Nueva etapa del reclamo de Familiares

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Andrés Alsina

Hay, definitivamente, un cambio de época en el aire, aunque el ahora sea la continuidad lógica de estos años a partir de 1985; de lo que se llama «la restauración democrática». Los familiares de detenidos desaparecidos ahora esperan con mayor tranquilidad los resultados del proceso de identificación del cuerpo encontrado el 30 de julio, porque hay certeza de que los dejarán entrar al Batallón 14, y porque confían plenamente en el equipo de trabajo de Antropología Forense.

Lo que es inevitable es la ansiedad, la expectativa, el respaldo mutuo entre los familiares. «Es un hecho; sí, es así», reconoce Elena Zaffaroni, pese a reafirmar que «ya hoy se vive un poco diferente; hoy podemos esperar con más tranquilidad». Hay en ellas y ellos solidaridad en querer que se cumpla a cabalidad con el reclamo humanitario que portan, y hay esperanza de que el familiar reclamado sea el propio. Y no es una contradicción, sino la unidad que les da la brega y la lucha. No se puede evitar concluir en que dan un ejemplo excepcional.

Zaffaroni quiere ir a fondo (A.A.) La pregunta hoy es ¿por qué están desaparecidos los desaparecidos?, dice Elena Zaffaroni, y actualiza medio siglo de lucha por la verdad. «Claro, ¿por qué?, ¿cuál es el sentido?, si no es el de una lucha de un poder mucho más fuerte que te va absorbiendo y que fue el sentido del golpe de Estado».

«No fue por llevarnos presos a nosotros, que qué íbamos a hacer,¿no? El sentido fue modificar algo mucho más profundo ¿Y quién modifica eso más profundo? Lo están modificando los gobiernos post dictadura, tras que la dictadura generara el miedo, el disciplinamiento del pensamiento único, el cortar la resistencia. Que nunca se terminó de cortar del todo, pero bueno; de sofocarla, de generar eso para lo que vino después. ¿Y qué vino después? Esta voracidad tremenda del dinero, del sentido del dinero, que además en plena dictadura no era así tampoco.»

«Entonces esto va mucho mas hondo, es mucho más global; es mucho más. No tenés escapatoria de esto de ahora y para mí en esa marcha (la del 20 de mayo) la gente llora por muchas de esas cosas porque se sensibiliza con eso. Y a todo esto otro, que todos lo vivimos y que de repente no le sabemos poner palabras pero que da dolor, ¿no? Da dolor, da mucho dolor. Yo lo veo: tengo mis hijos más chicos que tienen 34 y 35 ¿no?, y ni que hablar que fueron a la escuela pública, al liceo público, pero cantidad de compañeros mandaron a sus hijos a la escuela privada.»

La fuerza de choque para disciplinar fueron las Fuerzas Armadas, y ahora están arrinconadas al caer todas sus excusas. Se apoderaron del destino de los desaparecidos primero para esconder sus responsabilidades y luego como línea de defensa ante posibles ataques «a la institución» –y no a determinados integrantes– que nunca sucedieron.

Dijeron que no había desaparecidos, pero los había. Sanguinetti dijo que no hubo apropiación de niños, y las hubo. Dijeron que no habían asesinado sino muertos en la tortura «casi por accidente», pero ahí apareció el cuerpo del maestro Castro con un balazo en la nuca; un crimen de Estado ante el que el comandante en jefe del momento, general Pedro Aguerre, convocó a la prensa para afirmar que el Ejército no encubrirá a homicidas o delincuentes. Pero lo siguió haciendo. Esos son los mandos devenidos del acuerdo entre el general Hugo Medina y Julio María Sanguinetti que se llamó «cambio en paz». No hubo tribunal de honor, investigación, el juicio civil que hubiera correspondido y sanciones como perder sus beneficios, su grado, aún su condición militar, y una disculpa pública de la institución en la reivindicación del honor que son afectos a invocar.

Dijeron más. Dijeron que hubo una operación zanahoria con reubicación, cremación y cenizas esparcidas, pero estos expertos en desapariciones no desaparecieron los cuerpos. Y ahora, la ubicación de los cuerpos encontrados y la obra hecha para sepultarlos, que parecen haber necesitado de 70 carretillas de material, habla de la construcción de un mausoleo subterráneo y del campo del Batallón 14 como un cementerio.

Desarmados de argumentos y sin apoyo político real, los militares verán seguramente intensificar la presión para que se saquen de encima un problema del que no son personalmente responsables, y empezar realmente a separar en los hechos el presente del pasado, diciendo simplemente dónde están.

