El microtráfico es asunto sencillo

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El negocio del microtráfico en barrios carenciados lo hacen familias, verdaderos clanes, instalados hace generaciones, dominando esas dos a cinco manzanas y que todos los vecinos conocen y nadie reconoce.

La venta a través de las llamadas bocas la hacen minoristas necesitados, que si son allanados y aprehendidos, irán presos, y la droga que le encuentren será requisada, En las siguientes 24 horas, serán conchabados otros necesitados para que abran otra boca en la zona dominada, para no perder la clientela y mostrar control. Siendo atendibles las razones que se argumentan contra el allanamiento nocturno o sea éste diurno, no hará mella en la estructura esencial del negocio. Tiene el mismo efecto, ejemplificó un subcomisario hoy retirado, como pincharle una goma al camión de una flota de camiones.

Hay 36 bandas que venden droga en el microtráfico montevideano, según fuentes policiales en actividad. Algunas lavan su dinero no más allá de  negocios de barrio –hay una pizzería famosa por ello, y también una provisión que tuvo su dosis de fotos en prensa, en una esquina cuyo dueño accedió a venderles tras sufrir suficientes molestias– ferreterías, quioscos y poco más.

Las bandas pueden acceder a ciertos lujos en términos relativos a lo que es la situación socio económica de los barrios: compras de autos y electrodomésticos, pero no mucho más allá. La posesión de un auto no es sospechosa de por sí de lavado de activos, corresponde señalar.

Todo el barrio sabe de ellos, y alguien que estaba de recorrida acompañado de un ciudadano del barrio recibió su comentario sobre una persona renga con la que se cruzaron: «Éste habló de más, y anda de muestra».

Las bocas de venta son atendidas por terceros, y tanto ellos como los que dominan la zona tienen a su servicio a pre adolescentes y mayores, a los que llaman «perros». También se les dice «soldados», pero menos, y son consumidores o están cerca de serlo. Ellos procuran esa tarea como forma procurar algún reconocimiento y aún  menos ingresos  –lo habitual es que sea en droga– en medios sin movilidad social. Ellos cobran, avisan, esconden, reparten droga y andan siempre en la calle.

El tan meneado cierre nocturno de las bocas de drogas por parte del Estado presenta así varios inconvenientes: las bocas son en casas que están allí también durante el día, y son localizables con una mera tarea de relevamiento, no ya de inteligencia; y desde ya que se puede esperar a que llegue la constitucional luz del día con vigilancia seguida de un  allanamiento que encuentre lo que seguro hay. Detener a quienes la gestionan y requisar la droga a la venta le produce un daño al grupo que gerente esa boca, pero la zona está ocupada, por definición, por gente necesitada y no necesariamente con reparos morales a abrir una boca propia. Tendrían la ventaja que pasarían a tener el amparo del clan, o al menos el aviso de peligro de los «perros».

La violencia de la zona, intolerable como denominador común de la convivencia, surge fundamentalmente entre los que regentean bocas por zonas de influencia, eventualmente con apoyo de la familia o clan que domina el área, y de los drogadictos en procura de recursos. No es fácil convivir en un barrio así. Los que disparan armas no tienen entrenamiento, lo que explica sus numerosos disparos para un solo objetivo, las balas perdidas, los muertos inocentes de todo menos de la condena de tener que vivir  allí.

Grafico del Correo de la UNESCO

No hay como preguntarle a la gente que vive allí, si se sabe ganar uno la confianza para hacerlo. «Tenes la violencia de las bandas hacia personas que viven entre bandas; ni que hablar. Y también algunas balas perdidas que puedan surgir. Pero entre personas que viven en los territorios se da sobre todo por temas como comprar silencio, comprar lealtad, lograr sumisión de personas y  recientemente se ha empezado a ver que hay violencia en términos de lealtad de ‘cómprame a mi, no te vayas a comprar en otro lado’; esa competencia antes no se veía».

Y a veces se le pregunta a la persona equivocada. «A mí me pasó una vez, cuenta el estudiante, que fui a hacer una entrevista en el Cerro, y nada. Era una entrevista rara, porque según esa persona, ahí mismo ahí no pasaba nada y estaba todo bien. Después, hablando con otra persona del barrio, me dice ‘no, lo que pasa es que entrevistaste a un perro, y te vino a entrevistar para ver qué andabas preguntando».

A diferencia de otros países, las estructuras organizacionales son precarias y mayoristas del menudeo que hacen las bocas. Además, cumplen ocasionalmente funciones ayudando a vecinos –esos huequitos donde el Estado no actúa, y no suplantándolo como pasa en Brasil–, prestan dinero a interés usurario, crean lazos de dependencia para utilizar gente, tienen una relación que existe pero que no se logró clarificar con la trata de personas.

A veces hay alianzas específicas, no necesariamente duraderas, entre grupos, clanes o familias; por ejemplo, de gente de Casavalle con Cerro Norte, y también con el Marconi. El ingeniero mecánico y premio Nobel Guillermo Marconi no hubiese soñado con semejante honor. La estructura de Casavalle es demostrativa. En el medio está la plaza, con el Centro Cívico Luisa Cuesta de un lado y la comisaría del otro. De un lado de la plaza opera la banda de Los Palomares; del otro, Las Sendas; el número de bocas por sector es variable.

Por alguna razón, los vecinos no hacen denuncias en la comisaría. De algún lado llega la voz: «vamos a ir a hacer». Se puede ver, sí, a policías comprando droga. De alguna manera inexplicable, las familias suelen enterarse de procedimientos policiales en su contra. A veces los avisos vienen de la cárcel, dicen. Lo que se vende es fundamentalmente pasta base; también cocaína y marihuana, aunque ésta no sería negocio. Esto, al punto de que vecinos están cultivando su propia marihuana sin problemas con las familias que dominan sectores del mercado.

Está la historia de alguien que le dice a quien regentea una boca: «le acabo de vender a fulano tanto, y la escondió en tal lado. Andá a robarlo y trabajás para mí». Por alguna razón, los interlocutores encontrados para testear la credibilidad de la historia la encontraron perfectamente natural.

De lo que nadie parece saber nada es de dónde viene la droga en un país que no la produce. La pasta base está en venta desde hace c así un cuarto de siglo, pero el negocio de estas familias está instalado desde –es de suponer– un par de décadas más atrás, con otra actividad tal vez ilegal pero seguramente redituable.  Son relaciones sociales muy estables; más que en el resto de la sociedad uruguaya, puede suponerse, y ésas es parte de su fuerza.

Ahora, si las fuerzas del orden público quieren realmente arrasar con el microtráfico en esos barrios, pueden aprehender a una o a las 36 bandas, y de esa manera se enterarían quienes son los que le venden parte mínima de la droga que pasa por un Uruguay que no la produce. Seguramente serán unos señores con armas largas, que llegarán caminando por la ruta del dinero.

 

 

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