El alto riesgo de la hipertensión

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Casi todos sabemos qué es la hipertensión… o al menos, eso creemos. Comprendemos que una presión arterial anormalmente alta supone un riesgo mayor de sufrir infartos y accidentes cerebrovasculares (ACV). Y también sabemos que la hipertensión se vincula con la dieta y el estilo de vida, y que puede tratarse con medicamentos adecuados.

Pero muchos creen que la hipertensión es más que nada un problema de los países ricos, y que por tanto la mayoría de las personas afectadas tienen acceso a información y tratamientos correctos. Nada más alejado de la realidad.

La hipertensión afecta a la impresionante cifra de mil millones de personas en todo el mundo, y es causante de casi diez millones de muertes al año (tanto como la suma de todas las enfermedades infecciosas combinadas). Además, la mayor parte de la carga de la enfermedad hipertensiva afecta a países de ingresos medios y bajos (PIMB), donde las personas se enferman más jóvenes y con peores perspectivas que en los países de altos ingresos. Es mucho más probable morirse de complicaciones de la hipertensión en Ghana, Mongolia o Vietnam que en Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos.

Según la Organización Mundial de la Salud, la prevalencia de hipertensión en los PIMB ya es la más alta del mundo y va camino de seguir aumentando raudamente. La enfermedad cardiovascular (de la que la hipertensión es el principal factor de riesgo) hoy provoca la mayor carga de enfermedades en todo el mundo, y es la principal causa de muerte en la mayoría de los PIMB.

Algunas de las razones de esta mayor prevalencia de la hipertensión son fácilmente discernibles. La prolongación de la expectativa de vida aumenta la proporción de personas mayores dentro de la población, a la vez que el desarrollo económico y la urbanización reducen la actividad física y aumentan el consumo de alimentos procesados, alcohol y tabaco (además, parece haber implicados otros factores que todavía no se comprenden del todo).

Lo que está claro es que los residentes de PIMB no son realmente conscientes de la hipertensión, lo que se debe a la falta de síntomas visibles. Y los que saben que tienen presión arterial alta a veces ignoran sus vínculos con el ACV y otras enfermedades cardiovasculares. Esto dificulta el combate a la hipertensión y otras enfermedades no transmisibles por parte de los servicios sanitarios de los PIMB (a menudo carentes de recursos, solo equipados para brindar cuidados intensivos y sobrepasados por altas tasas de mortandad materno‑infantil y la lucha permanente contra las enfermedades infecciosas).

La ayuda de donantes internacionales no ha servido para resolver estas falencias. En 2013, menos del 5% de las ayudas mundiales al desarrollo se destinó a la lucha contra las enfermedades no transmisibles.

En una visita reciente a un hospital de Acra (Ghana), pude ver con mis propios ojos el padecimiento causado por la hipertensión. Las guardias de los hospitales están llenas de adultos jóvenes (personas en edad de trabajar con familias a cargo) debilitados o moribundos por los efectos de un ACV u otras complicaciones de la hipertensión. En todos los PIMB se ven escenas similares.

Esto lleva no solo a un sufrimiento indescriptible para los enfermos y sus familias, sino también a altos costos sanitarios y menor productividad. La OMS calcula que las enfermedades no transmisibles (incluida la hipertensión) causarán pérdidas económicas por unos siete billones de dólares entre 2011 y 2025.

La clave para encarar esta crisis está en desarrollar mecanismos innovadores para dar una atención centrada en el paciente e integrada a largo plazo con el sistema sanitario y la economía local. Una posible solución (en la que trabajan la Fundación Novartis, que dirijo, y sus socios) es trasladar el punto de atención desde los hospitales (a menudo distantes y atestados de pacientes) a la comunidad local.

En este sentido, hemos iniciado en la región oriental de Ghana un programa comunitario de mejoras en relación con la hipertensión (llamado ComHIP, por su sigla en inglés), que capacita a los trabajadores sanitarios residentes en la comunidad y a las empresas locales para que puedan detectar a los pacientes hipertensivos y darles apoyo. El programa usa herramientas digitales para ayudar a los enfermeros a tomar decisiones; para garantizar una comunicación fluida entre los puntos de detección, los trabajadores sanitarios de la comunidad y los médicos en los sitios de derivación; y para dar a los pacientes medios que les permitan asumir una mayor responsabilidad por el manejo de su salud.

Otro modelo innovador para la lucha contra la hipertensión, introducido por la Fundación Novartis y sus socios en Vietnam, es el Programa Comunitario de Corazones Saludables de la Ciudad de Ho Chi Minh, que busca transferir las prácticas de detección y tratamiento a la comunidad por medio de emprendimientos sociales. Igual que en el ComHIP, se usa tecnología sanitaria digital para ayudar a los pacientes a tomar el control de su situación y aumentar el contacto entre los pacientes y los proveedores de atención médica.

El siguiente paso es probar estas innovaciones sanitarias, reunir pruebas de su eficacia y aplicar lo aprendido a otras iniciativas. Esperamos poder optimizar nuestros modelos para que puedan ampliarse a escala nacional y aplicarse no solo a la hipertensión, sino también a otras enfermedades no transmisibles. Además, tenemos planes de trabajar con socios locales e internacionales para adaptar los modelos exitosos de modo que sirvan de base para programas en otros países, con especial énfasis en las áreas urbanas.

El mes pasado, el Día Mundial de la Hipertensión nos sirvió de recordatorio de que esta enfermedad afecta a todo el mundo. Y por ser un problema mundial, demanda una solución mundial. En concreto, se necesita un trabajo conjunto de los actores internacionales y las comunidades locales para crear nuevos modelos innovadores que sirvan incluso en entornos difíciles o de escasez de recursos. Solo entonces podremos enfrentar con éxito el flagelo de las enfermedades no transmisibles.

 

Por Ann Aerts
directora de la Fundación Novartis

Traducción: Esteban Flamini

 

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