Entiendo que ese es el planteo, reclamo redoblado y movilización en su apoyo que plantea Familiares, y será una presión que indudablemente crecerá hacia el 20 de mayo. Personalmente, pienso que será difícil de lograr, y no por fortaleza de la convicción militar, sino por su soledad política y la debilidad conceptual de su postura. Pero los hechos dirán.

Dijeron que no había desaparecidos, pero los había. Sanguinetti dijo que no hubo apropiación de niños, y las hubo. Dijeron que no habían asesinado sino muertos en la tortura «casi por accidente», pero ahí apareció el cuerpo del maestro Castro con un balazo en la nuca; un crimen de Estado ante el que el comandante en jefe del momento, general Pedro Aguerre, convocó a la prensa para afirmar que el Ejército no encubrirá a homicidas o delincuentes. Pero lo siguió haciendo. Esos son los mandos devenidos del acuerdo entre el general Hugo Medina y Julio María Sanguinetti que se llamó «cambio en paz». No hubo tribunal de honor, investigación, el juicio civil que hubiera correspondido y sanciones como perder sus beneficios, su grado, aún su condición militar, y una disculpa pública de la institución en la reivindicación del honor que son afectos a invocar.

Dijeron más. Dijeron que hubo una operación zanahoria con reubicación, cremación y cenizas esparcidas, pero estos expertos en desapariciones no desaparecieron los cuerpos. Y ahora, la ubicación de los cuerpos encontrados y la obra hecha para sepultarlos, que parecen haber necesitado de 70 carretillas de material, habla de la construcción de un mausoleo subterráneo y del campo del Batallón 14 como un cementerio.

Desarmados de argumentos y sin apoyo político real, los militares verán seguramente intensificar la presión para que se saquen de encima un problema del que no son personalmente responsables, y empezar realmente a separar en los hechos el presente del pasado, diciendo simplemente dónde están.

Entiendo que ese es el planteo, reclamo redoblado y movilización en su apoyo que plantea Familiares, y será una presión que indudablemente crecerá hacia el 20 de mayo. Personalmente, pienso que será difícil de lograr, y no por fortaleza de la convicción militar, sino por su soledad política y la debilidad conceptual de su postura. Pero los hechos dirán. 

El autor de estas líneas tiene sus dudas de que los colegas de la diaria hayan hecho un aporte sano al determinar nombres posibles para el cuerpo encontrado, pero entiende que son dilemas del periodismo. «Nosotros tratamos de que no haya especulación de quién es y quién no es, dice Zaffaroni. De que no sea un tema. No es en sí un tema puesto en común, pero siempre hay una especulación. Es imposible de que no la haya. Cada uno especula, y es una realidad que la sentimos al tiempo de que lo que nos importa es encontrar a todos.» Estela Zaffaroni piensa en el Chiqui, en sus ojos claros, y también entiende, dice, que ella antepone a eso el encontrar a todos.

Zaffaroni y su marido, Luis Eduardo González Gonzáles, fueron detenidos en su domicilio en diciembre de 1974. Él fue muerto en la tortura y ella tuvo rápidamente la convicción íntima de su muerte. Embarazada de cuatro meses, tuvo a su hijo en el Hospital Militar y fue liberada en 1978. Tan presente estuvo su padre en su crianza que el hijo creyó haberlo conocido, creía haberlo visto. Encontrar al Chiqui y encontrar a todos. «Fuenteovejuna, todos a una».

En el cerno de esa madera dura, noble, está la paciencia y la fuerza de la convicción, aunque hoy esa paciencia va mostrando un aspecto de impaciencia. Es que ha sido un largo camino; inútilmente largo. «Me parece que la experiencia decanta el bagaje de tantos años y de lo que las madres transmitieron con su vida en cuanto a su perseverancia, ahonda Zaffaroni. Es que las cosas nunca suceden rápido; jamás, jamás. Y hay que seguir, y hay que estar; ésa ha sido la constante. Una constante sin tener satisfacciones casi.»

