Cuando aún le quedaba mucho para dar, la vida le dijo basta, le puso punto final a una trayectoria que siguió un libreto casi perfecto, intenso, tal como lo demuestra el inmenso legado que deja a su querida institución policial. Todavía tengo fresco el recuerdo del primer encuentro frente a aquella figura tan marcial que se nos presentaba, la de un hombre duro que estaba al frente de la lucha contra el narcotráfico en nuestro país. Aquella imagen seria y formal de entonces pronto cedería a la de un compañero que aprendimos a querer y respetar compartiendo muchas horas de trabajo intenso durante muchas jornadas. Dueño de una inteligencia envidiable, cultivó un profesionalismo que deja escuela en una generación de policías que son su principal legado. Yo lo conocí a Julio, y doy gracias por ello…
El “Primer Policía”
Fue parte de una respuesta del ministro ante los embates que recibía de una oposición que pertinazmente le atacaba (y ataca) asignándole un rol operativo que no le corresponde y que siempre reconoció a la Policía, y particularmente, a su “primer policía”.
Dueño de una integridad moral que lo destacó durante toda su carrera, fue el intangible que le valió a la hora de ser elegido para dirigir los destinos de una institución donde había permeado la corrupción y la desidia, la apatía y la improvisación, el olvido y la precariedad en todo sentido. Conocedor como nadie de esa realidad, asumió el desafío que le ofreció Bonomi y su equipo con la única condición que expresó: “renuncio si me entero por la prensa del nombramiento de un Jefe o un Director de la Policía”, en alusión directa a una forma de gestión que pronto comprobaría no era la que llevaría adelante Bonomi y su equipo.
Lejos de ello, Bonomi lo incluyó en el Gabinete y pasó a ser parte indisoluble de una dirección de la cartera que reconocía la experiencia y capacidad profesional del elegido para dirigir la fuerza policial. Y lo invitaba a ser parte de las decisiones, dejando atrás prácticas perimidas en que unos resolvían y otros ejecutaban sin apropiarse -la más de las veces- de esas decisiones alejadas -también muchas veces- de la propia realidad.
Con su incorporación en la toma de decisiones no solo se reconocía el trabajo operativo de los que llevan adelante la seguridad propiamente dicha, sino todo el caudal de experiencia acumulada que harían la diferencia. Esa participación directa siempre fue motivo de agradecimiento de su parte.
De su trayectoria hablarán otros que lo conocieron mucho más que yo, imagino cuántas páginas se escribirán de esos 40 años de carrera que supieron forjar un profesional de fuste que deja, como su mayor legado, una generación de líderes que toman su posta.
La Nueva Policía
Hizo de la formalidad de sus planteos una forma de comunicación propia que daba el tono justo a cada diagnóstico emitido. Supo ser un adelantado en temas que más temprano que tarde impactaron en la realidad nacional; su acertado pronóstico sirvió de base para preparar la fuerza en la lucha contra una delincuencia que no cesaba de crecer ni de aggiornarse. Acuñó frases como la “percepción compartida de la amenaza”, que marcaron su gestión al tiempo de resumir en ella la premisa más importante a ser considerada al momento de asumir a la seguridad como un problema a solucionar entre todos.
Lo conocí casi que al mismo tiempo que el resto del equipo y bastaron pocos meses para darnos cuenta de la experiencia y capacidad de un líder positivo que contagiaba con su profesionalismo y su don de gente. La primera vez fue cuando recibió una calurosa despedida de sus responsabilidades al frente de la Dirección General de Represión al Tráfico Ilícito de Drogas, donde había formado dupla con Mario Layera y a quien le cedió la posta. Tuvo allí una tarea docente admirable, formando cuadros, generando confianza, haciendo de esta la mayor fortaleza de un grupo que no admitía errores y que acumulaba sendas operaciones exitosas como acervo de su gestión.
A tal punto hizo escuela allí que hoy muchos de sus discípulos comparten alguna responsabilidad al frente de la seguridad pública, formando una verdadera columna vertebral que supo tenerlo a la cabeza siempre.
Se fue casi que en silencio, en un retiro obligado por una naturaleza que no le dió tregua y le cobró con su vida la osadía de haber sacrificado tiempo y salud para que los uruguayos nos podamos sentir más seguros, más protegidos. La suya fue una ofrenda de vida, un verdadero acto de servicio que el tiempo, solamente, podrá dimensionar de manera justa.
Minutos después de haberle despedido, en mi teléfono móvil recibo un mensaje que revela la dimensión de su persona y la calidez humana que se escondía detrás de aquella recia figura. Era un mensaje para una madre que había perdido a su hijo víctima de una rapiña… a ella le decía: “díganle que fue la persona más buena que he conocido, díganle que me voy con el dolor de no haberle podido solucionar su problema, díganle que me disculpe…”
La destinataria del mensaje era Graciela Barrera, presidenta de ASFAVIDE, quien perdiera a su hijo víctima de una rapiña -aún impune- en el año 2009.
La tristeza se hizo inmensa y la lágrima no pudo contenerse más…
el hombre ensayó la última veña,
el perro guardó respetuoso silencio…
Por El Perro Gil
Columnista uruguayo
elperrogil@gmail.com
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