Una lectura superficial sobre la lectura superficial

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Frecuentemente surgen numerosas dudas sobre la capacidad actual de lectura y de comprensión de lo que se lee. Nuestra relación con esa práctica ha variado a través de la historia y no puede desanclarse entonces de las transformaciones significativas asociadas a la revolución informacional contemporánea. Como ya se acumulan muchas evidencias sobre la forma superficial que tendemos a leer, es necesario aportar algunos insumos –igualmente rápidos y superficiales- sobre la discusión de fondo y llamar la atención sobre algunas consecuencias sociales.

Sabemos, para empezar por algún lado, que las prácticas de lectura son muy desiguales. Depende mucho del capital cultural acumulado en la trayectoria de vida que a su vez depende de la posición social del individuo. Esto es, las diferencias de clase –que además suelen tener hoy un marcado correlato territorial- también pesan en este tema aunque parece que sólo fuera una cuestión de mero interés individual.  

De este modo,  cuando alguien dice me gusta leer o no me gusta leer parece que se tratara de una simple cuestión de opción realizada sobre actividades preferidas, cuando en realidad la disposición a leer o no, la “necesidad” de hacerlo o la disposición a evitarlo, también arrastra todas las desigualdades producto de los diferentes contextos sociales de vida.  Si sabemos desde hace tiempo que en el desarrollo neuronal pesan decisivamente los primeros años de vida y hasta el propio proceso de gestación, no estamos meramente frente a un problema neurológico sino profundamente social, de desigualdades que no se captan en su profundidad. Ni siquiera es una cuestión de “oportunidades” educativas, porque el problema comienza antes y el sistema educativo tampoco puede hacer magia.

Entonces es una cuestión de constatación empírica y no “ideológica” (frecuente calificativo de los defensores del establishment) decir que el funcionamiento “natural” de la sociedad capitalista genera constantemente obstáculos al desarrollo de las potencialidades cerebrales de los individuos en determinados sectores mientras las estimula constantemente en otros, ya que reproduce y profundiza permanentemente desigualdades sociales, territoriales en un mismo país o entre regiones centrales de acumulación y regiones periféricas.

En ese marco, la lectura que trascienda un conjunto de mensajes cortos implica mucho más que la elección de un pasatiempo, es, como alguien dijo “el combustible de las neuronas”. Está en juego el desarrollo cognitivo a lo largo de la vida, estimula la percepción, la concentración y hasta la empatía. Igualmente sabemos que un cerebro que se mantiene en “entrenamiento” constante es capaz de compensar el proceso degenerativo natural. La idea es que si no se “heredó” ese entrenamiento por contexto social de origen (lo cual tampoco es garantía de nada), es clave al menos tratar de estimularlo a lo largo de toda la vida.

Ahora bien, establecida esta idea general de base es preciso entrar en problemas que se están agregando en los últimos años. Porque existen muchas evidencias sobre la disminución de la capacidad de concentrarse y en consecuencia en la captación de lo que se lee. Por ejemplo, las lecturas de noticias –a las que ya se les impone brevedad en su escritura- se vuelven rápidas y superficiales, considerando además que las redes sociales se han vuelto un medio importante de informarse.

Un ejemplo: la muerte de Diego Armando Maradona el 25 de noviembre de 2020 conmocionó al mundo pero igualmente fue tendencia en las redes el nombre de Madonna, pues muchos de sus fans, en su lectura rápida, creyeron que fue la cantante y bailarina la fallecida. Esto no debe considerarse una simple curiosidad. La lectura en redes sociales estimula la superficialidad, la “lectura-zapping”.  

En 2010, el exitoso libro del escritor Nicholas Carr que (luego, en la traducción al español) se llamó “Superficiales, ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes” sostuvo precisamente eso,  que la red incentiva un tipo de lectura superficial y debilita el procesamiento profundo de lo que se lee.  El problema -en términos científicos- es mucho más complejo que un “causa-efecto” pesimista (A determina B, el dispositivo tecnológico limita una capacidad), pero sin duda el autor colocó públicamente en su momento una discusión sustantiva.