Y en la espera se mezclan la confianza en el equipo forense y la incomprensión, todavía y para siempre, ante la perversión vana del terrorismo de Estado. En el equipo que trabaja «confiamos humanamente y que si nos dicen ‘estamos trabajando’, es que están trabajando y necesitan de este espacio de espera. Creo que eso es lo que nos da la mayor paz durante la espera. Después está la otra parte, la ansiedad personal, que también de a poco se va manejando. El nombre puede ser cualquiera; sabemos que puede ser cualquiera porque existió el Cóndor y porque está María Claudia. Y si está María Claudia, cualquier niño es posible. Puede ser cualquiera, y puede haber muchísimos otros niños desaparecidos. Pues nos enteramos de éste por (Juan) Gelman. Pero no nos enteramos de ninguno más; no nos enteramos por el Estado, no nos enteramos por una investigación que se haya hecho acá. Nos enteramos por un abuelo que logró esa investigación y poner a su nuera aquí…  en esa cosa tan inmunda y cruel que fue solo para robarle el hijo. Pues María Claudia no fue un objetivo político del Uruguay, ¿no?».

«Siempre quiero que aparezcan los que tienen todavía la madre viva. Siempre, todos, lo primero que quisiéramos son los que son más difíciles que puedan aparecer, porque no hay nada sobre ellos.  Las Fuerzas Armadas aceptaros todos los detenidos acá y aceptaron el segundo vuelo; aceptaron María Claudia y de a poco tienen que ir aceptando. Pero hasta ahora nunca más se les exigió nada, ¿no?»

Hasta el hallazgo de este séptimo cuerpo de civiles asesinados y ‘desaparecidos’ por la represión dictatorial, a las 13 y 30 del martes 30 de julio, ha sido un largo burilar para la humanización de la burocracia del gobierno, para tratar un tema nuevo en la atención y las decisiones jerárquicas del Estado pero antiguo y central en la historia reciente del país. Y también tuvieron que aprender los militares a hacer la concesión irremediable de autorizar la entrada, que se  precintaran zonas de «su» territorio y que se dejara trabajar allí a la gente de Antropología.

Eso comenzó con el primer gobierno de Tabaré Vázquez, cuando dispuso que se iniciaran las excavaciones «y nosotros queríamos ver dónde». Eso fue antes de que fuera encontrado el primer cuerpo; el de Ubagésner Chavez Sosa el 29 de noviembre de 2005, en una chacra particular en la zona de Pando bajo custodia de la Fuerza Área, y luego el de Fernando Miranda, el 2 de diciembre de 2005, en el predio del Batallón de Infantería N° 13, de Ejército. Ese día que comenzaban las excavaciones llovía sobre los muchos familiares ante la tranquera del 14, y no los dejaban entrar.

«Al principio  no nos dejaban entrar; ‘no, no sé qué, no sabemos si van a poder ir’. Entonces estaba la ansiedad: cómo que no vamos a ir.» Y tras el revuelo, vino directiva de Tabaré: entran dos al cuartel ¿Cómo que entramos dos?, empezó una. Había muchos familiares en esa época, había muchas madres y entonces empezó la voz ‘¡no! O vamos todos o no vamos; vamos, vamos todos, cómo no vamos, vamos todos. Quiera o no quiera el presidente, vamos todos». Fuenteovejuna.

«Nos paramos ahí todos y vamos a… Y empezamos a llamar, y los ministros, que eran frenteamplistas –era todo del Frente, ¿no?– nos decían decían ‘él dijo no, es porque solo se entra en auto oficial’, y Tabaré seguía con que dos. Y entonces Belela Herrera dijo ‘nosotros podemos poner el auto. Ya hablé con el ministro. Llevamos los autos del Ministerio de Relaciones Exteriores’. Y el ministro del Interior, que era Juan Faroppa, dijo ‘yo también’. Azucena Berrutti dijo ‘yo quisiera también, pero Tabaré me dijo que no puedo’. Bueno, toda una cantidad. Y finalmente vienen camionetas para que vayamos todos los que querramos y fuimos todos los que quisimos». Tuvieron que pechar fuerte. «Qué te parece».

«Hay algo que se da cuando entramos al cuartel, y que se dio desde la primer vez que entramos, en 2005. Que fue entrar a un cuartel nada más, porque era prohibido entrar a un cuartel. Eso sigue siendo una cosa muy, muy, muy, muy fuerte, muy fuerte para nosotros.»

«Ese día estaba lloviendo, sí, pero fue, entendés… que estás acostumbrado a que te dan una orden, que es algo de la dictadura también. Te dicen no y primero decís ‘bueno, no, pero nos gustaría que sí. Es decir: porqué no, a ver, cuál es el sentido.» Tal vez no lo razonaran entonces, pero estaban imponiéndose a la dictadura que permanecía en las cabezas.

