Recuerdo con precisión como vivimos en la redacción de “El Popular” los acontecimientos trágicos de aquella madrugada del 17 de abril de 1972. Pasada la medianoche, nuestra preocupación principal (como todos los días) era cerrar las últimas páginas para poder imprimir y llegar con los paquetes de diarios antes de las 3 y media a la ONDA de la Plaza Cagancha. A esa hora comenzaron a llegar noticias inquietantes, vía telefónica, desde los aledaños de la seccional 20ª. del PCU situada en Agraciada y Valentín Gómez. Nos hablaron algunos militantes y otros vecinos que no se identificaron, indicando que frente al local se estaba montando un operativo de guerra, con nutridas fuerzas policiales y militares. Me habló incluso un diputado batllista que vivía en un edificio en Agraciada frente al local y con el cual tenía amistad porque yo hacía también la crónica parlamentaria. Mandamos un par de cronistas al lugar, junto a los fotógrafos Aurelio González y Hermes Cuña. Al rato, se confirmó la dramática secuencia: el fusilamiento a mansalva de los ocho compañeros. Le dedicamos toda la primera plana, que quedó para la historia.
Los ocho reviven en la canción de Alfredo Zitarrosa, “Fruto maduro del árbol del pueblo”, que los nombra uno por uno: Luis Alberto Mendiola, José Abreu, Ricardo González, Ruben López, Elman Fernández, Justo Sena, Raúl Gancio, Héctor Cervelli. A Luis Alberto Mendiola lo conocíamos muy bien, porque además colaboraba en tareas en la imprenta del diario. Era oriundo de Casupá, departamento de Florida, y se caracterizaba por su buen ánimo permanente. Varios de los demás eran obreros de la fábrica metalúrgica Nervión, otro del vidrio, uno albañil, en tanto Elman Fernández era obrero y violinista. Solo uno sobrevivió a la matanza, Héctor Cervelli: con un balazo en la cabeza, quedó tirado, y fue luego trasladado al Hospital Militar. La doctora Angelita Tigero, que había sido compañera mía en la agrupación de los estudiantes de Medicina, logró visitarlo en el Hospital Militar. Falleció unos días después, el 28 de abril. Cervelli había sido quien salió primero del local, junto con José Antonio Machado, quien sigue vivo, aunque con un proyectil alojado en la base del cráneo. Estuvo presente en el acto efectuado en la noche del sábado 29 de abril frente al local, y fue acogido con expresiones de afecto por los participantes.
Éste fue el acto con mayor expresión de sentimientos profundos que me ha tocado presenciar en mi vida. Contribuyó a ello el hecho de que el local fue declarado monumento histórico nacional, lo que fue resaltado por la ministra de Turismo y Deporte, Liliam Kechichian, que asumió en el acto la representación del Poder Ejecutivo. Unos días antes, el miércoles 23 de abril, el Correo uruguayo presentó el sello dedicado al local partidario, que dice: “Seccional 20 Monumento Histórico Nacional. Agraciada 3715”. Pero otros dos hechos resaltaron en una oratoria de elevado contenido emocional y humano.
La participación en el acto del arzobispo de Montevideo, monseñor Daniel Sturla, fue sin duda destacable, y también una señal de que Uruguay vive un tiempo nuevo, en que todos los hombres y mujeres de buena voluntad pueden unirse en torno a una causa justa, más allá de banderías y creencias religiosas, en un clima de mutuo respeto. El arzobispo en la tribuna hizo recordar que quien ocupaba ese cargo en aquellas circunstancias luctuosas, monseñor Carlos Parteli, hizo lo propio, y participó en el velatorio de los obreros comunistas asesinados. Yo lo recuerdo perfectamente. Los féretros (que en ese momento eran siete, Cervelli estaba internado en el Hospital Militar) estaban en el primer recinto de la vieja casona de Sierra 1720, detrás de la mesa de recepción. Parteli se ubicó en un rincón, bajó la cabeza y realizó su oración silenciosa. Después lo acompañamos al piso de arriba, a la oficina con ventana a la calle, donde lo aguardaba Rodney Arismendi junto a la dirección del PCU, su Comité Ejecutivo. El dirigente comunista reiteró los conceptos que ya había expresado en actos públicos sobre el significado del Sermón de la Montaña y la acción común de los hombres de buena voluntad, de marxistas y cristianos a favor de las aspiraciones de los más amplios sectores populares. Conceptos compartidos por Parteli, y ahora retomados por el arzobispo Sturla, quien señaló que la oración “no tiene bandera ni color”, se refirió “con el máximo respeto a la realidad plural de la sociedad democrática” y le pidió a Dios “en este día de tanto dolor, que nunca más la violencia se adueñe de nuestra sociedad”. En su invocación final, “por todos los caídos en este día en este lugar, concédeles, Señor, el descanso eterno y brille para ellos la luz perpetua”.
El otro hecho estuvo a cargo de una jovencita, integrante de la UJC, que tuvo a su cargo la lectura de un documento jurídico sobre la masacre, el cual desvirtúa la falsa versión lanzada por las Fuerzas Conjuntas de que se había registrado un enfrentamiento armado con los ocupantes del local partidario. Allí se demuestra que todos ellos estaban desarmados, como se verificó por otra parte en un allanamiento efectuado en el curso del día 16 de abril. La joven se quebró al leer el documento, y prosiguió la lectura entre llantos hasta el final.
