El espionaje como herramienta de poder real para dirimir hegemónicas políticas y militares en tiempos de globalización, constituye la materia temática de “007 Spectre”, la décimo cuarta entrega de la saga cinematográfica del legendario agente secreto británico James Bond.
Este personaje literario de ficción, que nació de la pluma del escritor Ian Fleming en plena guerra fría, ha completado más de medio siglo de éxito en las pantallas de todo el planeta.
Desde su primer título, “El satánico Dr. No” (1962), hasta –“Skyfall” (2012), este refinado sicario con licencia para matar y cobertura oficial, fue encarnado por Sean Connery –tal vez el más auténtico y popular- George Lazemby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig.
Aunque el 007 del presente dista de la aureola mítica del pasado en un mundo gobernado por la tecnología que ha superado todos los límites de lo imaginable, igualmente conserva un sólido suceso en la taquilla.
En efecto, esa dicotomía entre el héroe y el antihéroe que siempre le ha caracterizado, le permitió posicionarse como un personaje seductor también para las nuevas generaciones.
De todos modos, la clave sigue siendo la aventura en estado químicamente puro, con abundante violencia física, explosiones, automóviles que devoran kilómetros a vertiginosa velocidad y hasta villanos perversos pero no menos inteligentes que suelen enriquecer las historias.
En este nuevo título también dirigido por el realizador británico Sam Méndes, el protagonista se enfrenta nada menos que a su propio pasado, que oculta secretos realmente inquietantes.
Como es habitual, el relato impacta desde el comienzo, con una espectacular secuencia de acción que transcurre durante el Día de los Difuntos, en México.
El colorido de la celebración, que en buena medida recuerda al carnaval de Las Bahamas de “Operación trueno” (1965), aporta el marco adecuado a un tiroteo con armas pesadas que culmina con la literal demolición de un edificio.
Luego, una encarnizada lucha a muerte que se dirime en el acotado espacio de un helicóptero en pleno vuelo, aporta las primeras dosis de emoción a un relato que discurre sin pausas en sus casi dos horas y media de duración.
Como es habitual en estas superproducciones, la cámara viaja a través de diversas y variopintas locaciones geográficas, desde el festivo México, a la solemne Londres y la histórica Roma hasta un paisaje helado en los Alpes austriacos y el exótico Tánger.
Empero, bajo esta pátina de violencia que siempre ha caracterizado a la saga del 007, subyace una aproximación a la revolución contemporánea de la información, en cuyo contexto los espías de carne y hueso suelen ser reemplazados e incluso desplazados por satélites, drones y otros productos tecnológicos del presente.
En este caso, las disputas no se dirimen en el mero terreno convencional, sino en las pantallas de las computadoras. Un ejemplo de esa tendencia es el personaje de Q, el solemne, longevo y flemático científico que siempre preparó el equipamiento de James Bond, que ahora es un joven ingeniero de aspecto poco formal y mucha materia gris aplicada a la informática.
La otra imaginativa vuelta de tuerca es que ahora este héroe de ficción debe enfrentar su más complejo desafío: sobrevivir a la eventual desaparición del propio servicio de inteligencia a cuyos cuadros pertenece.
Acosado, abandonado y huérfano de todo apoyo logístico, el protagonista se las ingeniará para volver a enfrentar a la temible organización clandestina Spectre, que ya intentó vanamente apropiarse del gobierno del mundo en “Operación trueno” (1965), “Sólo se vive dos veces” (1967), “Al servicio secreto de su majestad” (1969) y “Los diamantes son eternos” (1971), entre otras.
Ese enemigo oculto, que fue en el pasado la peor pesadilla para el intrépido Bond, tiene ahora el rostro de Christoph Waltz, algo inexpresivo y escasamente compenetrado con su exigente personaje.
Radicalmente diferente es la interpretación de Ralph Fiennes en el papel de M, que asume con su habitual ponderación y solvencia actoral.
Como en las tres películas precedentes, el 007 encarnado por Daniel Craig es bastante más físico que intelectual, no tan mujeriego y menos perverso y despiadado que sus ilustres antecesores. Ello le permite sobrevivir y emerger airoso de situaciones de imposible resolución.
“007 Spectre” es un ejercicio cinematográfico de cine de pasatiempo acorde con la mejor tradición del mítico icono, el cual propone abundante acción que no otorga tregua al espectador, con oportunos guiños a films precedentes destinados a los nostálgicos.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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