El autoritarismo liberticida de la dictadura, el terrorismo de Estado, los presos políticos confinados en condiciones infrahumanas, el exilio compulsivo y el desarraigo son las cinco materias temáticas que desarrolla, con singular sensibilidad, “La nieve entre los dos”, el potente documental del realizador uruguayo Pablo Martínez Pessi, que, en lo personal, me estremeció y me conmovió de pies a cabeza.
Este trabajo cinematográfico, que es una triple coproducción entre Uruguay, Suecia y Chile, retrata, mediante un lenguaje contundente pero no exento de vuelo poético, las vicisitudes de tres hermanas uruguayas asiladas en Suecia durante la dictadura cívico militar, hijas del preso político Juan José Noueched, quien permaneció privado de libertad durante 13 años. En ese contexto, el único vínculo entre el prisionero de conciencia y su familia era epistolar, con la lógica limitación de la censura impuesta por sus carceleros.
El trasfondo de este relato, que está articulado en dos líneas narrativas, es naturalmente la dictadura, instalada luego del último golpe de Estado que arrasó las instituciones democráticas a partir del 27 de junio de 1973, que conculcó derechos, reprimió, encarceló, asesinó, desapareció opositores, robó y saqueó las arcas del Estado.
Fue una operación estratégica de la oligarquía, el neofascismo vernáculo más retrógrado y los militares, que operó bajo el paraguas del imperialismo norteamericano, en el marco de la hoy descongelada Guerra Fría.
Un mito a desterrar es que el golpe se registró recién cuando el dictador Juan María Bordaberry disolvió el parlamento En efecto, la conspiración comenzó en el gobierno del colorado Jorge Pacheco Areco, quien, encabezó, desde 1968, un régimen autoritario y una dictadura encubierta, que reprimió, encarceló a militantes sociales, asesinó estudiantes, ilegalizó fuerzas políticas y cerró o censuró medios de prensa. Ningún país gobernado con medidas prontas de seguridad, suspensión de garantías individuales, Estado de Guerra Interno y conculcación de libertades es una democracia, por más que la derecha insista que lo era. En cambio, era sí una autocracia con una caricatura de parlamento, contra la cual combatieron la izquierda política, el Movimiento de Liberación Nacional, los sindicatos y las organizaciones sociales.
Posteriormente, el segundo golpe de Estado se concretó en noviembre de 1971, cuando el Partido Colorado ganó las elecciones nacionales, mediante un escandaloso fraude que fue denunciado internacionalmente.
Incluso, el tercer golpe de Estado se produjo en julio de 1972, cuando con los votos de blancos y colorados, fue sancionada la Ley de Seguridad del Estado y el Orden Público, que le entregó literalmente al poder a los militares y los habilitó a detener civiles y privarlos de su libertad, permitiendo que los procesara la justicia castrense, lo cual es abiertamente inconstitucional.
En tanto, el cuarto golpe de Estado se verificó en febrero de 1973, cuando el Ejército y la Fuerza Aérea desconocieron la autoridad del por entonces retrógrado mandatario Juan María Bordaberry, tomando el control de zonas estratégicas y del aparato radiofónico y difundiendo los controvertidos comunicados 4 y 7.
El quinto golpe de Estado fue el que zanjó el enfrentamiento entre el poder político y el militar, cuando, pocos días después, Bordaberry acordó condiciones humillantes y genuflexas con los mandos castrenses, en el marco del Pacto de Boiso Lanza, como la creación del Consejo de Seguridad Nacional (COSENA), un organismo mixto encabezado por el presidente de la Republica, ministros de Estado y los comandantes en jefe de las tres armas: Ejército, Armada Nacional y Fuerza Aérea.
Cuatro meses después, el 27 de junio, la disolución del parlamento por parte del obtuso Bordaberry y la toma por asalto del Palacio Legislativo por tropas del Ejército comandadas por el general Gregorio Álvarez, fue el sexto golpe de Estado, que devino en la proscripción de los partidos políticos y la ilegalización de la central sindical Convención Nacional de los Trabajadores, que convocó la heroica huelga general que resistió el quiebre institucional. La ofensiva fascista incluyó la detención de líderes políticos, como el presidente del Frente Amplio Líber Seregni, dirigentes sindicales y militantes.
