La violencia desenfrenada, el miedo, el acoso, la pobreza, los conflictos de convivencia y los intereses económicos del gran capital se cruzan como una suerte de caudaloso vendaval de visos trágicos en “Las bestias”, el removedor, aclamado y laureado drama rural del galardonado realizador español Rodrigo Sorogoyen, que desnuda, sin ambages ni tapujos, las peores miserias de la condición humana.
Esta coproducción hispano francesa, que está ambientada en una región rural de la Galicia contemporánea, bien alejada de las localidades urbanas, plantea problemas que, en pleno siglo XXI, siguen desgarrando la trama social de una Europa contradictoria, donde, en algunos casos, conviven la riqueza con una pobreza muy similar a la que padecemos en nuestro continente.
Naturalmente, España, que otrora fue un poderoso imperio económico y militar que conquistó y hegemonizó a lo que hoy conocemos como América Latina, no sin antes perpetrar el peor genocidio contra los aborígenes que registra la historia, ocupar sus territorios y saquear sus riquezas, es una nación de referencia en el concierto del mundo desarrollado.
Sin embargo, aunque España sea un insoslayable destino para los inmigrantes por las oportunidades laborales que brinda, en ese vasto espacio geográfico situado en la península ibérica en el cual conviven varias culturas, interactúan familias muy acaudaladas con comunidades pobres y atrasadas, que mantienen un estilo de vida más propio del siglo pasado que del presente.
En esa región española existen territorios boscosos, desolados y escasamente habitados algunos de los cuales, por sus singulares características geográficas y demográficas, son codiciados por empresas- muchas de ellas multinacionales- para instalar complejos productores de energía eólica, una fuente alternativa que, junto a la energía fotovoltaica, está sustituyendo paulatinamente a los combustibles de origen fósil, que son altamente contaminantes.
Empero, esa lógica de mercado puede provocar conflictos entre los pobladores, en la medida que esos capitales compran las tierras donde serán emplazados gigantescos molinos, que pueden ser observados a siempre vista desde muy lejos.
Este tema, que es eminentemente económico, está vinculado particularmente al acelerado proceso de globalización planetaria, que ha reducido al mínimo las distancias físicas por la proliferación de medios de comunicación que conectan- a través de dispositivos de tecnología de punta- a los seres humanos de todas las latitudes. Empero, esa globalización tiene también una expresión económica.
Sin embargo, aun existen algunos paisajes casi inexplorados, donde habitan personas embrutecidas por el esforzado trabajo rural, que suelen rechazar y hasta hostilizar a los extranjeros, a quienes consideran intrusos.
Este relato, que mixtura el drama con el thriller, es la historia de un álgido conflicto entre una pareja de franceses integrada por
Antoine (Denis Ménochet) y Olga (Marina Foïs), quienes, buscando una suerte de paraíso que los libere de la alienación de los vertiginosos centros urbanos, se instalan en una aldea en el interior de Galicia, con el propósito de iniciar una nueva vida en contacto con la naturaleza y apostando fuertemente a un proyecto de cultivo ecológico.
Sin embargo, la paz que tanto ansiaban encuentra un obstáculo realmente inesperado, cuando los propios lugareños comienzan a percibir la presencia de la pareja de extranjeros como enemiga.
Aunque ambos son seres humanos pacíficos y asertivos, su actitud no encuentra una correspondencia en los pobladores del lugar, quienes, desde el comienzo, los observan con recelo y hasta con desprecio.
En ese contexto, una secuencia inicial, cargada de violencia, da cuenta de un estilo de vida que tiene una identidad cultural propia.
En efecto, en una prodigiosa escena rodada en cámara lenta al mejor estilo del icónico realizador norteamericano Sam Peckinpah, dos hombres intentan sujetar a un caballo, en un campo casi desolado. La cámara se concentra en los ojos del equino, que parece resuelto a no rendirse y resistir la prepotencia de los seres humanos. Es claramente, una lucha entre bestias, dos de ellas racionales y la otra irracional, que trasunta la reciedumbre de personas acostumbradas a interactuar con la naturaleza.
