otra historia, cuando un rígido y minucioso inspector de esa dependencia, Mario Aldana, (Carlos Portaluppi), que naturalmente actúa en la órbita de la legalidad, interroga al azorado piloto acerca del contenido de la valija y sus diversas implicancias. Este hombre actúa con suma sutileza e inteligencia no exenta de severidad, con el propósito de conocer una verdad que en su fuero íntimo intuye.
En esta secuencia, la película muta por momentos de policial en comedia, con varios momentos jocosos, nutridos con el indudable talento de Francella y el propio Portaluppi.
En ese contexto, en su segunda mitad el film adquiere giros insospechados, como la participación del también piloto
Fernando Marconi (Guillermo Arengo) en las operaciones ilegales, en este caso, a cambio de una “recompensa” en dólares.
Martino Zaidelis, quien adquirió singular popularidad con “Reloca”, una desopilante comedia protagonizada por la actriz, modelo y cantante uruguaya Natalia Oreiro, imprime a su relato todo lo necesario para entretener, con abundantes dosis de acción y suspenso hasta el epílogo.
Por supuesto, parece obvio –para no frustrar al espectador- que no se debe revelar el contenido de las múltiples valijas que transporta a bordo el extorsionado piloto ni otros conflictos –en este caso conyugales- derivados de la enojosa situación.
Aunque “La extorsión” es un film pensado para consumo masivo y naturalmente comercial tanto por su formato como por su desarrollo, ello no obsta reflexionar sobre los dos temas antes aludidos: la actividad de los servicios de inteligencia en tiempos de democracia y la corrupción enquistada en los propios estamentos estatales. Por más que esta propuesta cinematográfica no ahonda en estos tópicos, resulta ineludible aludir a ellos, por su intrínseca persistencia y perdurabilidad en el tiempo, particularmente en el caso de las actividades ilegales o delictivas que algunas personas perpetran, cobijadas por el casi siempre invulnerable paraguas del Estado.
En ese contexto, este film que realmente divierte, por su ritmo casi siempre dinámico y por momentos frenético, resalta, además, por un activo muy importante como lo es, sin dudas, su reparto actoral, en el cual se lucen ampliamente, además del todoterreno Guillermo Francella, Carlos Portaluppi y Guillermo Arengo.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
La extorsión (Argentina/2023). Dirección: Martino Zaidelis. Guión: Emanuel Diez. Música. Pablo Borghi. Fotografía: Lucio Bonelli. Música: Pablo Borghi. Reparto: Guillermo Francella, Pablo Rago, Andrea Frigerio, Guillermo Arengo, Carlos Portaluppi, Mónica Villa, Alberto Ajaka, Romina Pinto, Julieta Vallina y Juan Carlos Lo Sasso
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