Un pedófilo serial y su cortejo

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Que los pedófilos seriales nunca actúan en solitario es cosa sabida aunque muchas veces ocultada. Cuando estallan escándalos como el del ex senador Gustavo Penadés su acompañamiento suele quedar expuesto. A veces como participantes activos, interviniendo en el ocultamiento del criminal o en las tramas para adoptar represalias contra las víctimas o los denunciantes. Otras veces como agentes pasivos, por omisión o por elisión (es decir buscando disminuir la gravedad de los hechos, esfumar las responsabilidades o proteger al criminal) esto es “le creo

Fernando Britos V.

porque es mi amigo” o “nadie es culpable hasta que se prueba lo contrario”, afirmaciones que serían legítimas si se las considera como imprudentes apotegmas.

Sin embargo, cuando se accede a un caso objeto de una investigación periodística profunda y sostenida se puede ver como operan los mecanismos de “reducción del daño” que desarrollan algunas instituciones. Esto es lo extraordinario de un artículo publicado en El País de Madrid la semana pasada, titulado Los manuscritos de Charagua y firmado por Julio Nuñez. Lo que haremos a continuación es una breve reseña de dicho artículo, muy bien documentado. Hecha esta advertencia inicial remitimos a los lectores a acceder al mismo a través de: https://elpais.com/sociedad/2024-06-16/los-manuscritos-de-charagua 

La guarida del monstruo

Jesuita Luis María Roma

A principios de marzo del 2019, investigadores eclesiásticos bolivianos entraron en la habitación del jesuita español Luis María Roma Padrasa (conocido como Lucho Roma) y encontraron fotos de decenas de niñas semidesnudas por todos lados (las había entre las páginas de los libros, en las carátulas de los discos, en los cajones de su escritorio y en el disco duro de su computadora). Algunas recortadas, otras formando collages de caras, piernas y brazos.

Además el sacerdote había escrito unas memorias, de su puño y letra, en las que daba cuenta prolijamente de lo que había hecho con las niñas de entre 8 y 11 años de edad y las nombraba. El hallazgo tuvo lugar en Cochabamba por parte de unos investigadores enviados por la cúpula de los jesuitas en Bolivia. Lucho Roma, entonces con 84 años, se encontraba postrado en una silla de ruedas y había perdido el control de su alijo sobre los abusos que había cometido.

Los escritos sumaban 75 folios, guardados en tres carpetas. En ellos Lucho relataba como había fotografiado y filmado los abusos a los que sometió a más de cien niñas, la mayoría de ellas de etnia guaraní, mientras se desempeñaba en Charagua un pueblito de 2.500 habitantes en el sureste de Bolivia. Los investigadores intentaron identificar a las víctimas porque el monstruo las nombraba y en algunos casos había nombres en el reverso de las fotos. Se dice que setenta de esas niñas fueron identificadas y que en el colegio que los jesuitas tienen en Charagua existía una lista de las mismas.

El País publica ahora varios extractos de las memorias íntimas del pedófilo. Reproducimos ahora solamente uno de estos pasajes, anotado el 29 de setiembre del año 2000. “Podía tocarla donde sea. Realmente la devoré casi con la boca. Mi mano en sus piernas y bien arriba. Ella insistía en que quería galletas. Subimos y le hice casi unas veinte fotos. En la cama, sentada, parada, arriba, abajo, todo”.

Ni el primero ni el último: todos sabían

Lo que los jesuitas descubrieron en la guarida de Lucho permaneció oculto porque la superioridad de la orden metió todo en un cajón y no dio cuenta a la justicia boliviana. El escándalo estalló a raíz de una denuncia que El País de Madrid efectuó hace un año, al publicar los diarios de otro pedófilo jesuita en Bolivia, Alfonso Pedrajas, que reconoció haber abusado sexualmente de no menos de 85 niños entre 1978 y 2000. Los escritos de Pedrajas causaron tal conmoción que obligaron a la superioridad de los jesuitas a dar cuenta de la investigación que habían hecho varios años antes y tenían encajonada.

