/ La notoria importancia de la reciente convención del Partido Nacional radica en que elijió, con la presidencia de su Honorable Directorio, una cabeza virtual para la formación. Esto, en momentos en que su líder natural, Luis Lacalle Pou, quiere evitar el desgaste de conducirla desde la oposición. Y esa es la segunda razón en importancia de la convención y de la forma en que se hizo: sin voto secreto, sin fundamentación del voto, sin darle a los convencionales la posibilidad de cambiar discretamente de posición tras el tiempo pleno de virajes que pasó desde que fueran electos.
Así las cosas, es bastante difícil que Lacalle Pou logre mantenerse impoluto. De hecho, su indiscutido liderazgo fue alabado con ditirambos cercanos al culto a la personalidad, pero con datos que cuestionan la manera en que el propio partido era, definió él, la principal herramienta. La Juventud partidaria mandó a la convención un mensaje muy claro (ver recuadro) al respecto. El mensaje solo fue leído, sin darle lugar propio en la cobertura mediática que lo destacara.
La juventud la tiene clara
«El lacallepouismo es lo que identifica a esta generación», dice el mensaje de la juventud partidaria, y como es de uso desde La Ilíada («Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles»), por no decir desde antes, se comienza invocando al poder supremo. Así, a Lacalle Pou se le agradece la gestión, el liderazgo, la firmeza y las ideas, y que les haya hecho entender que «el partido político es el instrumento».
De seguido, dan cuenta de su rosario: faltó partido que acompañara la gestión. Ellos ya salieron a escuchar, dando así inicio a la autocrítica postergada por la dirección partidaria, y afirman con fundamento que se puso a los principales referentes en la gestión del gobierno en desmedro del funcionamiento partidario. Ellos están dispuestos a tomar esa responsabilidad. Quieren un partido de puertas abiertas, con renovación real y no sólo discursiva. Piden que se reconozca lo hecho, por ser parte de lo que viene.
Los jóvenes, que conducen Pilar Simón y Lucas González, piden más integración, más participación, más construcción de conjunto, más involucramiento con la sociedad. Piden que se escuche y se actúe en consecuencia, piden un pensamiento estratégico, que se modernice la estructura y el fortalecimiento de sus equipos. Que el partido genere conocimiento propio, que vuelva a tenerse un centro de estudios vivo que piense al país desde una perspectiva nacionalista. Que organice la militancia social en distintos ámbitos y le de voz a la sociedad civil. Nada más por ahora. (A.A).
Lo que obtuvieron es a Alvaro Delgado como presidente del Directorio. Es un jefe virtual que llegó con el 40% de los votos de 500 convencionales (201 votos), de los cuales el 7,4% no asistió en lo que se entiende como una no aceptación de los términos fijados para esta convención y un negarse a aceptar como definitiva la opción hecha como convencional de un período con muchos acontecimientos atrás; entre ellos, una elección perdida. Y eso que el ser convencional partidario fue reiteradamente definido allí como «el mayor honor» posible.
Cuando habló ante la convención, Delgado fue abucheado y se le recriminó en abundancia su elección de candidata a vice de la señora Valeria Ripoll. Cuando se lo anunció como ganador, un grupo importante de convencionales simplemente se retiró; hay filmaciones que así lo muestran. El edil Marcelo Tortorella declaró al diario El Telégrafo que “algunos convencionales se retiraron del complejo cuando llegó el momento de la elección. Es decir, no votaron”. Si bien la lista más votada que encabezaba Javier García obtuvo 184 votos, ganó Delgado “como producto de un acuerdo político entre los sectores Aire Fresco y D Centro, donde están Nicolás Olivera, Carlos Moreira y Valeria Ripoll”. El acuerdo habilitaba la acumulación de convencionales por sublema, “un mecanismo previsto en la Carta Orgánica del Partido Nacional, pero nunca se había empleado”. El criterio que Tortorella considera honorable es que gana el que tiene más votos, o sea, Javier García. «El que gana, gana». Y esa diferencia entre tradición y reglamento “generó molestia y frustraciones que originaron un abucheo muy fuerte y el retiro de mucha gente del salón».
Javier García obtuvo 184 votos (36,8%), 17 menos que el gran triunfador de la jornada. Junto a Sebastián Da Silva, García supo decir que ellos no fueron todo lo radicales que deberían haber sido. También declaró ante cámaras «dicen que soy duro. Soy duro». Pensar que cuando era edil, era notorio por su apertura y flexibilidad política.
Fiel a su estilo de diferenciar el decir con el hacer, Luis Lacalle Pou dijo en sus palabras a la convención antes de la votación que «éste no es un partido mordaza» y reiteró el concepto que virtió cuando dejó la presidencia. En aquella instancia fue «no se peleen». Ahora fue «quiero a todos abrazados». Esa unidad sin mordaza es sin voto secreto, sin fundamentación de voto, sin autocrítica que revise lo hecho para mejor avanzar.
