La Operación Lava Jato cruzó el Rubicón, invadió el Instituto Lula y llevó al ex presidente -que nunca fue intimidado por la investigación- a declarar bajo coerción, humillando de paso a algunos colaboradores.
Se llegó a un punto que mucha gente dudaba que se llegaría, y en una afrenta a pilares del Estado de Derecho el Lava Jato encendió la mecha sobre un ambiente ya empapado de combustible de odio al Partido de los Trabajadores (PT), sus dirigentes y sus gobernantes y de indignación de los petistas y sus aliados con la conducción discrecional de las investigaciones.
Las llamas subirán y es posible que haya enfrentamientos físicos, incluso que corra sangre. Habrá manifestaciones antagónicas en Brasil, y la cuenta debería ser enviada al juez Sergio Moro, dueño de la caja de fósforos.
¿Cuántos millones, quizá billones de reales no podría haber robado -si quería- un presidente como Lula, con la popularidad interna y la proyección externa que tuvo? Pero por causa de obras de construtoras en un apartamento y una chacra que no son suyos fue execrado, acusado de haber sido favorecido por recursos del petróleo. La desproporción de las cosas encontrará eco en una parte de Brasil; si es mayor o menor, expresiva o inexpresiva, las manifestaciones lo dirán.
El ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva criticó el viernes al juez federal Sérgio Moro, responsable de la Operación Lava Jato, indicando que siempre estuvo a disposición de la justicia para prestar declaración por lo que no era necesario someterlo al «ultraje» que significó obligarlo a declarar. «Si el juez Moro, si el Ministerio Público quisiera escucharme, era sólo enviarme un oficio», dijo Lula, blanco el viernes de una conducción coercitiva para prestar declaración ante la Policía Federal en el aeropuerto de Congonhas, en Sao Paulo.
La mirada común puede no alcanzar a entender el encadenamiento de los hechos de los últimos días pero observará la desproporción. Recordemos.
1. El sábado pasado Lula anunció que resistiría al cerco.
2. Luego enfrentó al fiscal Conserino, que conduce una investigación que no es la del Lava Jato. Declaró por escrito y presentó un habeas corpus preventivo para no sufrir lo que sufrió este viernes de Lava Jato.
3. Recorrió al Supremo Tribunal Federal (STF) pidiendo que decidiera quién tenía competencia para investigarlo, si el Lava Jato o los fiscales de Sao Paulo. El Lava Jato salió a la palestra y asumió que lo investigava y lo quería continuar investigando.
4. En una clara represalia al cambio de ministro de Justicia, José Eduardo Cardozo, la supuesta delación premiada de Delcidio do Amaral alcanzó frontalmente Lula y a Dilma pero hasta ahora no sabemos si esa delación existe y cuánto de lo publicado existe.
5. Lula fue coaccionado a declarar por el Lava Jato, que nunca lo intimó a prestar declaración. Y el cerco se cierra contra Dilma.
6. Todos los que tienen conciencia democrática denuncian la ruptura de los límites de la legalidad y la marcha de un golpe de naturaleza aún inédita pero eficaz, porque no tiene cara de golpe y se presenta como fruto de la defensa de los principios republicanos.
Una «solución final» está en curso pero no será una solución. Es posible que estemos delante de una nueva era, porque no será el fin del PT, de Lula o de Dilma. Será una nueva era porque estaremos, como escribió el periodista Janio de Freitas, de regreso en los años ’50 o antes, cuando los golpes comandaban la historia a fuerza de bayonetas.
Hoy, la fuerza judicial del Lava Jato, de los fiscales y la Policía Federal tienen banderías políticas, no tareas de Estado.
Tereza Cruvinel, columnista de Brasil/247
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