Aunque esta escena inicial no tiene ninguna relación con el ulterior devenir de la narración, igualmente parece un anticipo y hasta una alegoría simbólica de lo que sucederá y de la ardua lucha por la territorialidad que se entablará entre los dos extraños –por lo desconocidos y extranjeros- con una familia de vecinos rústicos largamente asentados en el lugar, al que consideran propio.
Los lugareños en cuestión son Xan (Luis Zahera) y Lorenzo (Diego Anido), dos campesinos que viven con su anciana madre, quienes tienen a estudio la propuesta de una empresa que explota el negocio de la energía eólica. Para que el proyecto se concrete deben comprar las tierras, que son compartidas por estos lugareños y los franceses. Sin embargo, estos últimos se niegan a renunciar a su legítima aspiración de seguir viviendo en el lugar y, por ende, no aceptan firmar los documentos que permitirán concretar la negociación.
Este es el origen del conflicto entre los nativos del lugar y los nuevos propietarios, que inicialmente entrecruzan miradas más bien hostiles hasta que comienzan las discusiones, en todos los casos subidas de tono. Incluso, el desencuentro, que se origina naturalmente en un conflicto de intereses económicos, encuentra el obstáculo de la lengua, ya que los campesinos no hablan ni entienden la lengua francesa y la pareja apenas conoce algunas expresiones del idioma gallego.
Esta circunstancia dificulta la comunicación entre ambas partes enfrentadas y potencia aun más la tensión, hasta transformar la situación en realmente insostenible. Obviamente, la postura de los lugareños es irreductible, ya que estos sobreviven en la pobreza y la venta de sus tierras puede mejorar considerablemente su calidad de vida. En cambio, para la pareja de extranjeros, que tiene un status económico, social y cultural muy superior, el negocio no es una opción, ya que desean permanecer y seguir viviendo en ese idílico paisaje.
En ese contexto, resulta muy complejo tomar partido por uno u otro bando, porque ambos tienen fundadas razones para asumir una actitud de tanta firmeza y ostentan todo el derecho de actuar en función de sus deseos e intereses.
Esta tensa divergencia entre ambas familias transforma la atmósfera del lugar en irrespirable, lo cual contrasta radicalmente con la paz que habitualmente otorga vivir en un paisaje generoso, natural y casi inexplorado, por la escasa presencia de población.
En ese marco, lo eventos que se registrarán en lo sucesivo, que alcanzarán altísimos picos de tensión dramática, nos recuerdan por lo menos a dos películas emblemáticas: “La violencia está en nosotros” (1973), del genial maestro británico John Boorman, y “Los perros de paja” (1972), del no menos emblemático cineasta norteamericano Sam Peckinpah.
En el primer caso, cuatro burgueses se aventuran un fin de semana a una inaudita excursión a través de bosques agrestes y en canoa navegando por un caudaloso río, para experimentar la
emoción de vivir en contacto con la naturaleza y divertirse. Sin embargo, el desarrollo de la historia les demuestra su dramático error, cuando deben enfrentarse con un grupo de rústicos leñadores. El resultado es un film de extrema crudeza, que asume perfiles realmente pesadillescos.
En tanto, la película de Peckinpah, que no le va en zaga por su intrínseca calidad artística, narra la historia ficticia de un docente norteamericano y su joven y hermosa esposa, que huyendo de la violencia de su país, se instalan en una vivienda rural en plena campiña inglesa. Allí vivirán una auténtica pesadilla, por la actitud de hostilidad de un grupo de hombres, quienes se dedican a molestarlos e incluso intentan violar a la mujer. También en este caso, el desenlace es una suerte de brutal carnicería.
Estos dos inolvidables títulos de cineastas referentes son, en nuestra opinión, buenos antecedentes para incursionar en la escenografía de conflictos y de barbarie que plantea “Las bestias”, aunque en este caso sin la misma crudeza de “La violencia está en nosotros” ni la misma radicalidad de “Los perros de paja”.
