El destino manifiesto de EEUU

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Si las opciones de Occidente en la guerra de Ucrania fueran, como efectivamente parecen ser, la de buscar rápidamente un acuerdo de cese el fuego o someterse a un mayor y constante desgaste que desembocará en la derrota, EEUU se inclinará claramente por lo segundo, cueste lo que cueste. EEUU no sabe perder.

La situación que desemboca en estas dos únicas opciones está razonada| en una nota anterior, Ucrania se agota (en https://www.laondadigital.com.uy/archivos/78452), y se da sobre el telón de fondo de una historia y un deber ser que se remonta a la independencia de EEUU en 1783 y que no puede permitirse derrotas. La que sufrió en Vietnam en 1975 es al día de hoy una pesadilla sobre la que retornan tratando de explicarla, oscurecerla, disimularla y reemplazarla por narrativas victoriosas. De la de Afganistán ni se habla, ni se escribe, ni está en la agenda. Fueron derrotados por un pueblo marcadamente atrasado en relación a la capacidad de EEUU. Washington no puede siquiera considerar que fue derrotado, y eso por su propia cerrazón mental para entender al otro; de lo único que hablan es del relajo que fue su salida de Kabul el 30 de agosto 2021. Demostración, si hacía falta, de su incapacidad organizativa.

EEUU quiere seguir siendo «el dueño de la colina», el principal actor del sistema internacional, y esa posición se mantiene solo por la fuerza militar, razonan, que les da capacidad ofensiva dónde y cuándo quieran; por eso tienen presencia armada en toda tierra y todo mar que no se lo impida expresamente. La capacidad del otro es en definitiva mensurable: tantas tropas, tales aviones, etc. Pero la intención del otro país con esa capacidad sólo puede ser motivo de conjeturas, y por lo tanto, hacen lo mismo que en Vietnam y Afganistán: le adjudican su propia manera de pensar, sin comprender ni querer comprender al otro; sólo cohibirlo o someterlo.

Para EEUU, sólo puede haber un gran poder en el mundo, el de ellos; EEUU depende de sí mismo y enfrenta cualquier amenaza a su propósito de expansión y dominio. Así comenzaron desde su misma independencia en 1783. Esas trece colonias, o estados, en la costa atlántica, avanzaron sobre el resto del continente, por 70 años o cosa así, mataron a gran número de miembros de las poblaciones nativas (se acepta un estimativo de 56 millones de personas) y sojuzgaron a los que quedaron, robaron sus tierras y en su afán capitalista de acaparar, siguieron avanzando en su objetivo anexionista.

En 1775, EEUU quiso quedarse con Canadá, entonces dominada por los ingleses; no lo logró. pero lo ingleses mudaron la capital de Toronto a Ottawa, para evitar que una eventual nueva invasión les tomara la capital. Entre 1846 y 48 plantearon su agresión a México, y anexaron más de la mitad de su territorio: más de dos millones de kilómetros cuadrados hoy ocupados por los estados de California, Nevada, Utah, parte de Colorado, parte de Kansas, Arizona, Nueva México y Texas. El tratado de paz se firmó. Días después de que se descubriera oro en California, riqueza que le dio gran ímpetu a la industrialización de EEUU.

Washington tenía un grande y feroz apetito por el Caribe, pero ya a esa altura del siglo XIX estaba en marcha la industrialización del norte de EEUU, y la esclavitud necesitaba ser incorporada como mano de obra trabajadora; de allí la guerra civil de 1861-5, que liberó a los esclavos para someterlos a la disciplina fabril en desarrollo. La principal producción del Caribe, la caña de azúcar, es más demandante en mano de obra que el tabaco y el algodón cultivado en el sur de EEUU, y dominar el Caribe sólo sumaba esclavos a lo que ya eran un problema, por su condición y por la necesidad de reeducarlos para el mercado de trabajo. Al día de hoy, EEUU no ha superado el problema racial, y mientras siga siendo un problema de enfoque, que los trata como mano de obra barata o prescindible, el conflicto seguirá allí.

Para 1898, con la guerra contra España por Cuba, terminaron de liberar al Caribe de la presencia europea, y si sólo se quedaron con Guantánamo –estratégico enclave militar– fue, justamente, para evitarse problemas que superaban la capacidad de gestión de EEUU. Se quedaron con Puerto Rico y compran a España las Filipinas, a la que le dieron en 1935 el status de «estado libre asociado».

Cuando los soviéticos se aliaron con Castro en 1961 y empezaron a instalar armas atómicas en la isla, Washington enloqueció. El derecho soberano de Cuba ni siquiera fue mencionado en la disputa. En contrapartida, Cuba, que fue a colaborar militarmente con la liberación de Angola y Mozambique, no planteó en momento alguno colaborar con la pobre Haití, con cuya riqueza los estadounidenses hicieron el Citi Bank y hasta costearon la torre Eiffel, de regalo a Francia por haberle cedido amablemente su posición colonial en Haití. Con sentido común, los cubanos rehusaron entrenarse militarmente a EEUU por Haití.

