“Alas blancas”: La abominable patología del odio racial

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El odio racial y el odio al diferente, lacerantes estigmas que perviven en pleno siglo XXI, constituyen el corazón temático de “Alas blancas”, el conmovedor film del realizador suizo alemán Marc Forster, que indaga nuevamente sobre la barbarie instalada en la primera mitad del siglo XX, con la dictadura genocida nazi implementada en Alemania, que contaminó a casi toda Europa y originó un conflicto bélico de proporciones, sin dudas el más cruento, sangriento y devastador de la modernidad.

El propio título de esta película sugiere, en acento simbólico, dos metáforas concretas: el vuelo de las aves, que en este caso concreto pueden ser personas en busca de la libertad y la blancura, en contraste con la opaca oscuridad de la libertad conculcada por la barbarie y el autoritarismo.

El film no aborda el lacerante tema del holocausto judío en sí mismo como tampoco lo hace “Lazos de vida”,  el removedor drama biográfico del realizador británico James Hawes que reseñamos para este portal, el cual reconstruye el itinerario existencial de un personaje paradigmático pero bastante olvidado, que salvó nada menos que a 669 niños judíos.

En tal sentido, este largometraje es también radicalmente diferente a la formidable “Zona de interés”,  del cineasta germano Jonathan Glazer -reseña que puede leerse en esta publicación – y tampoco tiene demasiada relación con la abominación retratada en la memorable “El pianista”, del maestro polaco Roman Polanski, en “El hijo de Saúl”, el magistral film del cineasta húngaro László Nemes y, por supuesto, en la antológica “La lista Schindler”, el laureado film de de Steven Spielberg.

Aunque está película está ambientado en un crudo contexto de persecución antisemita, no recrea lo que estaba sucediendo en ese momento en Europa a fines de la década del treinta del siglo pasado, en el momento en el cual se concretó el estallido de la Segunda Guerra Mundial, cuando Alemania invadió Polonia el 1º de setiembre de 1939,  y, como respuesta a esta agresión militar, Gran Bretaña y Francia le declararon la guerra. Sin embargo, pocos meses antes, concretamente el 15 de marzo, las tropas germanas ya habían invadido el territorio de Checoslovaquia, país al que anexaron en el marco de su proyecto expansionista.

Aunque esta es una producción británica, que está íntegramente hablada en inglés, “Alas blancas” está ambientada en Francia, durante los tiempos de la ocupación, que se concretó luego de la “Batalla de Francia”, que fue la invasión alemana a la nación gala, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. A comienzos de septiembre de 1939, Francia lanzó la fallida ofensiva de Sarre y, a mediados de octubre, las tropas francesas habían vuelto a sus posiciones originales. Alemania abrió fuego el 10 de mayo de 1940 y, al cabo de solo seis semanas, derrotó a las fuerzas aliadas de las cuatro naciones y se apropió de sus territorios.

El 22 de junio de ese año, Alemania y Francia firmaron un armisticio en Compinègne y, a consecuencia de este pacto, el gobierno de Vicky, encabezado por el mariscal Pilippe Pétain, se transformó en el suceso legal de la Tercera Republica. En ese marco, las tropas alemanas ocuparon las costas septentrional y occidental de Francia, así como el interior de las mismas. Italia se reservó una pequeña zona de ocupación en el sureste y el régimen de Vichy, por su parte, retuvo el territorio no conquistado en el sur, conocido como la “zona libre”, que luego fue ocupada por tropas alemanas e italianas que eran aliadas, en noviembre de 1942. La situación permaneció incambiada hasta 1944, cuando se concretó el desembarco de los aliados en Normandía y ulteriormente la definitiva liberación del territorio francés, cuyos habitantes volvieron a ser libres, luego de tanto padecimiento.

Este film se desarrolla en dos tiempos históricos virtualmente paralelos: el presente, que transcurriría en el siglo XXI, y, en el pasado, en la Francia ocupada por los nazis de la década del cuarenta, cuando lentamente se estaban cerrando las tenazas del autoritarismo sobre los grupos opositores, particularmente sobre la comunidad judía.

Esta es inicialmente la historia del adolescente Julian (Bryce Gheisar), que ingresa a una nueva escuela privada tras ser expulsado de un colegio por mala conducta y maltrato contra una compañera. En ese contexto, no se adapta el nuevo centro educativo, donde se notan claramente las diferencias de clase social y hasta desprecia a una compañera por razones étnicas. Esa situación, en buena parte generada por su propia actitud, le provoca una profunda depresión.