El vetar el voto secreto fue, se demostró, un error importante que se recriminará también en la lucha interna que ahora se profundiza. El Partido Nacional ha tenido al voto secreto como eje de su identidad democrática desde la reforma constitucional de 1918, cuando por primera vez se estableció la elección de convencionales mediante sufragio secreto. Aquella Constituyente —apoyada por blancos y colorados anticolegialistas— garantizó también el registro electoral obligatorio y la representación proporcional, marcando el advenimiento de la democracia moderna en Uruguay. En consecuencia, en el plano legal, la ley 17.063, de 1998, reglamenta las elecciones internas de los partidos políticos “en un único acto, con sufragio secreto y no obligatorio”.
Antes de la convención, la oposición interna a Delgado filtró a Búsqueda un documento de 22 páginas de Oscar Licandro, sociólogo y ex asesor del presidente Lacalle Pou, que es muy duro con Delgado, supo señalar Adolfo Garcé; y basta leerlo para llegar a la misma conclusión. Las diferencias internas son marcadas y vienen de antes. El documento de Licandro se titula “Descripción y análisis de los errores que explican la derrota electoral del Partido Nacional en las elecciones nacionales 2024” (ver recuadro), siendo que la disposición vigente era postergar la autocrítica para después de la convención.
No deja de ser interesante que el uso de la palabra autocrítica deviene de que fue rescatada del latín para cobrar especial relevancia en la Rusia soviética de los años 20, donde samokritika (самокритика) designaba la práctica de reconocer públicamente errores propios ante las instancias del partido. La ‘batalla cultural’ que hoy, afirma Adolfo Garcé, es el denominador común a todas las oposiciones a Delgado, evidentemente no fue a fondo ni en las propias filas.
El acontecer durante la convención, incluídas las cautelosas ausencias de 37 convencionales, muestran a un Partido Nacional incómodo consigo mismo y con lo que hará desde el llano. Si de algo no se habló en la convención, fue de política. Nadie dijo para qué quería la presidencia en las palabras previas a la votación; se diría que nadie se animó. Gana Delgado, siendo que carga con el reproche de ser el responsable de la derrota electoral de noviembre integrado una fórmula «que nunca terminó realmente de instalarse», supo decir Garcé en un análisis televisivo días antes junto a la politóloga Camila Zeballos, quien no discrepó. Ahora, dijeron, «García pugna por avanzar, y Delgado, por no retroceder». A los «muchos problemas de corrupción y clientelismo» se suma que el Partido Nacional no logra trascender esta situación sin autocrítica. «Así, se debilita al pártido y no se puede encarar la construcción de una opción».
En el análisis hecho ante cámaras antes de la convención, ambos politólogos se preguntaron qué es lo que se sabe de sus propuestas «que realmente importe, cómo van a no demonizar al Partido Nacional, qué autocrítica van a proponer». No lo dijeron, pero es válido preguntarse si va a incluír la gestión del presidente, dado que la popularidad que le dieron las encuestas por algo no se volcaron también a su gestión.
El nudo gordiano parece estar en cómo está organizado y funciona el propio partido. Luis Alberto Heber supo proponerse como «candidato de consenso» ya muchos días antes de la convención, y terminó sacando 45 votos. Es razonable concluír que el enfrentamiento interno era procurado.
Garcé y Zeballos echaron en falta que el Partido Nacional no se ocupe de la formación de cuadros, de tener un Centro de Estudios, de prepararse para el gobierno. Los candidatos, señalaron, no se pronunciaron sobre la posibilidad de un lema común con las fuerzas políticas que integraron la coalición republicana, que piensan de los problemas del país, cuál sería su programa de trabajo si son electos, cuál es el grado de intransigencia que consideran plantear ante el gobierno. Son los muchos conflictos internos los que le dan importancia a esta interna, que mucho dice que continuará.
En esa lucha, todos ponen luces largas hacia atrás, pero cuidando que no lleguen a iluminar a Lacalle Pou; ése es el tono, como si la crítica al líder conllevara la muerte política. En verdad, Lacalle Pou es el único líder que se puede llamar tal en los tres partidos de peso político en el país, puesto que el Frente Amplio y el Partido Colorado están en modo transición. Pero para ser un líder histórico, le falta proponer y llevar adelante cambios de fondo, como lo hicieran su bisabuelo Herrera, Líber Seregni, Batlle y Ordoñez, Wilson Ferreira Aldunate. La ausencia de todos ellos se hace sentir. Como es sabido, Lacalle Pou tiene buena comunicación, pero no lee.
El informe de 22 páginas titulado “Descripción y análisis de los errores que explican la derrota electoral del Partido Nacional en las elecciones nacionales 2024”, elaborado por el sociólogo Óscar Licandro (ex asesor de Lacalle Pou),
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