Pensar, reflexionar, decidir, vivir nuestra vida y relacionarnos en armonía no sería posible sin el corazón. Si se seccionasen las vías que van de la amígdala al córtex, o lo que es lo mismo, las vías que unen el pensamiento emocional con el racional, y esa persona mantuviese la inteligencia lógica, sus acciones serían equivocadas. El cerebro depende los sentimientos.
Delatan tristeza y sufrimiento, pero también nostalgia, alegría o felicidad. Nos hacen reír y llorar, hablan de quiénes somos y adónde vamos. Los sentimientos tienen más fuerza de la que podríamos llegar a imaginar, pueden hacernos elegir a quien queremos aunque esa persona no sea la mejor para nosotros. Hacen que ayudemos a los demás porque sabemos cómo se sienten y queremos lo mejor para ellos. Forman parte de la conciencia y la empatía de las personas.
A menudo encontramos gente que se autodenomina “racional” y dice que es capaz de dejar sus emociones a un lado para analizar la vida de una forma objetiva. La investigación de Antonio Damasio demostró que nuestro cerebro y nuestro corazón van de la mano. Asegura que la razón y las emociones interactúan de manera constante, por lo que lo más “lógico” no sería abandonar las emociones, sino pensar con el corazón.
Los sentimientos influyen en los pensamientos del mismo modo en que lo hace la razón. No se activan y desactivan al gusto del consumidor, porque no somos máquinas, somos personas. Por este motivo no se deben reprimir nuestras emociones, sino hallar la virtud en el punto medio, lograr el equilibrio entre nuestra razón y nuestra emoción. “Hay que escuchar a la cabeza, pero dejar hablar al corazón”, decía la escritora francesa Marguerite Yourcenar.
Los momentos tristes en la vida pueden hacernos huir de las emociones, ya que la razón es más fácil de controlar que los sentimientos. Pero sin en esos momentos tristes no seríamos capaces de valorar los grandes momentos que la vida nos ofrece. Los sentimientos son difíciles de controlar, invaden nuestro tiempo y nuestro espacio. Asimismo, están presentes en nuestros recuerdos en el presente y en el futuro. Necesitamos un equilibrio emocional que garantice nuestro bienestar para saber que imponer la razón al corazón no es tener sentido común.
Gonzalo López Menéndez
Periodista
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