Brasil-Lula: matar al mito para cerrar el ciclo

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imagesLOCuando el presidente que construyó Brasilia, Juscelino Kubitschek, murió, en 1976, dejó una pequeña hacienda en la modesta ciudad de Luziania y un apartamento en Rio de Janeiro. Pese a ello, en los años que siguieron al golpe de 1964, la dictadura forjó la leyenda de que decidió anular sus derechos políticos porque era corrupto y había robado mucho durante la construcción de la nueva capital.

Kubitschek, en verdad, tuvo sus derechos políticos anulados porque era el mito electoral y político de esos tiempos, el candidato más fuerte para las elecciones presidenciales previstas para 1965. El triunfo del nuevo orden político erigido por los militares exigía la destrucción del mito JK, como se conocía al presidente que había cambiado la cara de Brasil acelerando la industrialización y llevando la capital al interior del país. Mataron al mito.

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Después, el pleito electoral de 1965 no tuvo lugar, y los brasileños sólo pudieron votar presidente nuevamente en 1989. Para visitar la ciudad que había creado, JK iba a cenas clandestinas organizadas por su amiga Vera Brant.

En la segunda muerte de JK, la muerte física de 1976, estudiantes y decenas de habitantes de la nueva capital acompañaron su féretro desde la Catedral hasta el cementerio Campo de la Esperanza cantando y gritando «abajo la dictadura». Fue la primera gran manifestación de la que participé.

Antes de JK, la cacería a otro mito también relacionado con cambios sociales y económicos a favor de los más pobres había terminado con el suicidio de Getúlio Vargas, quien con un tiro en el pecho en 1954 postergó por diez años el golpe militar.

Hay una clara semejanza entre el asesinato político de JK por la dictadura y la cacería a Lula para abrir camino a un cambio de guardia en el poder.

Para poner fin al orden político instaurado por el PT con la llegada de Lula a la presidencia en el 2002 es necesario terminar no sólo con la idea de que los gobiernos del PT convirtieron a los más pobres en ciudadanos, redujeron la desigualdad, rescataron a millones de la miseria y mitigaron, con políticas afirmativas, nuestra deuda histórica con los negros y afrodescendientes.

Es necesario borrar la idea de que la Era Lula produjo un envidiable ciclo de crecimiento e instauró, con Celso Amorim, una política externa altiva que garantizó a Brasil una proyección internacional sin precedentes.

No basta apenas la descalificación electoral del propio PT, por errores cometidos y por errores que son del sistema político. Es necesario destruir el mito proyectado por estos cambios, el mito Lula.

Acompañé de lejos la apertura de la temporada de caza a Lula. Lo que se preanunciaba desde el inicio del año quedó claro el 27 de enero con la Operación Triple X, que bajo el pretexto de investigar el presunto lavado de dinero por la constructora OAS a través de la venta de apartamentos en el Edificio Solaris, apuntó a Lula y al triplex que el ex presidente pensó en comprar pero que nunca adquirió.

Desde entonces los cazadores se diseminaron y se armaron, obteniendo ahora del juez Sergio Moro la autorización para abrir una investigación específica para establecer si constructora beneficiaron a Lula ilegalmente a través de obras en una chacra de amigos de su familia.

Si Lula no tiene un triplex, ¿será un delito haber pensado en poseerlo?

Yo escuché hace varios meses contar a amigos lo que Lula dijo a su mujer Marisa para no comprar el apartamento de Guarujá y rescatar el valor de lo que ya había pagado. «Marisa, nunca nos van a aceptar como vecinos en un edificio como ese. No van a querer subir en el ascensor con nosotros. Vamos a dar marcha atrás con esto antes que empiecen los problemas».

Ya era tarde. Y comenzaron más cosas que problemas. Empezaron acusaciones difusas, sin forma clara, sin fundamentos sólidos, pero corrosivas para el mito. El «triplex de Lula» pasó a existir en el imaginario popular, aunque no exista en la escritura.

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Ahora, con una nueva investigación, quieren probar que la chacra ubicada en Atibaia, Sao Paulo, no es de sus dueños, sino de Lula. Y que las constructoras investigadas por la operación Lava Jato invirtieron en Lula como una forma indirecta de sobornar al ex presidente. Es eso lo que quieren probar, aunque no lo digan. En el imaginario popular ese relato ya pegó. Otra herida al mito.

Herirlo no alcanza. Destruir un mito exige más, exige su completa humillación, quitarle toda y cualquier aura de veneración y respeto. Para eso será necesario procesar, condenar, despedazar. Será necesario detener a Lula. Es a este punto al que desean llegar los cazadores, de modo que nada quede de admiración por el ex presidente que salió de la miseria extrema del Noreste, se convirtió en obrero, lideró huelgas, fundó un partido, aceptó derrotas y un día ganó la elección presidencial, convirtiéndose en el mandatario brasileño más popular y más conocido y respetado en el mundo. «The guy», como lo llamó Obama, tiene que ser reducido a polvo.

Lula tal vez subestimó la saña de sus cazadores y se retrasó en la organización de su defensa. Ciertamente también cometió algunos errores en la estrategia de defensa. Del debilitado PT puede esperar poco. Pero ciertamente algo espera aún de los que aún creen en él. Si planea en algún momento denunciar entre su base política y social la naturaleza política de la caza a la que se enfrenta, el momento llegó.

El momento es de crisis para todos y eso no favorece las reacciones populares. Pero aunque sea como prestación de cuentas a los que lo llevaron a la gloria y observan su destrucción sin escuchar un llamado, Lula debe hacerlo. Debe denunciar que enfrenta una cacería política que busca terminar con cualquier posibilidad de mantener viva su llama política y hasta el recuerdo de su legado.

Por Tereza Cruvinel (Análisis/247)

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