En algunos casos, la multitarea (realizar más de una tarea al mismo tiempo), pero en general el estímulo a la distracción permanente que supone un uso no controlado del celular, por mencionar sólo algunas situaciones cotidianas, abre todo un tema sobre lo que se llama neuroplasticidad, es decir la plasticidad neuronal y su capacidad de moldearse de acuerdo a las experiencias sociales. Esto plantea numerosas interrogantes sobre las consecuencias en las transformaciones que están teniendo lugar. La lectura rápida y superficial unida a una sucesión de imágenes igualmente rápidas que procuran captar la atención, tiene impactos hasta en la calidad de la democracia.

En ese sentido, el profesor de la Universidad Federal de Minas Gerais, David Gomes, toma el tema teniendo presente a Brasil aunque apuntando más allá del caso específico. En uno de sus trabajos, luego de plantear la pérdida de centralidad de la comunicación escrita y los riesgos para la democracia, muestra al menos dos elementos que contribuyen a esos riegos y que quedó claro con el gobierno Bolsonaro: la proporción de fake news y la dimensión de  ofensiva contra la ciencia, ambas cosas muy alejadas de la actitud reflexiva.

Llegamos así a un aspecto sociopolítico relevante que puede esbozarse de la siguiente forma: si la lectura, si la comunicación escrita, históricamente fue clave en la elaboración del pensamiento crítico, en la generación de argumentos de discusión colectiva, en la capacidad de fundamentar y desarrollar una idea públicamente (competencia lingüística), ¿qué sucede cuando se hace evidente en el campo popular una distancia creciente entre el saber del “experto/a”, el desempeño comunicativo del o de la dirigente y el resto de un colectivo tendencialmente débil en la lectoescritura?.

Peor aún: ¿hasta dónde las fuerzas del campo popular que procuran una transformación social tienen real conciencia del problema?. Tiendo a identificar (a partir de mi propia experiencia de investigación) una tensión general:  mientras discursivamente se plantea la importancia del conocimiento que deben tener los integrantes de un movimiento social, en términos prácticos poco se avanza en desarrollar capacidades básicas como base para integrar lecturas y plantear argumentaciones fundadas. Y por consecuencia, se pierde capacidad de construir reflexión crítica estratégica y no mera reacción emocional sin proyección. 

El problema es que cuando esto último sucede, la argumentación puede girar en base al sentido común. Es decir, en base al sentido común general (dominante en una sociedad) o el del espacio social específico en que se actúa, pero en los hechos la perspectiva sobre un problema de fondo no se elabora sustantivamente. Incluso puede haber lecturas superficiales de un tema y el individuo construir la ilusión del conocimiento. Pasa incluso con estudiantes universitarios: muchas veces tienen la ilusión de conocer cuando en realidad están meramente frente al reconocimiento superficial de algo que suena familiar.   

En una entrevista colectiva sobre prácticas de lectura y movimientos sociales, el investigador Rodrigo Nunes (profesor de teoría política de la Universidad de Essex) habla de la necesidad de “filtros” en relación a la oferta (infinita) de información y señala que, cada vez más, nuestros filtros son los otros y nuestra red de amistades digitales o extradigitales y del capital simbólico asociado a cada fuente y a cada medio.  Agregaría entonces que sin el entrenamiento en una lectura no superficial y que implique cierta concentración y “apartamiento” de estímulos distractores permanentes, existirá cada vez menos imaginación y elaboración de experiencias para plantear alternativas, ya sea para temas o demandas concretas como más generales en cuanto alternativas de sociedad.

En consecuencia,  ya en el final, conviene tener presente un par de elementos para integrar en la discusión. Uno es que es preciso tomar conciencia social del alcance del problema que aquí se planteó apenas superficialmente abriendo algunas pequeñas ventanas.  No se trata pues ni de quedarse en el “solucionismo tecnológico” (buscar soluciones en la tecnología para problemáticas que tienen un fundamento social) ni de refugiarse en un pasado mítico sobre cómo la gente leía antes. Se puede leer en profundidad el horóscopo del 2024 y no aporta nada. Dos: es necesario no sólo pensar en lo que se puede hacer desde los distintos niveles educativos formales por los que se transita, sino más en general, en otros espacios sociales. Los de formación en organizaciones políticas y movimientos sociales son algunos de ellos.

Dr. Alfredo Falero

30 de diciembre de 2023

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