Esta concepción expansionista la trajeron consigo los primeros granjeros y colonos de Inglaterra y Escocia en los siglos XVIII y XIX, basándose en el credo calvinista de que recibían bienes «por la autoridad divina de Dios», pues estaban predestinados a ellos. Lo que llamaban «un gran experimento de libertad y autogobierno» era un derecho, tal como el árbol tiene derecho a la tierra y al aire para crecer hacia su destino, ejemplificaron.

Con el calvinismo, esta conducta tomó forma en una doctrina expansionista que llamaron del «Destino manifiesto», por el cual precisaban de ese espacio para desarrollarse. En 1823, el presidente James Monroe estableció como doctrina en su quinto discurso al Congreso de EEUU la idea de «América para los americanos», y no se refería solo al sur del continente. Cualquier intervención de los europeos en América (y esto incluía el sur del continente) sería vista como un acto de agresión que requeriría la intervención de EEUU.

Monroe abundó en sus intenciones respecto de los europeos: «No tenemos aún la fuerza para sacarlos, pero la tendremos, y no los dejaremos volver a ser una gran potencia». La idea básica era y es seguir siendo el principal actor del sistema internacional, y a eso se abocó el desarrollo de la gran potencia.

Fue así que EEUU intervino en el momento decisivo de 1917 en la Primera Guerra Mundial, para no solo impedir la victoria del imperio alemán sino además propiciar su derrota. Luego entró en la Segunda Guerra Mundial para impedir que el nazismo dominara Europa. Lo hizo cuando ya Rusia se había hecho cargo del mayor peso de la tarea. Y ante el ataque japonés a la base de Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, EEUU se hizo cargo solo de su derrota, bombas atómicas incluidas y disuadiendo a la URSS de intervenir. Por razones que no vienen al caso, EEUU permitió que los rusos fueran los primeros en dominar Berlín, y luego la co ocuparon ellos. Las aspiraciones imperiales nazis e imperiales japonesas habían sido derrotadas, y en la posguerra EEUU apuntaló sus objetivos estratégicos con una recuperación económica de la parte de Europa que debía ser su aliada, y de Japón. Y mediante la guerra fría contuvo a la URSS hasta su implosión en 1989.

Europa occidental quedó por tanto con lazos fuertes con EEUU, pero sin perspectivas de ser una gran potencia. En una decisión evidentemente difícil y muy analizada, EEUU decidió, tras 6 años de consideraciones, iniciar en 1999 el despliegue de la OTAN hacia el Este, según se describe en la nota anterior, Ucrania se agota (en https://www.laondadigital.com.uy/archivos/78452), pero evidentemente evaluó mal la situación cuando incorpora de hecho a Ucrania a la OTAN en 1921, lo que es respondido por Rusia con el ataque de febrero 2022.

Al parecer, EEUU y la OTAN no entendieron el alcance de la definición rusa de que, a diferencia de los otros países a los que se expandió la OTAN, Georgia y/o Ucrania ocupadas representaba para ellos «una amenaza existencial». Ante esa amenaza, los rusos subordinan todo –economía, población, infraestructura y más– a la política. En la cultura rusa, esa es una fuerza de la naturaleza, y lo demostraron cuando la desataron ante la invasión nazi.

Ahora, Joe Biden no se quiere responsabilizar de los platos rotos de la innecesaria guerra tal vez perdida, y en la medida en que pueda, le pasará el fardo al próximo presidente. Si éste es Trump, tiene ante sí un enfrentamiento muy necesario para los intereses globales de EEUU, con China. El tema es que si Ucrania pierde, en el desgaste por un territorio sin importancia estratégica para Washington, EEUU pierde posiciones porque renueva las posibilidades de que Rusia vuelva a ser un gran imperio, y además en muy buenas relaciones con China. Así, el futuro previsible es que Washington enfrente al naciente imperio chino –al que , por los criterios de Washington de adjudicar intenciones, no puede restarle un desarrollo bélico– sino también al ruso.

De Trump, ya trasciende que le infligirá a China medidas punitivas en el plano económico y el criterio de que harán todo menos competir en el plano capitalista. No se sabe aún cómo encarará la situación que quede con Rusia, donde puede reflotar su amistad con Putin. Y si llegase a perder Trump, nos enteraremos hasta dónde está dispuesto a llegar Trump en su segundo fracaso, que para él es, en definitiva, el del sistema democrático. En cualquier caso, esta situación tendrá la peculiar condición de ser conducida ya sea por Trump, que cumple 78 años en junio, o Biden, que cumple 82 en noviembre. En mano de uno dc ellos está ya el timón de la superpotencia en su esfuerzo de sobreponerse a este temporal.

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