«Porque hasta ahí nadie había entrado a un cuartel. Los civiles no entrábamos a los cuarteles, los políticos no entraban a los cuarteles; y siguen sin poder entrar sin permiso, te voy a decir. Pero ahí Tabaré dijo que ‘se iban a empezar excavaciones, porque habían dado los informes’. No sé si ya estaban los informes; sí estaban, porque la Comisión para la Paz había terminado con el informe, y Tabaré le pidió informes a las tres fuerzas. De ellas vino que había enterramientos en esos lugares y entonces se iba a entrar en el 14, en el 13, y en la Chacra de Pando. La Marina dijo ‘nosotros no, no tenemos desaparecidos’ que luego se vio que tienen. Pero bueno, iban a empezar los trabajos y entonces Familiares dijo que quería ir a ver que dónde iban a empezar los trabajos.»

Esto empezó a poco de 1985, con las madres paradas ante iglesias, con los palos con las fotos, y las miraban desde los ómnibus que pasaban. Era aquella una primera etapa de su reclamo público, ante una aparente indiferencia explicable por el miedo que latía en «la salida en paz». Las madres «hacían una parada en la plaza Cagancha y la gente miraba esas fotos, y también las miraban los que pasaban en ómnibus en la plena oscuridad de la Plaza Libertad. Y las madres iban; era lo que hacían. Iban a un lugar y se paraban con las fotos, iban a la salida de las iglesias: iban. Era una manera de hacerlos presentes y de que las invitaran a una charla acá, allá, a hablar y explicar».

Y antes del 85 eran reuniones en lugares cerrados, y mucha gente no se atrevía a entrar; era el miedo. «En las reuniones seríamos 30; había siempre muchos más familiares que los presentes. Pero en los plenarios de antes de eso, la iglesia estaba llena, llena. Iban no solo familiares, iban también amigos, compañeros; yo qué sé, después se fue reduciendo». La biología, dijera Tabaré, se llevaba familiares, pero su ausencia se multiplicaba con adhesiones de ciudadanos.

Así llegan los militares y el poder político a la necesidad de la ley de Caducidad, que se aprueba el 22 de diciembre de 1986. Eso marca el inicio de la segunda parte del proceso protagonizado por Familiares, que hay extendida voluntad de cerrar ahora para pasar a uno nuevo. Ya el 5 de enero de 1987, dos semanas después, se forma la comisión del voto verde, para impugnar la ley en un plebiscito constitucional. La oposición a la medida estuvo centrada en el democristiano Juan Pablo Terra, cuyo argumento era que para derogar una ley bastaba con otra ley, y que por tanto el plebiscito no era necesario e imponía un obstáculo mayor.

Pero se optó por el plebiscito. Se juntaron las 604.721 firmas necesarias para presentarlo a votación en un proceso dilatado y polémico. Las organizaciones sociales y políticas que la respaldaban denunciaron métodos fraudulentos tendientes a anular firmas. El gobierno de Julio María Sanguinetti, las corrientes políticas que habían apoyado la ley y la gran mayoría de los medios de prensa (incluidos todos los de televisión) se opusieron al referéndum y expresaban su respaldo a la Corte Electoral como símbolo de salvaguardia de la institucionalidad. En definitiva, se declaró que las firmas eran suficientes y la votación se llevó a cabo el 16 de abril de 1989, ganando el rechazo 57% a 43%.

Para el Frente Amplio, lo más importante del plebiscito fue la movilización lograda, en la que logró una adhesión importante de ciudadanos progresistas y sectores sociales en ese momento ajenos al FA. Para Zaffaroni, «el referéndum fue espectacular; fue una cosa impresionante lo que fue para los familiares y para el país la movilización que hubo por el referéndum.» Esa reactivación de la opinión pública llevaría al Frente Amplio al gobierno nacional quince años después.

En 1996, las familias de Michelini y Gutiérez Ruiz organizan la primera marcha, que partió y parte de Rivera y Jackson, de donde la Intendencia Municipal había sacado la reproducción  del David de Michelángelo para emplazarlo en la plaza frente al Palacio de Ladrillo. Sin querer, se hizo así en el ingenio popular el monumento al desaparecido en el lugar que dejó la estatua.

Las familias Michelini y Gutiérrez Ruiz  le pasan la organización de la marcha a Familiares, y desde entonces ésta se hace anual los 20 de mayo, fecha del asesinato de Michelini y Gutierrez Ruiz en Buenos Aires en 1976. La participación crece año a año, y abarca hoy todos los grupos etarios en condiciones de caminar y a aún aquellos en condiciones de hacerlo con dificultad. Es expresión clara de una voluntad democrática creciente, a la que Zaffaroni le ve distintas expresiones que allí confluyen. El tema será motivo de otra nota.

 

 

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