La corrupción, el abuso sexual y la más deleznable depravación son los tres ejes temáticos de “En primera plana”, el controvertido film del realizador norteamericano Thomas McCarthy que tiene seis nominaciones al Oscar de la Academia de Hollywood.
Esta es, sin dudas, una película comprometida, en tanto indaga en un caso real que conmovió profundamente a la opinión pública mundial, tanto por sus implicancias morales como judiciales.
La historia recrea la investigación periodística de un equipo del Boston Globe, que dejó al descubierto una ominosa trama de pedofilia perpetrada por decenas de sacerdotes, que fueron encubiertos por las jerarquías eclesiásticas.
Como se recordará, en 2002, un calificado staff de periodistas de dicho diario armó una mega-denuncia contra los religiosos, que le valió la obtención de Premio Pulitzer 2003.
La película, que tiene como escenario central la inmensa redacción del rotativo, es una suerte de thriller sin violencia, en el cual los protagonistas son los cronistas a cargo de la pesquisa.
En ese contexto, son habituales las tradicionales reuniones de edición, en cuyo contexto los profesionales elaboran las estrategias de investigación y debaten las prioridades informativas.
Urgidos por la necesidad de marcan la agenda, recuperar lectores e impactar con un tema sin dudas removedor, los periodistas encaran un trabajo cuasi detectivesco.
Por supuesto, el advenimiento de un nuevo editor general con objetivos claros impacta a un grupo humano acostumbrado a la rutina y algo aburguesado, que ha abandonado el hábito de meterse en el ojo de la tormenta.
Incluso, sobrevuela el tema de una eventual reducción de personal, que pone en alerta a todos por el temor a que se pierdan puestos de trabajo.
Esa propia inseguridad sumada a la recuperación de la perdida autoestima, transforma al equipo de una suerte de bien disciplinada infantería que encarará su propia cruzada moral, más allá de mera demanda emergente de las obligaciones laborales.
En este caso, el director y guionista demuestra un profundo conocimiento de las rutinas de los diarios y sus técnicas de captura de la información, así como también sobre la recolección de testimonios.
En ese contexto, la investigación deviene en una carrera contra el tiempo por la primicia, pero también en un auténtico ejercicio de reafirmación de profesionalidad no exenta de dimensión ética.
El relato desnuda la extrema complejidad del trabajo periodístico cuando se aborda un tema de alto impacto, que requiere sagacidad, paciencia, valentía, sacrificio y profesionalismo.
La historia corrobora que el peor enemigo de una buena pesquisa periodística cuyos resultados sean irrefutables es la ansiedad, porque está en juego nada menos que la verdad.
Cualquier error puede malograr todo el esfuerzo, al punto de transformar el informe final en un fiasco y poner en tela de juicio la credibilidad del medio de prensa y sus fuentes.
El film corrobora que cuando un medio de prensa asume riesgos debe operar con inteligencia, rigor y sensibilidad, con el propósito de no horadar su propia reputación.
Exhibiendo una superlativa sabiduría para narrar sin que decaiga el interés del espectador, Thomas McCarthy arma una suerte de intriga, en la cual abundan las revelaciones, los testimonios y la conflictiva relación con los acusados.
La película construye una doble denuncia, destinada a esclarecer las aberrantes prácticas de abuso sexual perpetradas por noventa sacerdotes con cobertura institucional y el no menos inmoral de los abogados mediadores que se enriquecen comprando silencios en nombre de sus empleadores.
Una de las intrínsecas virtudes de este film es su extrema sobriedad, que soslaya toda explotación truculenta de los testimonios de las víctimas, quienes, en algunos casos, recuerdan las aberraciones padecidas hace décadas.
Asimismo, también está muy bien retratada la responsabilidad profesional no exenta de pasión de los investigadores, así como las intrigas y chicanas judiciales de los abogados defensores de los acusados.
“En primera plana” es un alegato potente y demoledor, que denuncia –sin ambages- la inmoralidad institucionalizada y el poder de la Iglesia Católica en una comunidad conservadora a ultranza, que, con su silencio, tolera prácticas aberrantes.
En ese contexto, sobresalen la prolija dirección de actores y las interpretaciones protagónicas de Mark Ruffano y Michael Keaton, al frente de un reparto altamente calificado y comprometido con una propuesta cinematográfica potente, osada, reveladora y realmente removedora.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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