Los presos políticos, muchos de ellos sometidos a condiciones infrahumanas, llegaron a sumar más de 5000, la mayor proporción por habitante del continente y los asesinados y desaparecidos sumaron casi 200.
Este es, precisamente, el contexto histórico en el cual se desarrolla esta narración de fuerte acento testimonial, que refiere a otra pesadilla devenida del régimen autoritario: el exilio de miles de uruguayos, que huyeron para no ser encarcelados, torturados, desaparecidos o asesinados. Aunque la mayoría de ellos eran meros opositores políticos o pertenecientes a sindicatos y organizaciones sociales de impronta progresista y transformadora, otros, los menos, habían participado activamente en la guerrilla, que enfrentó al pachecato y al cogobierno entre el pelele mandatario Juan María Bordaberry, hasta que sucumbieron bajo la barbarie de la criminal represión.
Juan José Noueched, fallecido en 2020, quien era un sindicalista bancario afín al Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, fue la novena víctima del COVID 19 y fue uno de esos referentes combatientes que permaneció durante trece años recluido y separado de su familia. Incluso, fue uno de los protagonistas de la masiva fuga del Penal de Punta Carretas conocida como “El abuso”, consumada el 6 de setiembre de 1971.
Al salir de la cárcel, en marzo de 1985, en el marco de la ley de Amnistía para Presos Políticos votada por el parlamento nacional, se fue a Estocolmo, Suecia, donde vivían sus hijas. Luego volvió a Uruguay, hasta que concretó un nuevo viaje al país nórdico, para participar en el rodaje de algunas escenas de la película. Fue la última vez que vio a sus hijas, antes de su fallecimiento.
El proyecto cinematográfico se origina en 2015, cuando el cineasta Pablo Martínez Pessi presentó, en Estocolmo, su documental “Tus padres volverán”, que recrea la visita a Uruguay, en diciembre de 1983, en plena dictadura, de 154 niños familiares de exiliados. Esa circunstancia motivó a Inés Noueched, una ingeniera uruguaya radicada desde su niñez en Suecia (al principio en Kiruna y luego en Estocolmo), a compartir con el realizador su historia la historia de su padre, la propia y la de sus hermanas.
Durante su prolongado período de prisión, su único vínculo, a miles de kilómetros de distancia con Inés, Claudia y Verónica, fueron esas cartas que a menudo tardaban mucho tiempo en llegar a sus destinatarias, en las cuales este hombre destila amor, cariño y su confianza y anhelo en el reencuentro. Fueron más de doscientas cartas que, entre 1973 y 1985, recorrieron 13.000 kilómetros para llegar hasta sus destinatarias.
El comienzo del relato, ambientado en un paisaje nevado de la Suecia del exilio, pone el foco en un rostro femenino que observa pensativo desde la ventanilla de un tren que surca las vías a gran velocidad. La sensación visual es que el ferrocarril, que devora territorios a singular velocidad, pone cada vez más distancia entre los ojos del espectador y la escenografía. Esa es, claramente, una metáfora de la distancia que separa a este personaje femenino de su padre preso. En este caso, hay dos distancias, la distancia geográfica y la distancia que imponen los barrotes de la cárcel, que fungen como una barrera física pero también afectiva.
En el rostro de la mujer, que es naturalmente Inés, hay melancolía, esa melancolía que nace desde el fondo del alma y el corazón. Es una gestualidad de ausencia física, aunque las cartas permitieron que esa ausencia no fuera ausencia afectiva.
Seguramente, aunque no se explicite, ese sentimiento de tristeza fue el mismo que experimentamos miles de uruguayos durante la emergencia sanitaria, cuando no podíamos abrazar a quienes amábamos y, en algunos casos, sólo podíamos mantener conversaciones telefónicas o coloquios por videollamada.
