De cómo Zambullino logra paz con dolores

Tiempo de lectura: 2 minutos

 / Erase una vez un pendón que pocos conocían, pero váyase a saber cómo, su portador logró puestos de avanzada; se atribuyó su principal virtud al saber esperar. Fue así que Zambullino logró un puesto de adelanto en la liza, aunque no como cabeza, de la que poco tenía, sino como virrey. No importaba aquello, en tanto los cofrades de su color mayor daban por seguro el triunfo en aquella contienda, años ha.

Y el destino, siempre de imperfecta justicia, lo llevó al primer puesto de aquel palacio de ladrillo.

Fue con alegría que asumió todas las formalidades banales, inherentes a su nueva responsabilidad; cuidándose sí de acciones que pudieran ser cuestionables, y en general de acciones. Su único temor, en verdad, residía en las acciones posibles de la bella y pérfida Martingala, con conocimientos y actividades en torno al juego del tejo. Qué la unía a ella no era el amor sino el espeso y lábil líquido de secretos que sólo ella sabía; o al menos eso esperaba él. Así se lo aseguró Martingala, con lágrimas en la boca. Todo debía transcurrir en paz, cuando el secreto mostró una gota de su espeso contenido. Ella le explicó, con la timidez de lo íntimo, que su belleza se estaba yendo enancada en los años y que no podía, no podía permitirse un futuro implacable en la que su perfidia fuera su rasgo más evidente, y, es de colegir, inútil al ser abandonado por su atractivo.

Qué hacer, se dijo Zambullino mientras se envolvía el pecho con su pendón. Y no era que citara a Lenin, sino la pregunta obsesionada que de él brotaba. Martingala percibió su desazón, y le juró una y otra vez su amor y lealtad. También le dijo, al considerar que amor y lealtad estaban lo suficientemente establecidos, que había una variante del tejo que amenazaba peligrosamente con entrar a la cancha, y esta era el «tejo, no te dejo». Para evitarlo, lo instruyó, él debía abonar con dolores para así evitar sufrimientos. Y así lo hizo Zambullido, tirándose a aguas azarosas por ser ligeramente públicas. Los saberes sobre el tejo de Martingala quedaron así incorporados al saber y mandar de Zambullido. Mirando desde la ventana de sus recientes aposentos aquellas colinas suaves y onduladas del paisaje, sólo deseó que su acción pusiera a este devenir un auténtico Colorín, colorado.

 

 

(Síganos en TwitterFacebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.

Otros artículos del mismo autor: