Una respuesta pendiente

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Hace un tiempo, nuestro presidente José Mujica, estuvo en Chile para la ceremonia de traspaso de mando que colgó la banda presidencial en el torso de Michelle Bachelet. Al otro día ofreció un encuentro con los uruguayos residentes en Santiago que quisieran concurrir, encuentro que por cierto estuvo bien concurrido.

Después de su charla que versó fundamentalmente sobre los logros económicos de la gestión del FA en los últimos 8 años y sobre las perspectivas y tareas por hacer, se abrió un espacio de preguntas del público. En cuanto tuve oportunidad, le pregunte qué íbamos a hacer con los jóvenes en particular, pero con la sociedad en general, en cuanto a su escala de valores ya que su charla había versado sobre lo que estábamos haciendo e íbamos a hacer con la economía, pero no había mencionado el tema valórico.

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Gran jugador de truco, pidió más preguntas y diluyó su respuesta contestándolas todas juntas, no sin antes decirme que no iba a eludir mi custionamiento.

Esto me movió a escribir el texto de más abajo y a enviarlo a todos mis referentes, empezando por mis hijos ya adultos. Y excepto por una sicóloga argentina autodefinida troskomarxistaperonista que honestamente respondió que no sabría por dónde empezar, no obtuve muchas respuestas. Me queda la congoja de no saber si estoy planteando una tontería tan obvia que no se han molestado en responderme, o, con mi amiga argentina, nadie tiene idea de por dónde empezar.

 

Aquí el texto por si alguien recoge el guante
No es necesario abundar sobre el tópico de que las relaciones de producción son determinantes de la superestructura moral de una sociedad.

Sin embargo a lo largo de la historia siempre se han ensayado herramientas de amortiguación, mayormente a través de las distintas religiones y filosofías.

Los parámetros morales no son, además, un cuerpo estático y varían como ciertamente lo hacen las relaciones de producción, pero no necesariamente a la misma velocidad, aunque sí con la misma dirección y sentido.

Me parece empero, que los intentos de “amortiguación” que han hecho las religiones o los sistemas de valores propuestos por las distintas corrientes filosóficas, nunca han sido delineados en base a un estudio profundo del estado de las sociedades.

Y esos intentos de amortiguación han sido, si no estáticos, mucho menos dinámicos que los cambios económicos y sociales. Del viejo testamento al nuevo testamento, pasaron unos cuantos añitos. Y coranes, popol vuhs, vedas, etc no han tenido como los judeocristianos una entrega 2.0.

Hoy en día es lugar común hablar de “la pérdida de valores”.

Pero esa “pérdida” es solo cambio. Y cambio sin otras amortiguaciones que las mismas de siempre.

Cierto, se han incorporado los temas medio ambientalistas, de género, de diversidad. Pero esta es una mirada absolutamente occidental. Hay enormes partes del planeta donde lamentablemente los temas de género no están en discusión, otras donde los de medio ambiente no son de recibo porque siempre se respetó, me refiero a los pueblos originarios y otras en fin, donde la diversidad no sufrió 2000 años de santa madre iglesia y campea a sus anchas.

El tema es que la mentada “pérdida/cambio/evolución de valores” avanza incontenible. Y es profundizada a diario por el accionar de los grandes medios de difusión. El aplanamiento y la vulgarización de los gustos llega cada vez a mayores sectores de las poblaciones. El cotidiano ejemplo de violencia, multiplicada ad infinitum por la pantalla de la caja boba, se incrusta permanentemente en las neuronas de nuestros niños.

La gente “bienpensante” educó a sus hijos tratando al máximo de no inculcarles cosas, de permitirles la libre formación de sus opiniones políticas, religiosas, etc. Como si fuera posible que esa formación de opiniones fuera de verdad libre en un mundo donde permanentemente han visto sus cabezas atomizadas de ideologización en todas sus formas, un mundo que interviene en todas sus visiones, sus hábitos, “su estética, su ángulo” al decir de Silvio Rodríguez.

Quedaron inermes con el sólo ejemplo de los progenitores/educadores como estereotipo del cual aferrarse, como parámetro con el cual comparar.

Como si además, ese ejemplo fuera suficiente
Esto en el mejor de los casos, cuando el presunto ejemplo a seguir contuviera alguno de los valores deseables por algún ignoto juez de valores, al que todo el mundo cita en abstracto.

En la gran mayoría se trata de progenitores muy poco preparados para educar que simplemente empeoran las cosas dado que su ejemplo no amortigua, sino que profundiza.

De modo que entonces, creo que es momento de dejar de constatar y lamentarse para empezar a trabajar de manera ordenada y consciente para contener la degradación. Así como aún dentro de las relaciones de producción imperantes, el progresismo trata de atemperar los peores filos del capitalismo proponiendo distribuciones más justas de la riqueza y generando más riqueza para que los países se puedan desarrollar al mismo tiempo que lo hacen sus habitantes, es imperativo atender a los aspectos de educación no formal, de educación moral.

El progresismo atiende al desarrollo económico, la justicia social, la igualdad de oportunidades y la educación como bases indispensables del crecimiento del ser humano. Y está muy bien. Pero se ha dejado a la familia, a los padres y algo menos a maestros/as el construir los escudos para contener y desviar la avalancha destructiva con la que permanentemente estamos siendo bombardeados.

Y tengo claro que aquí empiezan las discrepancias sobre quién decide cuales son los valores a transmitirles a los niños.

Sin embargo creo que hay un par de estaciones en las que debemos detenernos antes de llegar allí.

La primera es que deberíamos hacer una investigación profunda del estado moral de nuestra sociedad.

De cuáles son los valores imperantes, por franjas etáreas, género, situación económica, nivel educativo, etc. Sabemos que está todo mal. Pero lo sabemos de manera intuitiva, no tenemos estudios sociológicos al respecto.

Cómo construir ese estudio es materia de los expertos
Qué nos dirá ese estudio, solo el hacerlo lo dilucidará. Qué hacer con los resultados es materia de un futuro sumamente dependiente de qué nos diga el tal estudio.

Pero definitivamente la segunda estación, es que si bien es improbable que se logren muchos acuerdos sobre los valores a transmitir, o sobre quién debe transmitirlos, considero muy posible que se llegue a consensos sobre cuales valores se deben combatir. Y tal vez se puedan delinear estrategias para esa contención/desvío.

Construir esas estrategias presupone que primero se realice el estudio.

Y eso si bien puede ser iniciativa de la sociedad civil, exige institucionalidad para tener sentido.

Me consta que hay mucho para hilar sobre el tema.
Pero vaya esto como puntapié inicial.

Por Homero Muñoz
(Desde Chile)

La ONDA digital Nº 670

 

 

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