En esa vorágine que removió los secretos que suelen rodear a los perversos y sus acompañantes, su cortejo, salieron a luz los casos de otros pedófilos seriales, además de Roma y de Pedrajas, como el jesuita catalán Luis Tó y arrastró a jerarcas de la orden que están siendo juzgados por encubrimiento debido a la conocida técnica de la Iglesia para manejar los casos de pederastia y otras perversiones por parte de clérigos que consiste, invariablemente, en ocultar los hechos y trasladar al abusador a otro destino similar, al tiempo de coaccionar o aislar a las víctimas para evitar que los crímenes trasciendan.

En el 2019, los colegas del pedófilo transcribieron el diario y encargaron informes periciales psiquiátricos para analizar la conducta sexual del jesuita que, para ese entonces ya era octogenario y estaba postrado. Además interrogaron a una veintena de sacerdotes y laicos pero dijeron que no pudieron acceder a las víctimas porque fueron hasta Charagua pero nadie quiso hablar con ellos.

Como suele suceder en los casos de pedófilos seriales mucha gente, comprendidos religiosos y seglares, sabían o sospechaban de las actividades de Lucho. Según parece venía cometiendo abusos sexuales desde la década de los sesenta y setenta. Sus superiores en la Compañía de Jesús recibieron denuncias y lo fueron trasladando a distintas sedes pero siempre en contacto con la infancia.

Justificación y encubrimiento

 La investigación hecha por los jesuitas duró meses y el cúmulo de pruebas reunidas contra el abusador resultó tan abrumador que firmó ante un escribano una confesión, en Cochabamba el 15 de mayo de 2019. En parte reconocía que se había dejado llevar “por actos libidinosos impropios de un religioso, con niñas de 8 a 11 años”, entre 1998 y 2002. Posteriormente resultó que sus antecedentes de abusos sexuales eran muy anteriores y especialmente en la comunidad de Los Yungas, cerca de La Paz, donde solía ir los fines de semana para perpetrarlos.

Las justificaciones son típicas de los pedófilos cuando resultan descubiertos: “nunca fue mi intención hacer daño” o “fue por fuerza mayor que yo no podía controlar”, etc. Asimismo los pedófilos que pertenecen a una organización, religiosa en este caso o política como en los casos locales, intentan amortiguar el descrédito: “reconozco la grave falta”; pidió perdón “por el daño que hubieras podido ocasionar a las niñas” (sic) y “el haber defraudado la confianza de las mamás”. Algunas partes de la disculpa son patéticas: “soy consciente de la predilección que tenía Jesús por las niñas y los niños”(…) Lamentó que su “labor pastoral” quedara cuestionada “por esos momentos de debilidad personal” y reconoció haber dañado la imagen de la Iglesia y de la Compañía de Jesús “que es mi familia”.

Cuando estalló el escándalo por los diarios de Pedrajas, la cúpula de la Compañía de Jesús en Bolivia (que ni siquiera había informado al Vaticano y a su Papa, el jesuita Francisco) entregó a la justicia del país todas las pruebas que tenía bien guardadas. Sin embargo, la justicia boliviana archivó el caso aduciendo que no se había podido encontrar a las víctimas y el expediente de Lucho Roma permaneció ignorado.

La investigación periodística de El País

El trabajo de los periodistas del diario madrileño fue fundamental para conocer a fondo el caso del pedófilo serial Lucho Roma y su cortejo. Los periodistas accedieron a los informes periciales, a los interrogatorios que habían efectuado los inspectores eclesiales, a parte de los archivos del pedófilo jesuita y a los archivos de su orden que confirmaban que se había encubierto el caso de Roma y de otros abusadores contumaces. No se limitaron a eso sino que consiguieron identificar y entrevistar a varias de las víctimas del pedófilo, a seis especialistas que intervinieron, a testigos, inspectores y psicólogos que habían participado en la investigación del 2019.