En este caso concreto, la patología no fue el COVID 19 que ni imaginábamos que se abatiría sobre nuestro país casi medio siglo después. La patología era el virus del autoritarismo, de la intolerancia del odio y de la violencia política.
Ese virus letal, de génesis cívico –militar, fue el que encarceló, asesinó, torturó y desapareció a miles de uruguayos, pero también el que alimentó el exilio de casi 400.000 compatriotas, muchos de los cuales ya no regresaron.
Empero, al exilio, se sumó el insilio, esa suerte de exilio interno que padecieron millones de habitantes que permanecieron en Uruguay y padecieron la conculcación de todas sus libertades políticas, sociales y hasta culturales.
Naturalmente, los que padecieron el peor rigor fueron los más de 5.000 presos políticos confinados en las cárceles y los cuarteles de la dictadura y los familiares de ellos que debieron soportar los atropellos de los carceleros, que, en muchos casos les prohibían visitar a sus familiares privados de libertad.
Hubo víctimas y victimarios bien identificados. Empero, ni la intolerancia de esos verdugos uniformados y sus cómplices civiles pudo impedir que un padre mantuviera la corriente de afecto con sus tres hijas, a través de más de dos centenares de cartas, escritas sin ninguna alusión a lo que estaba sucediendo en Uruguay y con pautas de presentación muy concretas, a los efectos de evitar la censura de los criminales que gobernaban el país.
En ese contexto, a través de la voz en off del periodista y actor Diego Castro, nosotras y nosotros, en nuestro rol de espectadores, logramos reconstruir imaginariamente el indomeñable vínculo afectivo entre el entrañable Juan José y sus tres hijas.
Es virtualmente imposible no identificarse con los sentimientos de esos cuatro compatriotas –que fueron víctimas de la prepotencia- y no conmoverse con las palabras y el profundo afecto que de ellas se desprende.
En tal sentido, resulta admirable la entereza y la valentía de ese preso, quien jamás dejó de escribirle cartas a esas mujeres exiliadas y, a la distancia, las abrazó imaginariamente con su amor y su cariño, transmitiéndoles su coraje y su optimismo. Naturalmente, también resulta encomiable la madurez de esas otrora niñas, que hoy son naturalmente adultas y siguen viviendo en Suecia, que es su patria de adopción, quienes padecieron la ausencia de su padre e intentaron comprender, cada una con su mirada particular, qué estaba sucediendo.
“La nieve entre los dos” es un testimonio que, por su impronta creativa y su lenguaje visual– de singular contundencia no exenta de vuelo poético – nos estremece y nos conmueve. Esa conmoción es una mixtura entre el dolor y la rebeldía, por lo que sucedió, que ya es inexorable, pero también por la verdad y la justicia que todavía no debemos como sociedad, por los crímenes impunes perpetrados por una asociación para delinquir, integrada por militares pero también por civiles.
Además de un mensaje, sin dudas aleccionador, este trabajo cinematográfico de fuste posee una estupenda fotografía de exteriores, a cargo de Andrés Boero Madrid, que congela la soledad y el desamparo, un atinado montaje, que corrió por cuenta del propio director y de Cecilia Trajtenberg y una sugestiva música, cuya autora es también Cecilia Trajtenberg.
Todo ello coadyuva a conformar una propuesta artística que impacta, remueve, sensibiliza y emociona.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
FICHA TÉCNICA
La nieve entre los dos. Uruguay, Suecia, Chile 2023.
Dirección: Pablo Martínez Pessi. Guión: Pablo Martínez Pessi. Fotografía: Andrés Boero Madrid y Pablo Martínez Pessi. Música: Cecilia Trajtenberg. Montaje: Cecilia Trajtenberg y Pablo Martínez Pessi Reparto: Inés Noueched, Juan José Noueched, Claudia Noueched, Verónica Noueched, Diego Castro y Carolina Cuevas.
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