En efecto, cree que para él no hay un lugar en el mundo, circunstancia que lo afecta emocionalmente. En realidad, este chico tiene mucho que aprender de la vida, porque no sabe valorar lo que tiene. Se trata de un burgués que dispone de todo lo material a su antojo, pero que carece de dos cualidades muy importantes, como la empatía y la facilidad para vincularse con otros, particularmente con los diferentes.

En ese contexto de desconcierto radical, requiere de un sabio consejo, que llega a tiempo de parte de una pariente muy cercana, cuando, de vuelta al lujoso departamento de su familia en pleno

Manhattan, recibe la sorpresiva visita de su abuela Sara (Helen Mirren), quien asume una postura crítica con la moral de su nieto, por lo cual decide iniciar con él una experiencia aleccionadora, para demostrarle que, para adaptarse y ser aceptado, inicialmente él mismo debe aceptar a los otros tal cual son.

En ese marco, la anciana decide narrarle su propia historia personal, que estuvo lejos de ser ideal, por las contingencias dramáticas que debió afrontar durante su adolescencia, para que sepa valorar las diferencias entre la confortable vida del joven y lo que debió padecer ella a su misma edad.

El relato retrocede en el tiempo a 1942, concretamente a la Francia ocupada por los nazis, donde Sara, que por entonces era una adolescente y en este caso está interpretada por  Ariella Glaser, en su condición de hija de un matrimonio judío, comienza a experimentar las graves consecuencias del odio racial, tanto por parte de los nazis ocupantes como de algunos franceses que comulgan con esta ideología autoritaria y racista. Obviamente, antes que los acontecimientos se precipiten, esta chica ya percibe el rechazo de algunos de sus compañeros.

El otro denostado es su compañero Julien (Orlando Schwerdt), un adolescente que camina con dificultades ayudado por aparatos, porque padece las secuelas de la poliomielitis. Esta patología, que se origina en un virus y se previene mediante la administración de una vacuna que en la década del cuarenta todavía no existía, afecta principalmente el sistema nervioso y particularmente a los niños. El denominado poliovirus enferma y destruye las neuronas motoras, provocando debilidad muscular y parálisis, tanto del tronco como de los miembros superiores e inferiores. Por eso, los enfermos de polio tienen o en el pasado tenían serias dificultades de movilidad, lo cual requería la colocación de aparatos en las piernas y el uso de bastones.

Acorde a su deletérea filosofía de odio, los nazis segregaban a los discapacitados tanto como a los judíos.  En ese contexto, implantaron  un programa de eutanasia selectiva, que consistió en el asesinato sistemático de personas con discapacidades a partir de 1939, dos años antes que estos monstruos comenzaran a asesinar sistemáticamente a los judíos de Europa, como parte de la  denominada solución final. El programa fue una de las muchas medidas eugenésicas radicales que tenían el objetivo de restaurar la “integridad” racial de la nación alemana, así como en los territorios conquistados por el imperio.

Esa situación transforma a la adolescente y a su compañero en dos objetivos de los nazis, que toman por asalto al colegio religioso al cual ambos concurren y, pese a los esfuerzos del solidario director, esta jauría uniformada detiene a los hijos de familias judías. Sin embargo, los dos protagonistas logran milagrosamente escapar y la adolescente es refugiada en un altillo de la casa rural de la familia de su compañero.

A partir de ese momento, se inicia una historia de supervivencia pero también de amor, porque ese lugar se transforma en un refugio, pero también en un bálsamo para afrontar tanto sufrimiento, ya que sus padres han sido tomados como prisioneros por los invasores. Aunque entre ambos adolescentes nace un sentimiento de amor, el riesgo naturalmente no pasó, ya que el país permanece ocupado por los nazis, situación que se prolongó hasta agosto de 1944, cuando los soldados aliados entraron a París, luego de haber derrotado a las fuerzas armadas alemanas. Hasta entonces, el peligro se mantuvo latente para la niña, quien, aunque no fue apresada por los nazis y recibía el afecto de la familia de su anfitrión, experimentaba igualmente una sensación de virtual asfixia, porque no podía salir del lugar. Es, sin dudas, una suerte de prisionera por no poder ejercer su libertad que está limitada al mínimo.

