‘Chacarero y payador’

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Al fallecer, el 12 de mayo de 2011, el payador Walter Apesetche dejó tras de sí una larga y rica historia dentro del ámbito del canto repentista uruguayo y rioplatense. Su nombre conforma una rica página en una tradición que se extiende hacia los albores de Uruguay como nación, ramificándose por todo el siglo XIX y consolidándose en el XX para llegar a la actual centuria, con particular fuerza.

A Walter Apesetche, oriundo de la ciudad de San Ramón (Canelones), localidad que nunca olvidó y que siempre llevó junto a sí en presentaciones a lo largo y ancho de Uruguay y también en otros países, se lo recuerda, entre otras cosas, por definirse como ‘El payador de Cristo’, a raíz de sus creencias cristianas y su prédica de Jesús. Ese hecho, lejos de limitar su creatividad y su condición de payador, contribuyó a potenciar su personalidad sobre el escenario, en grabaciones y en la propia letra impresa.

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Los orígenes
‘Chacarero y payador’ es, sin dudas, la obra más reconocida de Walter Apesetche. En ella, con una economía de palabras y una precisión al definir, mezcla de documentalista y testimonial, el payador repasa sus humildes orígenes como labrador, arando detrás de una yunta de bueyes, antes de convertirse propiamente en payador.

El inicio de la milonga ubica y define al personaje en el lugar que habita:

Yo nací allá en San Ramón,
donde fue mi hogar primero
como el nido del hornero
hecho de paja y terrón.
Dejé desde muy pichón
aquel hueco paternal
y azotado por el mal
rodé por sus aledaños
y con menos de diez años
me conchabé de mensual.

Los años al pasar instauran la reflexión y la misma posibilidad de calibrar toda una vida a la luz de sucesos que fueron ocurriendo con posterioridad. Así, Apesetche payador y Apesetche personaje reflexionan sobre la experiencia que lo llevó a dejar su hogar para convertirse en hombre con apenas diez años.

¡Qué triste cuando se deja
el pago tan gurisito…!
¡Pobre de aquel pichoncito
que de su nido se aleja!
Yo en el llanto de mi vieja
templé mi tierno coraje
y cuando emprendí mi viaje
un parcito de alpargatas,
muy humildes y baratas,
eran todo mi bagaje.

El relato de la peripecia que lo convirtió en chacarero es presentado de forma ágil y precisa, ilustrando al lector/oyente sobre los rigores de una vida por demás difícil.

Así empecé a trabajar
de sol a sol sin descanso,
tras de una yunta de mansos
que me enseñaban a arar.
Si habré visto agonizar
a los horizontes rojos;
si habrán llorado mis ojos
con el rigor de la helada
sobre mis piernas paspadas
por las cañas del rastrojo.

En la cuarta estrofa, la figura del payador que terminará desplazando al chacarero, comienza a tomar forma. No lo hace a través de un legado que se hereda, de una escuela o de una tradición, lo hace escuchando la imponente variedad de matices de las voces de los pájaros cantores a su alrededor.

Chacarero adusto y grave
fui de gurí sin apronte,
pero me llamaba el monte
con el canto de sus aves.
Cadencias dulces y suaves
con mil variadas escalas,
fueron poniéndole gala
a mi pobre inteligencia…
No se queda en su querencia
quien ha nacido con alas.

La estrofa final, el cierre de ‘Chacarero y payador’ es una verdadera declaración de pertenencia, el manifiesto de aquel que no reniega de sus orígenes, ya sea negándolo o ignorándolos.

Por el tiempo y el destino
que la vida nos tutela
con un rumbo de vihuela
sigo abriéndome camino.
Se ha de cumplir el destino
que me deparó el Señor,
pero que orgullo mayor
es haber sido primero
un humilde chacarero
antes de ser payador.

Al morir, en aquel mes de mayo de 2011, los familiares, vecinos y amigos que despidieron a Walter Apesetche acompañaron, además de a un gran payador y a un trovador de la prédica cristiana a través del mensaje del que murió en la Cruz, el viaje final de un humilde chacarero, uno más, de aquella encantadora zona canaria.

Por Martín Bentancor

La ONDA digital Nº 670

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