Esto va más allá del horror por los crímenes de un pederasta – dice el periodista Julio Nuñez – sino que es una prueba demoledora y nunca antes vista de como suele investigarse la Iglesia a si misma y como luego oculta el resultado de sus pesquisas y desarrolla un encubrimiento durante años.

Por primera vez, además, un pedófilo serial relata, en primer persona, a través de sus memorias y documenta con cientos de imágenes (fotos y videos) sus crímenes. En el 2019, los informes de los psicólogos habían sido concluyentes: se trataba de un pedófilo, un trastorno de conducta sexual adulta, que está encubierto con la religiosidad, sistematizado con una pauta constante, consciente y racional.

El modus operandi del pedófilo

 El modus operandi de Lucho Roma era reiterativo. Se puede hablar de la rutina del pedófilo: engatusaba a las niñas con pequeños regalos y las llevaba en grupo a un arroyo cerca del pueblo; en otros casos las llevaba a sus habitaciones donde las encerraba y les proyectaba películas infantiles o sobre la vida de Jesús. En esos momentos abusaba de ellas con manoseos y penetraciones, las fotografiaba y grababa. Cuando llevaba alguna a solas a su cuarto la hacía entrar a escondidas para que una monja no la viera.

El diario español reproduce en el artículo citado numerosas imágenes, fragmentos autógrafos de los manuscritos y piezas fundamentales como testimonios directos de víctimas (hoy en día mujeres de más de 30 años). Hasta la fecha los jesuitas no han intentado ponerse en contacto con las víctimas del pedófilo y no han querido responder a los periodistas que les han preguntado porque no han ofrecido reparación por los daños causados.

Precisamente una de las víctimas se puso en contacto con El País a través de la Comunidad de Sobrevivientes de Bolivia, una asociación de quienes han sufrido abusos en la Iglesia y que trabaja desde hace un año para localizar a las víctimas y apoyarlas.

El cortejo y las finanzas del pedófilo

 El artículo de El País aborda los manejos de Lucho Roma para contar con el dinero que necesitaba para perpetrar los abusos. Podía ser un tacaño como Penadés (esta parece ser una característica de los pedófilos seriales) pero necesitaba dinero para pagar los “regalitos” que hacía a sus víctimas, para pagar los revelados e impresiones de imágenes, para sus desplazamientos. Para eso pedía dinero prestado, sustraía de las limosnas y se apropiaba de partidas que la Compañía de Jesús enviaba a Charagua para obras.

Sobre todo necesitaba dinero para pagarle a un compinche, un asistente perpetuo, identificado con un sobrenombre, que no ha sido ubicado. Se trataba de un huérfano que había conocido en un Hogar de Menores en la década de los setenta. Este hombre era su chofer y su acompañante en las excursiones con las niñas. Lucho lo citaba siempre en sus memorias y aparecía invariablemente cuando los investigadores seguían cualquier linea en su pesquisa. Por ejemplo, parece que era quien muchas veces filmaba al abusador. La investigación canónica del 2019 señala que este compinche “llegó a convertirse en un problema para la comunidad (sic) porque le exigía dinero permanentemente”. Es decir que, probablemente, Lucho fuera chantajeado por su colaborador.

En algún momento, el pedófilo hoy fallecido parece haberse preocupado por la posibilidad de que sus crímenes se descubrieran. Se justificaba diciendo que Dios los había hecho como era y que lo que hacía no dependía de él sino de la divina providencia. El informe periodístico relata, en lo que parece un thriller, la forma en que Lucho Roma ocultó su enorme alijo de imágenes y escritos pero también la cantidad de veces en que resultó descubierto por otros sacerdotes, por los superiores de su orden y hasta por una limpiadora.

El País puso en marcha en el 2018 una investigación sobre la pederastia en la Iglesia española y tiene una base de datos actualizada sobre todos los casos conocidos y concluye: si conoce algún caso que no haya visto la luz, nos puede escribir a: abusos@elpais.es . Si es un caso en América Latina , la dirección es : abusosamerica@elpais.es . Vale la pena tomar nota.

Por el Lic. Fernando Britos V.

 

 

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