Esta situación dramática abarca virtualmente a todo el film, que por momentos deviene en un relato de suspenso, ya que algunas contingencias despiertan sospechas en los nazis y en los colaboradores franceses, originarios de la denominada Republica de Vichy que ya mencionamos. Es decir, los perseguidos políticos que lograban evadir momentáneamente a sus perseguidores debían permanecer en estado de alerta y no podían confiar en casi nadie, porque en cualquier lugar podía haber un espía que los denunciara.

Esa es la pesadilla que debe padecer la adolescente durante un buen tiempo, antes de la concreción de su liberación de Francia. Fueron dos años de pánico, que son explícitamente retratados en este intenso largometraje, que culmina con la supervivencia de la protagonista, que  es, naturalmente, la narradora.

Una de las mayores virtudes de esta película es la extrema sobriedad con la cual aborda un tema sin dudas traumático, que ha recorrido el dilatado periplo del cine desde hace por lo menos ochenta años, con diversos matices y énfasis, siempre entre el heroísmo y la tragedia.

En este caso, sólo se alude al holocausto tangencialmente lo que, en buena medida, despoja de parte de la intensidad dramática a una película sin dudas conmovedora, que pone en el centro al amor, al amor a la vida, al odio, a la valentía y a la abnegación.

En ese contexto, “Alas blancas” vuelve a situar sobre el tapete el tema del odio racial, que no es una cuestión del pasado ni que se haya laudado con la masacre perpetrada por los nazis contra las comunidades judías. Es, lamentablemente, un tema del presente, por el rebrote, en toda Europa, de partidos y organizaciones políticas que pregonan la xenofobia como una suerte de dogma. Por supuesto, la xenofobia es hija del racismo, que pervive en el tiempo como un sentimiento avieso e irracional que, en determinados contextos históricos, puede derivar nuevamente en aberrantes actos de barbarie.

Empero, es indispensable formular algunas precisiones contemporáneas en torno al racismo y, en particular, el antisemitismo, que es un sentimiento que pone en el foco el odio al judío, sin otras eventuales consideraciones. Este comentario viene a colación del sempiterno conflicto de Medio Oriente, que, desde el año pasado, se ha reeditado como un auténtico baño de sangre. Más allá de los actos terroristas de organizaciones y fanáticos que comulgan con la religión musulmana y promueven la desaparición de Israel, es claro que la respuesta del estado judío, que ocupa en calidad de usurpador algunos territorios que no le pertenecen hace más de medio siglo, sigue siendo terrible. Actualmente, sólo en la Franja de Gaza de la martirizada Palestina, suman más de 40.000 las víctimas fatales, incluyendo niños, que poco o nada tienen que ver con el conflicto.

Esta también es una conducta reprochable y un crimen de lesa humanidad que, salvado las diferencias de escala, mucho se parece al terrible genocidio que perpetraron los nazis con los judíos en la primera mitad del siglo pasado. Por ende, quienes critican estas políticas guerreristas y genocidas no son necesariamente antisemitas como se afirma desde Israel, procurando justificar lo injustificable y la desmesura de la respuesta militar a los ataques recibidos, en la medida que la mayoría de las víctimas de esta masacre son civiles.

Esta película, como tantas otras que aluden a este tema con mayor rigor dramático, debería resultar aleccionadora. La violencia es, sin dudas, un flagelo y quienes la emplean como instrumento deben asumir las consecuencias de lo que hacen.

Este film, aunque destaca por su mesura, constituye un nuevo testimonio sobre la patología del odio, que,  en algunos momentos, tal vez destila efusiones lacrimógenas en exceso. Más allá de una plausible ambientación y un correcto trabajo de fotografía, este largometraje, que estás lejos de ser una propuesta cinematográfica de referencia, resalta por la excelente interpretación protagónica de los jóvenes Orlando Schwerdt y Ariella Glaser y la presencia, que es casi una suerte de cameo largo, de la inconmensurable Helen Mirren.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

FICHA TÉCNICA

Alas blancas (White Bird: A Wonder Story). Estados Unidos- Gran Bretaña 2023. Dirección: Marc Forster. Guión: Mark Bomback. Montaje: Matt Chessé. Fotografía: Matthias Koenigswieser. Música: Thomas Newman. Reparto: Helen Mirren, Gillian Anderson, Bryce Gheisar, Orlando Schwerdt y Ariella Glaser. 

 

 

 

 

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