Eleonora Gosman (Perfil ar) El “cruce” entre Lula da Silva y Donald Trump, el martes en una “sala” lateral de las Naciones Unidas, parecía apenas un encuentro casual, breve pero muy expresivo. En verdad, no tuvo nada de fortuito. Por el contrario, las diplomacias de Estados Unidos y Brasil habían “negociado” antes el contacto, pero optaron por mantener en secreto las gestiones. Tenían miedo de que la oportunidad fuera desperdiciada por causa de brasileños y americanos opuestos al actual gobierno de Lula.
Empresarios brasileños y emisarios de Trump prepararon en secreto el acercamiento entre Lula y el expresidente estadounidense, con la mira puesta en reabrir la agenda bilateral.
El éxito de esa cita se debió, en parte, a la acción previa de un grupo de grandes empresarios brasileños que tomó la posta, con la intención de tramitar los medios para recuperar las buenas relaciones entre la Casa Blanca y el Palacio del Planalto. Debían enfrentar a aliados “pro bolsonaristas” que rodean a Trump; básicamente, legisladores de ultraderecha del Partido Republicano. Pero también se habían detectado actitudes iracundas en el círculo más íntimo. Hay quienes mencionan, como una figura de ese segmento, al Secretario de Estado, Marco Rubio.
Del lado empresarial figuraron nombres con muy buenos lazos en los sectores de poder americanos, como es el caso de los hermanos Joesley e Wesley Batista, dueños de la firma JBS. Según el diario Folha de Sao Paulo, Joesley Batista se encontró personalmente con Trump a principios de septiembre, unas tres semanas antes de la Asamblea General de la ONU. Dicen, también, que el industrial gestionó la entrevista con el mandatario estadounidense en su propio nombre. Había razones para que lo recibieran: la JBS posee establecimientos en EE.UU que dan empleo a más de 70.000 trabajadores.
Desde luego, tenían tema para conversar, como por ejemplo los aranceles de 50% que cierran el mercado norteamericano para una multiplicidad de productos exportados por Brasil. Pero lo esencial, según indicaron algunas fuentes del sector, era abrir los canales para concretar el insospechado acercamiento entre Lula y Trump.
Pocos días después, el enviado del presidente americano para Misiones Especiales Richard Grenell, se comunicó con Itamaraty y pidió una cita con el canciller Mauro Vieira que fue concedida de inmediato. El lunes 15 de septiembre, el funcionario norteamericano fue recibido por el ministro brasileño en Río de Janeiro. ¿Qué buscaba el enviado de Trump? Conocer el interés real de Brasilia para recuperar los “vínculos” entre los dos gobiernos.
Tal como dijo el Asesor Especial de Lula, en asuntos internacionales, el embajador Celso Amorim: “Hasta el momento había apenas una relación indirecta pero tensa, a través de intercambio de cartas. Ahora hay un deseo de conversar, lo que es muy positivo”. En una entrevista exclusiva que le concedió al medio brasileño Universo Online, el diplomático recordó que los dos países “tenemos una historia de buenas relaciones. Nosotros procuramos para el mundo un cierto equilibrio que contribuya a la paz. Ese es nuestro nuevo mensaje”.
En una conferencia de prensa ofrecida antes de regresar a Brasil, el presidente Lula sostuvo: “Tenemos satisfacción por el encuentro con Trump, que parecía imposible. Creo que a favor de ambos estuvo la química, que alcanzó a un 80%, y también la emoción”. Según el gobernante, ambas naciones tienen intereses a discutir y concertar en una multiplicidad de asuntos. “Queremos construir una agenda positiva” entre Washington y Brasilia.
Las fuentes de uno y otro gobiernos indicaron que la entrevista de los mandatarios puede ocurrir la semana próxima, pero aún no está fijada la fecha exacta. Una idea de Itamaraty es que, si Lula viaja a Estados Unidos, la reunión podría ser en Mar-a-Lago, el resort de Miami donde el americano tiene su residencia. Otros, sin embargo, son favorables a una comunicación virtual.
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