La imagen urbana: detrás de lo que vemos

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Ciudades a primera vista homogéneas, percibidas en lo que contienen: siglos de construcción distintos, con los mismos ladrillos, la misma piedra, las mismas tejas, pero continuadas por hombres distintos, por otros artistas, por comunidades nuevas. La ciudad parece la misma que en el Renacimiento.

Más tarde nos damos cuenta de que su calidad también estriba en lo que no vemos. No tiene antenas, no tiene cartelería comercial superpuesta a la edificación, no tiene cubiertas de cualquier tipo, no tiene inmuebles que contradicen la morfología y la sincronía de tonos, de colores básicos de nombrados materiales. ¡No existen marquesinas! No se ven antenas, equipos de aire 3  Arq-Luis-Fabre--200x230acondicionado, columnas de propaganda en las veredas ni en todo espacio que vincula lo privado y lo público. Todos los comercios, que son muchos, incluyendo las tiendas top a nivel mundial, respetan los vanos de los edificios existentes, luciendo carteles y denominaciones en las vidrieras insertadas en ellos.

Pero la percepción implica, junto a la limpieza visual, la ausencia de polución sonora. No hay altoparlantes en la vía pública. El sonido de fondo es la polifónica comunicación de los miles de transeúntes que completan la multiculturalidad del primordial objetivo, conocer el lugar.

En las ciudades invadidas por turistas, la principal actividad es movilizarse. La preferencia para el peatón se visualiza al cruzar las numerosas cebras, en que los vehículos paran religiosamente, sin incidentes, en una rutina asumida por todos. Esta movilidad se disfruta plenamente en los grandes espacios y en cada plaza cuyo nivel permite pasar al rodado sin riesgo para la gente que lo ocupa. Los autos son cada vez más chicos, incluyendo los de dos pasajeros. La señalería es abundante, también al servicio del peatón. Los contenedores para residuos se disimulan en espacios sin interferir con el tránsito. ¡Y está todo limpio! Llegué a ver ceniceros junto a las papeleras callejeras. ¡Y los usan!

Se están preguntando a cuál ciudad me refiero. A todas en las que estuve: Roma, Milán, Florencia, Sorrento y ese pequeño paraíso que es la isla de Capri. La única que desentona en mi percepción, sin desmedro de sus virtudes, es Nápoles.

Todas las ciudades en una
Había encontrado hace muchos años en París simultáneamente lo mejor del pasado remoto, un presente gratificante y, bajo la superficie, el metro, anticipando la ciudad del futuro. Todo lo que, optimizado, ahora me impactó en Roma. La imagen urbana impoluta, sin contaminación visual. La edificación respetada en su forma y su mantenimiento. La integración de la flora, del verde en cada espacio, en cada terraza.

La interpretación de la escala
Sea como sea, por trascender100_0795 a la posteridad, por las posibilidades abiertas del poder centralizado o por la religión, el mensaje implícito en las dimensiones de las obras es de grandeza. Los egipcios hicieron con las pirámides los monumentos funerarios que exaltaban la gloria del faraón. Los emperadores romanos repitieron con nuevas formas su afán de trascender, pero no solamente en referencia a su persona. Los edificios públicos, destinados al servicio de toda la población, establecen una diferencia conceptual. Trasmiten la grandeza del imperio incluyendo en ella a sus súbditos. El Mercado, el Coliseo y los baños públicos (las Termas) eran usados por toda la población.

Cabe agregar que la Iglesia católica continuó con la monumentalidad de los templos paganos (incluso reciclando algunos) con lo cual la herencia de tantos siglos resulta, por la cantidad de obras, significativa también en su pluralidad.

Los espacios
En mi profesión acostumbramos “ver” los espacios y todo lo edificado y por edificar en tres dimensiones impresas o en movimiento con los actuales dispositivos tecnológicos.

La escala y disposición urbana de los espacios públicos se asimilan, conjugan con las grandes obras, potenciando el efecto y la impresión de una escala congruente con la dimensión, pero también con la presencia humana. Sin las multitudes, en la alta noche, sobrecoge. Con ellas adquieren vida, razón de ser. La mayor expresión de esta percepción integrada a la vida es la Plaza de San Pedro dada la vigencia de las funciones para las que fue realizada.

¿Y las ruinas?
Algunas son sólo pedazos de mármol. Pero puestos allí hace más de dos mil años. Los edificios que, fielmente conservados o restaurados quedan en pie, bastan para una cabal comprensión de las realizaciones. Como constructor no puedo dejar de imaginar cómo lo hicieron. Aún sabiendo que los dispositivos estructurales del arco de medio punto y los dinteles son básicos y que la mano de obra disponible era superabundante, la admiración me gana.

Los setenta metros de diámetro de la Cúpula del Panteón de Agripa son superados allí mismo por la altura inconmensurable de su altura desde el interior. Le gana la altura de la Capilla Sixtina, a la que seguramente Miguel Ángel tardaría un par de horas en llegar por un castillo de andamios, para trabajar con la luz de teas prendidas en la soledad de las alturas.

La estatuaria diseminada en la ciudad, la escultura inserta en edificios, arcos de triunfo y columnas, sobre todo la Trajana, exceden nuestra capacidad de asombro.

Naturalmente extrapolamos la experiencia al territorio y sociedad en la que vivimos. Ese indefinido límite entre la puesta en valor del patrimonio y su utilización comercial, se corre hacia uno y otro extremo en cada100_0851 ciudad, en cada obra.

Hemos definido el turismo como el conocimiento mutuo entre los pueblos, las comunidades, las etnias y las religiones. La interrelación entre la diversidad para la comprensión del otro, el respeto a sus credos y costumbres, el aprendizaje para convivir en el hogar común, el globo.

Apreciamos esa intención en todo el periplo que concluyó en Madrid con una excepción, el mozo de la Plaza Mayor nos negó un “capuccino” como los degustados en Italia. Como ven, es anecdótico, casi una broma. Análoga a las que aquí nos hacen, pues no encontramos milanesa a la napolitana en Milán o en Nápoles. ¡Y no existen los sorrentinos en Sorrento!

 

Por el Arq. Luis Fabre
luisfabre@gmail.com
Foto: ntcdelmundo.blogspot

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