En esta película, que bordea el thriller pero que es realmente un drama, se instala una suerte de guerra sorda entre dos familias, que inicialmente se limita a gestos y miradas y luego deviene en duelos verbales, cuyo mayor obstáculo es la comunicación por las diferencia idiomáticas y por la exacerbación de actitudes.
Empero, promediando el relato comienzan las agresiones, como ser la contaminación de pozos de agua por parte de los lugareños y reiteradas incursiones ilegales en tierras ajenas, ante la absoluta pasividad de la policía local, que tiene apenas dos efectivos que se hacen los indiferentes. Evidentemente, hay una toma de posición a favor de los campesinos y contra los “intrusos” franceses.
Los posteriores eventos están dentro de lo previsible, por más que el nuevo vecino galo intenta un vano acercamiento, con una invitación a compartir bebidas en el único bar disponible y un diálogo que nunca es tal, porque para dialogar se necesita que ambas partes se entiendan y estén predispuestas al acuerdo. Incluso, uno de los campesinos le recuerda a su vecino cuando Francia, en los tiempos de Napoleón, invadió su país y lo incorporó a su imperio, aduciendo que los españoles eran todos unos “tarados”. En ese contexto, la pregunta a su interlocutor es: ¿tú sigues pensando lo mismo?
El film se inspira en un episodio real acaecido en 2010, en el municipio de Petín (Orense), que cuenta con una población de 1076 habitantes. Allí, una pareja neerlandesa que buscaban vivir de la tierra de forma directa y natural. se terminó asentando en Santoalla (Galicia). Sus únicos vecinos eran los integrantes de la familia Rodríguez, formada por dos hermanos y sus padres.
Pese a que el vínculo entre ambas familias fue inicialmente armónico, todo cambió radicalmente cuando una compañía dedicada a la explotación de la energía con fines comerciales les formuló una importante oferta en euros para instalar molinos eólicos en la aldea. En esta historia real, ese tenso conflicto devino en situaciones de violencia.
Esta soberbia película, cuyo epílogo naturalmente nos reservamos por razones obvias, corrobora que en todo ser humano aun habita una bestia, que, para sobrevivir en la pobreza y este es el caso, actúa por meros impulsos instintivos. Ello no supone, en modo alguno, justificar la violencia como mecanismo para dirimir las disputas, pero sí entender la actitud de lugareños embrutecidos por el trabajo rural en condiciones paupérrimas.
La película reflexiona, entre otros temas sometidos en este caso al escrutinio de la razón, acerca de los derechos: el derecho de propiedad consagrado legalmente y el derecho natural, que casi siempre está ausente de los textos y documentos jurídicos, que es el derecho al bienestar y a la felicidad.
Empero, más allá de eventuales disquisiciones meramente legales, “Las bestias” reflexiona sobre tópicos aun más trascendentes, como la colisión entre la racionalidad y la irracionalidad y entre la empatía y la barbarie y la dictadura del mercado, que se apropia de todo con su inconmensurable poder económico.
La película, que sin abandonar su perfil dramático deviene en su desarrollo en una suerte de intriga policial, aunque con policías indiferentes que en lugar de investigar encubren la impunidad, destaca también por su estupenda fotografía de exteriores y la magistral banda sonora de Olivier Arson, elaborada en base a percusión y disonancias varias, en un discurso musical de sugestiva belleza y contundencia. A ello se suman las impactantes actuaciones protagónicas de Mariana Fos (insuperable) y de Denis Ménochet, al frente de un reparto actoral en el cual todos están a la altura de las circunstancias.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
Las bestias. España – Francia 2022. Dirección: Rodrigo Sorogoyen. Producción: Sandra Tapia Díaz. Guión: Isabel Peña y Rodrigo Sorogoyen. Música. Olivier Arson. Fotografía: Alejandro de Paulo. Montaje: Pablo Rodríguez Pandolfi y Nicolás Longinotti. Reparto: Mariana Fos, Denis Ménochet, Luis Zahera, Diego Anido, Marie Colomb, Luisa Merelas, Juan Manuel Fernández Blanco, Federico Pérez Rey y Javier Varela.
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