La amplitud y el carácter unitario del acto se realzaron con la participación de Fernando Pereira, coordinador de la central obrera PIT-CNT, quien destacó que los ocho trabajadores asesinados eran integrantes de sus respectivos sindicatos y de la central; del presidente de la Cámara de Representantes, el diputado rochense Aníbal Pereyra; de la presidenta del Frente Amplio, Mónica Xavier; de Jorge Mazzarovich, que resumió el conjunto de los conceptos vertidos y agradeció especialmente la participación de monseñor Sturla. El acto se cerró con una alocución del ex presidente y precandidato presidencial Tabaré Vázquez, quien inició el proceso para que la sede partidaria fuera declarada Monumento Histórico Nacional. Vázquez consideró que los mártires comunistas “son muertos que no mueren” y lo relacionó con el compromiso de la fuerza política y la unidad de la misma como ejemplo a seguir.
Entre las múltiples personalidades asistentes al acto (ministros, intendentes, legisladores, embajadores) estuvo presente Juan Raúl Ferreira, presidente de la Institución Nacional de Derechos Humanos. Se aclaró que por razones estatutarias no podía hacer uso de la palabra. Su presencia trajo a la memoria la participación destacada del senador Wilson Ferreira Aldunate en los debates parlamentarios sobre la matanza de la 20ª. Asimismo, permitió recordar la actitud valerosa de Héctor Gutiérrez Ruiz, entonces presidente de la Cámara de Representantes, que concurrió un par de días antes a la sede central del PCU y contribuyó a desbaratar la gran provocación tramada por las Fuerzas Conjuntas que penetraron en el local cuando se estaba realizando una reunión de la Unión de la Juventud Comunista (UJC) a nivel nacional. El hecho fue mencionado expresamente en su intervención por la ministra Liliam Kechichian, que había participado en aquella instancia.
Un estupendo audiovisual exhibido al término de la parte oratoria muestra a los diputados Rodney Arismendi y Jaime Pérez, que desempeñaron un papel fundamental en la interpelación llevada a cabo en la Cámara de Representantes al ministro de Defensa Nacional, en la cual quedaron desmentidos una por una las falacias desparramadas por el gobierno de Bordaberry y las Fuerzas Conjuntas en el afán de enmascarar su crimen inaudito. Jaime Pérez expuso incluso su visión de los hechos como testigo presencial de los acontecimientos registrados en la calle Valle Edén, lindera con el local, en la madrugada trágica.
Un recuerdo para Hugo Villar
En el acto se registró asimismo un homenaje al Dr. Hugo Villar, recientemente fallecido (el 15 de abril). Estuvo a cargo de Gabriel Mazzarovich, director del semanario “El Popular”, quien historió la proficua labor desarrollada por Hugo Villar en múltiples aspectos: como fundador del Frente Amplio e integrante de su primera fórmula de candidatos en las elecciones de noviembre de 1971, junto al general Líber Seregni y al Dr. Juan José Crottogini, como candidato a la Intendencia de Montevideo, habiendo sido individualmente el candidato más votado pero derrotado por la derecha en virtud de la ley de lemas entonces vigente; y como director de inigualada solvencia del Hospital de Clínicas, cargo al que accedió por concurso a los 34 años de edad, transformándolo en un centro de referencia a nivel nacional y latinoamericano. Una sintética nota biográfica señala que tras el golpe de Estado del 27 de junio de 1973 y la intervención de la Universidad de la República, Villar permaneció en su cargo para enfrentar el desmantelamiento del Hospital de Clínicas. El Interventor de la Universidad, Edmundo Narancio (estrechamente vinculado al diario “El País”), estableció una comisión investigadora sobre supuestas irregularidades cometidas por la dirección del hospital universitario, pero tras meses de investigación no se comprobó ni una sola de las acusaciones, pese a lo cual Villar fue destituido. Debió partir al exilio, pero tras la reconquista de la democracia retornó a la dirección del Hospital de Clínicas, y fue distinguido como Profesor Emérito por la Facultad de Medicina.
En el exilio, Villar desempeñó importantes cargos en su especialidad médica en Cuba, Nicaragua, Guatemala, México y España, y fue consultor de la Organización Panamericana de la Salud (OPS). A la vez, lo conocimos en ese período por el papel que cumplió como presidente del Comité Coordinador del Frente Amplio en el Exterior, con sede en Madrid, desde el cual le cupo un papel de primer plano en todas las instancias de definición política y en las acciones contra la dictadura, en particular las elecciones internas de los partidos y en el referéndum constitucional en que el pueblo votó por No, sellando la derrota del proyecto presentado por la dictadura y anticipando su final sin gloria.
No pude estar presente en el velatorio de Hugo Villar, que se efectuó en la sede central del Frente Amplio. Con estas líneas quiero expresar mi solidaridad a su esposa Haydée Ballestero. Tengo además de todo lo que antecede, un motivo particular de afecto hacia Hugo: ingresamos juntos a la Facultad de Medicina en el lejano año de 1945, recordable además porque ese año comenzó a aplicarse un nuevo plan de estudios. Villar se distinguía por su dedicación y empeño en las tareas, y ya a finales de ese primer año trabajaba como ayudante en la cátedra de Histología. La atención a la salud fue siempre la razón de su vida, conjugada con su pasión frenteamplista.
Por Niko Schvarz
Periodista y escritor uruguayo
La ONDA digital Nº 669
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