Compromiso y acción directa (En recuerdo de Mariela Salaberry)

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Paréntesis de acero en el aire sangriento
la vieja hoz no quiere
trabajar la cosecha!
Federico G. Ruffinelli

 

“Se murió”, confirmó una de sus amigas. “Se murió”, dije yo, para mis adentros, sin saber si debía creerlo o no. Pero la muerte –ya lo sabemos– es implacable, y no perdona. No perdona a los justos, aunque tampoco, por suerte, a los injustos. Y esto viene a cuento porque Mariela, si algo fue, fue justa. Fue justa, fue valiente, fue arrojada, fue irreverente y rebelde, y siempre dijo lo que pensaba, sin cortapisas, sin filtros.

Pero detrás de eso había, hubo, una vida. Una vida al borde, sobre la cornisa de la historia. Una vida de compromiso con las causas justas y una rabia que fue creciendo, desde el pie, hasta ser pleno amor. Porque fue el amor, el amor a la vida, el amor a los hombres, lo que signó su lucha sin cuartel contra la injusticia, contra la indiferencia, contra la explotación. Fue el amor lo que le hacía soñar en mundos posibles, soñar con esa enorme utopía que atraviesa todos los tiempos y por la que podemos ser cada vez mejores y expandirnos en torno a los confines del conocimiento, no para solazarnos, sino para resolver los problemas humanos de nuestro tiempo y encontrar el equilibrio, quizá, universal.

Fue maestra pero nunca ejerció. Fue periodista en la publicación “Compañero”. Su pasión fue escribir y leer. Sus obras escritas: Ya vuelvo (2022), León Duarte: Conversaciones con Alberto Márquez y Hortencia Pereira (1993, junto a Rodolfo Porrini) y Mariana: tú y nosotros (1993, diálogo y reportaje a María Ester Gatti de Islas).

Formó parte de la Resistencia Obrera Estudiantil (ROE), y luego, cuando vino la dictadura, se exilió en Argentina. Fue fundadora del Partido por la Victoria del Pueblo y cuando su vida y la de su compañero de entonces (Hugo Cores) estuvo en peligro, volvió a exiliarse a Europa. Y, sobre todo, Mariela no dejó de pensar en su país, en la suerte de sus compañeros y la de sus amigos. No se dejó ganar por el olvido ni por la derrota. No dejó de recordar esa Durazno de su infancia –¡tan lejos ya!–, rodeada de monjas y suspiros, rodeada de un cristianismo que se vino abajo cuando las puertas del deseo abrieron una rendija en su corazón y lo insuflaron de esperanzas.

Pero si hay algo, algo sublime, algo por lo que debe ser recordada desde hoy y para siempre, es su compromiso con los derechos humanos. Tuvo la valentía de ingresar al Chile de Pinochet y encontrar a Anatole y Victoria Julien, una acción en la que, literalmente, se jugó la vida.

Por ello, cuando pensemos en los Derechos Humanos, deberemos agregar un nombre, que se sumará a todas y todos los que contribuyeron en esa lucha. Y diremos, entonces, bien claro y bien fuerte:

Mariela Salaberry: ¡Presente!

 

 

 

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